En medio de esta indignación ciudadana color verde, reclamando el fin de la prostitución en los gobiernos dominicanos, se observan síntomas de miedo en el liderato empresarial. Reculan y colocan al presidente bajo palio. Argumentan el "peligro" de una desestabilización social. Le temen a un desorden mayúsculo si enfrentamos al gobierno. Sin duda, un presagio exagerado.
Un desplome del "status quo" horroriza a quienes disfrutan de la macroeconomía, y observan a una población, que suponían pasiva e hipnotizada, enfurecida. Esta crisis no la acunaron solamente los políticos, imposible. Necesitaron de la cooperación de un grupo importante de negociantes que se sientan a comer con ellos en el basurero de la corrupción. Esos mismos que ahora se les erizan los pelos, imaginando un desorden que les saque de sus poltronas.
En el mundo mercantil no hay malos ni buenos, solamente socios y competidores. En este paraíso financiero del que disfrutan en tándem políticos y empresarios se necesita del" status quo", porque facilita el negocio. La rentabilidad es muy alta dejando las cosas como están. Sin escrúpulos se trabaja mejor.
Los hombres de negocios olvidan que el equilibrio democrático requiere algo más que gobiernos y empresarios: exige el bienestar y la confianza ciudadana. En cualquier sociedad, si gozan pocos y sufren muchos, se rompe la taza. No bastan proyectos de caridad, fundaciones, ni limosnas, para neutralizar el abuso a toda una nación. Tarde o temprano ocurre un reventón, usualmente trágico. En este tercer mundo, mientras las ganancias sean buenas, los hombres de negocios dejan que el poder desfalque y se corrompa. Cohabitan gozosamente haciéndose de la vista gorda.
Si el empresariado hubiese exigido respeto y moralidad a sus socios políticos, hoy no serían los bandidos que so, ni estaría el pueblo en las calles protestando. De haber actuado conscientes de sus deberes sociales, muchos males se habrían evitado. La degradación hubiese sido menor.
Es tarde para el espanto. La población se siente estafada, despierta y protesta. Nada más. No podía no ser así. Se veía venir. Pero pueden estar tranquilos los negociantes, porque aquí no habrá pobladas, ni renuncias presidenciales, ni exigencias parlamentarias, ni nada por el estilo. En este país degradado, el gobierno lo controla todo y los partidos políticos son una entelequia; las fuerzas armadas carecen de autoridad, y no se vislumbra un demagogo que se aproveche del disgusto y prometa paraísos. Esto no es Colombia, esto es la república bananera del PLD.
La verdad es la verdad, dígala el profesor o el pulpero: políticos y empresarios insisten en beneficiarse del atraso confiando en la indiferencia de la mayoría. Conocían del desfalco y se quejaban tímidamente. Exigían legalidades, pero terminaban pactando en aposentos. Han sido cómplices, no pueden negarlo. Quizás por eso no se visten de verde. Pero están a tiempo de tomar una postura digna enfrentándose al palacio. Pueden hacerlo. Si algo van a perder en este reperpero, no será tanto como lo que perderán en el futuro. No tiren la toalla asustando con desestabilizaciones que no existen. No defiendan lo indefendible.
Abandonen a sus compinches. Piensen como el príncipe Don Fabrizio, el Gatopardo, enfrentando los albores de una revolución socialista en Italia: "Debemos cambiar las cosas para que todo siga igual". He ahí un buen negocito: ayudar a cambiar para no salir huyendo. Seguir negociando, pero con mayor decencia.