Esta es la lógica inferencia para completar la mutual de moda que suplanta la de patrón-obrero o empresario-trabajador, a juzgar por la obsesiva o “trendy” insistencia en promocionar al primero, un empeño que está basado en mala economía, peor sentido común y un humor que apesta. Ahora hay “Día del Trabajo” y “Día del Emprendendor”, éste último iniciativa de un legislador  amanuense para quien un presidente imperialista y su banquero central son los  máximos héroes de la iniciativa empresarial.  Quienes no saben distinguir entre mercantilismo y capitalismo competitivo de libre empresa, son los que se creen este absurdo y llenan las redes con cosas como este meme adjunto.

Un payaso “emprendendor” le pregunta al otro Bozo que si estaba enterado de que a un gerente, trabajosaurio que ambos conocen, le habían dado el tratamiento del “Acido” donde labora…”Ha sido un placer trabajar con usted…”.  Los dos entonces gozan la mala suerte de quien, a diferencia de ellos, no quiso formar tienda aparte y quedarse cobrando fijo por nómina.  A seguidas,  los comentarios o reacciones simplonas de “jajaja….el empleado tiene sólo la puerta para salir…hay que ser su propio jefe…” y otras sandeces, más propias de un grupo de Whatsapp o cuenta de Facebook que de una red profesional como Linkedin.

El mismo error que se ha cometido para introducir leyes paternalistas a favor del trabajador es el que ahora se tiene con la insensata promoción al emprendurismo. Las ganancias, utilidades o rentas sobre capital invertido se consideran seguras y excesivas.  Antes del año de fundar tu propia SRL las utilidades vienen para cubrir alquiler, pago a los trabajosaurios, tener dividendos superan mis ingresos previos en dependencia y reinvertir ganancias en mejorar mi producto, ya reseñado en periódicos y revistas rosas de negocios y finanzas.  El que cree que esto es así de seguro piensa que después de un trago del whisky King’s, el trío con rubia y morena que promete el anuncio es todo un hecho.

No puede haber un país de emprendedores como tampoco puede existir un “país de importadores”, el cuco que se inventaron aquí cuando se inició la reforma arancelaria de los 90s, o un “país de ahorrantes” como sugieren quienes con buena intención advierten peligro del exceso endeudamiento personal.  Sin trabajadores no hay empresarios, sin exportaciones no se importa y se ahorra porque alguién está tomando prestado.  En una economía libre y competitiva esos son roles intercambiables a lo largo de la vida. No son títulos nobiliarios. A diferencia de una sociedad de castas o una mercantilista, que es casi lo mismo, la movilidad es posible de acuerdo a los ajustes en las preferencias individuales (horas de ocio-trabajo, consumo presente-futuro, foco ventas mercado externo-local, con los riesgos amor-pavor) y, lo más importante, el voto decisivo del soberano consumidor.

En realidad, es el consumidor anónimo, con sus decisiones individuales, quien en definitiva decide la suerte final de ambos.  El tratamiento de “Acido” que lleva a la quiebra, se lo da sin el menor remordimiento tanto al empresario como al trabajador.   El plebiscito diario de las decisiones libres de los consumidores es un evento traumático, incómodo, cuyo resultado negativo provoca ajustes en la conducción del negocio.  El despido es una de las decisiones que tiene derecho a tomar el empresario, que se corresponde con el que tiene el trabajador de pasar a la competencia, cuando percibe las cuentas no andan bien para el negocio.  En los dos casos se pasa por una puerta que es un símbolo de la libertad contractual, no el anatema que se infiere de comentarios simplistas.  ¿O es preferible estar atado a perpetuidad a la tierra, como los siervos de la gleba, o imperativamente por décadas, con reclusión como sanción, trabajando como asistente o aprendiz del maestro en  talleres artesanales?

Estos dos personajes se diferencian en un mercado competitivo, y en un momento en el tiempo, en que el empresario arriesga su capital sin importar la incertidumbre sobre su propuesta al consumidor y el trabajador exige su participación por adelantado y en pagos mensuales.  Antes de generar un peso de ganancia, el empresario debe pagar religiosamente los salarios y, de resultar un fracaso el proyecto, no  puede recuperar un centavo del gasto en nómina.  Es así que lo entienden y reconocen que se necesitan mutuamente en esa relación contractual voluntaria.  Esto es más relevante cuando se da en un arreglo institucional donde no hay privilegios para ninguno de los dos, es decir, donde la única forma de obtener ingresos es complaciendo a un consumidor que tiene opciones para comparar.

Bien los esfuerzos públicos y privados para fomentar el emprendurismo con educación, talleres, ferias e intercambios.  Chistes malos como el que hago referencia, indican sin embargo que un grupo de narcisistas se ha creído que en serio hay una dicotomía entre los roles donde el empresario es néctar y el trabajador bagazo.  También se está metiendo en un mismo saco al empresario competitivo y al que es un receptor de favores legislativos o prácticas mercantilistas.  Los primeros salen en las mismas fotos con otros cuyo emprendimiento está fundamentado en: privilegios fiscales que garantizan el 100% de la inversión en proyectos no afines a la actividad principal;  en prácticas desleales de comercio que impiden entrada inversión extranjera y excesiva protección efectiva con respecto a bienes importados;  o en monopsonios de hecho con empresas vinculadas que exhiben rentas astronómicas en sectores poco abiertos a la competencia.