Hacer una introducción sobre la pandemia de COVID-19, su estado actual y consecuencias, no es objeto de análisis en estos párrafos. Los lectores conocen muy bien la situación. Son protagonistas diarios de los riesgos que implica vivir en tiempos de pandemia.

El mundo se detuvo en muchos aspectos; pero también el mundo sigue andando en tantos otros más… y los países se aprestan a reiniciar actividades. Pero, ¿cómo informo a mis clientes que estamos cumpliendo las más estrictas medidas en materia de seguridad y salud en el trabajo?

Si bien al final del día, las certificaciones “libres de covid” validan el cumplimiento de ciertos protocolos, resulta de suma importancia indagar quienes son los usuarios de esas certificaciones.

¿Un turista dejará de venir a mi instalación si no cuento con una certificación determinada? ¿un comprador de un producto alimenticio o de una cerveza elegirá el producto dependiendo si la empresa cuenta o no con una certificación que avale la implementación de protocolos que minimizan el contagio de Covid-19 en el ámbito laboral y en la producción del bien? ¿Cómo impactaría en la reputación de la empresa un brote descontrolado de coronavirus entre todos sus empleados, tal como sucedió en una planta cárnica (cerdo) en Missouri, Estados Unidos?

Estas son algunas de las preguntas que los tomadores de decisión: el empresario, el gerente de seguridad y salud en el trabajo, el gerente ambiental, el gerente de mantenimiento deberán de plantearse.

Algo está claro. Los estándares de seguridad y salud establecidos por la Administracion de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA por sus siglas en inglés, una agencia del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos  en Estados Unidos), cuya certificación puede llevarse a cabo en cualquier instalación, garantizan que en la empresa exista un sistema en seguridad y salud laboral que minimiza los riesgos de afectación a la salud de los trabajadores. Y así lo entendió el juez que intervino en la demanda colectiva contra Smithfield, la empresa cárnica aludida, cuando los trabajadores demandaron a la empresa por la falta de provisión de equipos de protección personal, por la obligación de hacerlos trabajar hombro a hombro con sus compañeros aún en pleno estado de contagio, y por no ejecutar los estándares en materia de seguridad y salud para minimizar el contagio en la instalación. No hay duda de que las certificaciones “libre de contagio” minimizan el riesgo legal, y otorgan a la imagen de la empresa un aura de protección que resulta en la tranquilidad del consumidor del bien, o del usuario del servicio, o del turista.

Pero en tiempos de pandemia, es obligatorio o inevitable ir a la esencia de la cuestión: la vida humana. ¿A qué empresario o empleador no le afecta saber que un buen porcentaje de sus trabajadores corren riesgo de vida si no implementan medidas o protocolos apropiados en sus instalaciones; o si el empleado no se compromete también a prevenir el contagio fuera del ámbito de la empresa?

No hablamos acá de sellos covid free, ni de estadísticas de contagiados, o curvas aplanadas. Hablamos del trabajador que recorre los pasillos de las empresas, cuyo nombre es conocido por todos y su persona es conocida por su rol dentro de la actividad empresarial.  Son historias reales, y como tal deben ser tratadas con el más estricto protocolo para promover la preservación de su salud y la  vida del trabajador.

Esas medidas reales deben contemplar evaluar cada metro cuadrado de la empresa para verificar si hay un riesgo biológico y actuar en consecuencia. Implica comunicarse llanamente con los colaboradores, capacitarlos, que sepan qué está en juego. Se trata de reingeniería de lugares, de procesos, de actividades, de personas, de trayectos; para minimizar cualquier contagio y así evitar no sólo ser el gran centro de atención por haber hecho las cosas mal, tal como sucedió en la empresa cárnica en Estados Unidos, sino principalmente lidiar con la pesada carga de haber hecho menos de lo que la ley ordena en materia de seguridad y salud en el trabajo.

Al final del día, el esfuerzo de la empresa y sus colaboradores es enorme. Asegurar la continuidad de la operación, pero teniendo como prioridad preservar la vida humana. A ello se enfrentan los empresarios y los empleados hoy en día… y para ello se requiere la mejor alianza y compromiso entre ellos. Hay mucho que perder.

Con miras a este presente y futuro tan distópico, no puede tolerarse la aplicación laxa de obligaciones legales en materia de seguridad e higiene, en materia ambiental y de salud en el trabajo, como así también la cuestionable supervisión de las autoridades sanitarias y laborales.

La tranquilidad de las personas pasa por esa garantía, la salubridad de los lugares que visitan o donde laboran y su sistema de gestión. Si comprendemos esto y actuamos en consecuencia, estaremos más y mejor preparados para contribuir a la recuperación general de la actividad empresarial y del bienestar del país.