Hace unas cuantas noches salí con un grupo de amigos a celebrar y luego de un gran festín con mucho vino de por medio inicié una conversación con uno de mis más queridos compadres sobre la reciente incorporación de su hijo en los negocios familiares. A ese niño lo vi nacer y he estado cerca de cada paso de su vida, razón por la que pongo toda a mi atención en sus historias y no escatimo para inflarme de orgullo por sus progresos.

Este sobrino mío ha tenido una trayectoria académica y un inicio de vida profesional impecables. Tuvo el enorme privilegio de poder estudiar Economía en Purdue University y lo aprovechó; trabajó en los Estados Unidos por tres años para United Airlines y luego realizó un máster en Negocios en la Kellogg School of Management. Hace poco más de un año decidió regresar a la República Dominicana y unirse al negocio familiar.

Aquella noche, su padre con orgullo me contó un poco de lo que ha representado incorporar a su hijo en los negocios y, al hacerlo, resaltó de él destrezas y comportamientos, entre las que tres de ellas llamaron mi atención y me hicieron reflexionar. De eso quisiera hablar en este artículo.

“Este muchacho tiene una capacidad de trabajo extraordinaria – dijo mi compadre de su hijo- Llega cada día con claridad de por dónde quiere empezar su jornada y es capaz de pasar de una actividad a otra ´sin costuras´, tomando cada tema en serio y asegurándose de no dejar cabos sueltos”.

Siguió destacando: “Le asignamos un salario en equidad con nuestra escala salarial sin considerar ni lo que habían sido sus ingresos en Estados Unidos, ni las ofertas que estaban disponibles cuando terminó su maestría. Sin embargo, el salario nunca ha sido un tema para él. Sus propuestas reflejan un enfoque en que el patrimonio familiar crezca de forma sostenible”.

“Estamos en un proceso de negociaciones con una organización extranjera de gran tamaño. La cantidad de información que nos solicitan y que nos ha tocado procesar para la negociación ha sido enorme; pero este muchacho no solo se adueñó de la silla negociadora sin miedo, sino que para mantenerse en ella ha dedicado sus noches por un buen tiempo a investigar, analizar y consultar todo lo que de ella le resulta nuevo”.

¿Es un niño prodigio? Aunque ya no es niño y el cariño pudiera endulzar mi visión, estoy convencida de que es un ejemplo y que hay en los millennials rasgos generacionales suficientes para que mantengamos la fe en que nuestros jóvenes. Creo con firmeza que van a llevar a nuestras empresas y a la sociedad por el camino del desarrollo y del bienestar y que para hacerlo necesitan poder tener acceso a procesos educativos que incidan en desarrollarles las competencias humanas y técnicas que de ellos se requiere. Estoy consciente de que el trayecto que he descrito es una vía privilegiada, sin embargo, fíjense que hablo de competencias técnicas y también humanas.

Capacidad de trabajo, conciencia de patrimonio, enfoque en la sostenibilidad e interés por el aprendizaje, alegraron mi noche más que el vino, porque cada día me mueve la certeza de que es posible incidir en que más personas sean ricas en competencias.

El ejemplo de mi sobrino es suficiente testimonio para confirmarlo.