En un artículo anterior, titulado “El caso del profesor Daniel, que lejos estamos de una educación de calidad”, aparecido en este medio (16-03-21), comenté una injusticia cometida contra el profesor Daniel de Baní, despojado de su miserable pensión de maestro, una vez pasó a ocupar un modesto empleo en el ayuntamiento de Baní.

Han sido muchos los reclamos de sectores y personalidades de la provincia para que las autoridades perremeistas de allí intervengan ante el Ministerio de Educación con el objeto de que se corrija este atropello a un maestro que con abnegación contribuyó durante varias décadas a la formación de más de una generación de banilejos, y que todavía hoy continúa implicado en actividades sociales y culturales en beneficio de la comunidad, pero para eso las autoridades de Peravia no tienen oídos, parecería que se sienten demasiado en las alturas para ocuparse de la pensión de un maestro de pueblo.

Ayer, la directora de Ética e Integridad Gubernamental, Milagros Ortiz Bosch, respondiendo a un reclamo de la congresista Priscila D' OIeo, aclaró que no es cierto que el ministro de Educación Superior, Franklin García Fermín, esté recibiendo dos sueldos, que este recibe un ingreso por su condición de funcionario y otro por ser pensionado de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde fue profesor y rector.

Atinada la aclaración de la señora Ortiz Bosch, pero qué bueno sería que con la misma diligencia que actúo en este caso, le explique al país por qué lo que es válido para un ministro, que tiene un sueldo de lujo y una pensión de rector no menos lujosa, no puede ser también válido para un maestro de pueblo, que ocupó un empleo en un ayuntamiento, institución de la que hoy solo recibe el pago de su seguro médico (pequeña recompensa por los servicios prestados), pero del Ministerio de Educación no recibe su modestísima y muy bien ganada pensión de maestro, injustificadamente considera incompatible con su también muy modesto anterior empleo.

Estos son los privilegios irritantes, desmotivadores, presentes en todos los gobiernos, que han empujado a una buena parte de la juventud dominicana a abandonar el país, privándolo así de los recursos humanos indispensables para su desarrollo.

Para apoyar esta proposición, retomo, reformulados, algunos argumentos del artículo citado más arriba.

No perdamos tiempo y recursos aumentando el presupuesto en educación, construyendo más y mejores escuelas para enriquecer contratistas, ni mucho menos importando computadores y tabletas para engrosar los bolsillos de los suplidores, porque mientras no seamos capaces de motivar, interesar, reclutar por lo menos a una parte de los jóvenes más brillantes del país para la carrera de maestro, ni soñar con una educación de calidad. Sobran ejemplos en el mundo de que esto es así.

Los jóvenes, sobre todo los más brillantes, no son tontos; tienen por delante otras opciones de carrera mejor remuneradas y con condiciones de trabajo más atrayentes que la que tuvo la desdicha de elegir el profesor Dione Daniel y, cuando nada interesante encuentran en el país, se largan, contribuyendo así al mayor progreso de los que ya son prósperos y poniendo cada vez más lejos la obtención del progreso nuestro.