Las estadísticas del impacto del COVID-19 en la tasa de deserción escolar y en el desempleo de República Dominicana aún no están disponibles. Y no son imprescindibles: los datos previos a la pandemia ya nos arrojaban que más de medio millón de jóvenes en edad productiva entre los 18 y 25 años (24% del total) habían abandonado los estudios y estaban desempleados. Se nos acabó el tiempo de postergar el ocuparnos de este enorme problema social.
A quienes les cueste entender qué tiene que ver esto consigo, les pido que por un instante imaginen los efectos de una sociedad donde por lo menos dos de cada 10 jóvenes activos y saludables no tienen en qué ocupar su tiempo ni dinero en los bolsillos para cubrir sus necesidades.
Para quienes ya entraron en pánico pensando en el aumento de los asaltos o en los estupefacientes que les venderán a sus hijos adolescentes, les presento la única alternativa viable: la empleabilidad.
Empleabilidad se refiere a la capacidad de un individuo para conseguir y conservar un empleo. Se deriva de sus conocimientos, destrezas y comportamiento y tiene que ver con saber ejecutar una tarea o brindar un servicio consistentemente bien, con calidad y eficiencia.
¿Cómo logramos eso para los más de 500 mil jóvenes que ni estudian ni trabajan? ¿Hay lugar para todos ellos en las empresas y/o en el Estado?
Empecemos con la última pregunta: asumamos que hay puestos de trabajo disponibles para 100 de esos 500 mil ¿podemos proceder a llenar esas posiciones y así volvemos el problema más pequeño?
La respuesta es que eso solo será posible si esos jóvenes reúnen los conocimientos, destrezas y habilidades conductuales (es decir, las competencias) que se requieren en los puestos disponibles. Y la conclusión es que no.
Una segunda opción es provocar un crecimiento vertical de los que ya tenemos empleados a mejores puestos y dejar los de menos requerimientos para que sean ocupados por los actualmente desempleados. Tampoco funciona: rápidamente se hará evidente la incapacidad de muchos de los que están dentro para ocupar puestos de mayor relevancia por falta de competencias.
Conclusión: el problema de la empleabilidad es un problema de competencias, falta de conocimiento, destrezas y habilidades en las personas, tanto en las que están dentro de los puestos de trabajo y que deberían poder crecer en los mismos, como en las que no han podido entrar.
Las pruebas estandarizadas que se utilizan para medir el nivel de nuestro sistema educativo (Pruebas Nacionales y PISA) vienen apuntando desde hace años que, o no estamos claros en lo que debemos enseñar o no sabemos cómo hacerlo. Y el efecto se refleja tanto en el sistema educativo como en la formación en el ambiente laboral.
Es cierto, no se trata de un problema fácil de solucionar, pero tampoco tan complicado como desarrollar la vacuna que el mundo está esperando para “volver a la normalidad”. Sí nos obliga, en primer lugar, a desarrollar un lenguaje común para hablar tanto de puestos de trabajo como de programas de educación y formación. Si las empresas necesitan personas “capaces de abordar un problema complejo y descomponerlo en porciones simples” y “de expresar sus ideas de forma oral o escrita de manera clara y concisa”, el sistema educativo debe enfocarse en objetivos similares. Así, de una vez por todas, empezar a comparar peras con peras y manzanas con manzanas.
Después de que llenemos los espacios disponibles con las personas idóneas, podremos tener empresas en capacidad de producir lo que la gente quiere y necesita, en el tiempo, la calidad y el precio que está dispuesta a pagar. Y ahí hablaremos de expansión y aumento de las vacantes hasta que quepan en ellas el resto de los 500 mil que ahora desechamos.
Si no somos capaces de lograr que todos estemos a bordo, el desarrollo sostenible, la competitividad y toda la agenda que trazamos como país seguirá siendo una utopía. ¡Empecemos!