Es demasiado temprano para trasladar palabras de una vieja historia a la actual situación norteamericana. Sería también arbitrario. En alguna adaptación de un cuento de Hans Christian Andersen un niño grita: “”Pero el emperador no tiene ropa” o más bien “El emperador no está vestido”. Pero en Norteamérica la primera fase de la administración de Donald Trump, criticada por casi toda la prensa y vista con preocupación por la mayoría de los observadores nacionales e internacionales ha sufrido un revés gigantesco. Claro que tiene ropa, y su cargo merece respeto, pero su mayoría cameral resultó ser en la práctica un espejismo. No le sirvió para cubrirse del fracaso. Su partido está tan dividido hoy como en el pasado lo estuvo el demócrata.

La campaña electoral del actual presidente se basó, entre otras cosas, en satanizar el programa de atención a la salud conocido como “Obamacare”. Y hasta algunos importantes líderes demócratas aceptaban que necesitaba revisión de algunas de sus partes. El candidato Trump aseguraba que tenía preparado un plan “terrific” o estupendo. En realidad no tenía ninguno y han sido los congresistas republicanos los que redactaron el ahora fracasado proyecto, aparentemente aceptable para el ocupante de la Casa Blanca, pues no le quedaba otro remedio, pero hasta este fue rechazado por la Cámara de Representantes a pesar de la mayoría republicana. En realidad se opusieron tanto los liberales demócratas como los más conservadores republicanos y Trump solo contó con el apoyo de ese “establishment” republicano que tanto combatió durante las primarias. Así es la vida.

Fracasado el más importante proyecto de su campaña electoral, el gobernante pasará a su plan de rebaja de impuestos, a la más dramática reducción de los servicios sociales y gastos de importantes departamentos de gobierno y al regreso a la carrera armamentista. El candidato que hablaba de seguridad nacional, pero acentuaba el aislacionismo y criticaba a la OTAN se convertiría, de lograr sus objetivos, en otro en la larga carrera de promotores de armamentos, algo que es muy bien recibido por grandes empresas que se alimentan precisamente de todo eso.

Queda en el tapete el gran proyecto del muro para contener la inmigración, sobre todo mexicana. Podrá quizá edificarse esa muralla, pero pudiera sucederle, “mutatis mutandis”, lo que a la histórica Gran Muralla China que no impidió que esa gran nación fuera gobernada por una dinastía manchú. O lo logrado por la muralla edificada por Adriano en Gran Bretaña pues la traspasaron escoceses e ingleses, celtas y anglos, cada vez que lo estimaron conveniente.

Describir las primeras semanas de la gestión de un gobernante presenta muchos peligros. Como se ha señalado con toda justicia, es necesario darle tiempo y permitirle llevar a cabo su gestión, lo cual incluye tener en cuenta, aunque no necesariamente aprobar, sus proyectos de gobierno.  Para eso fue elegido, aunque sólo por el colegio de compromisarios ya que quedó atrás en el voto popular con tres millones de votos menos que su adversaria. No repito esto una vez más por simple placer sino porque todas las semanas el presidente habla de su “gran mayoría” cuando nunca sobrepasó el 46% de apoyo popular y ahora sólo cuenta con 37%. Esto sucede en todo tipo de administraciones en períodos determinados, pero no se presta para alardes innecesarios, repetidos hasta el infinito.

Y mientras la prensa critica su gestión, y a veces la ridiculiza, el presidente continúa atacando a “Raimundo y todo el mundo”. No deja títere con cabeza. Todos los viejos aliados internacionales, con alguna excepción (difícil de encontrar) no merecen siquiera el menor reconocimiento por parte del nuevo gobernante. Ultimamente ha hecho de un oponente nacional, el expresidente Barack Obama el blanco favorito de sus divagaciones. Sus constantes invenciones de fantásticas “conspiraciones” al borde de la ciencia ficción contribuyen a una creciente falta de credibilidad, que es lamentable para el prestigio de la nación.

Sus intentos de negar su relación con Rusia antes y después de su victoria en el colegio electoral han ido fracasando. Quizás la oposición exagere, pero hasta el FBI está investigando el asunto y posibles violaciones criminales. Ese asunto lo dejamos para otro día porque hay investigaciones pendientes y no vale la pena, ni es correcto, emitir un veredicto o una opinión hasta que, como decían en mi pueblo, “hablen los papelitos”.

A pesar de todo lo anteriormente expresado, el presidente tiene tiempo suficiente para enmendar sus errores y sobre todo para adoptar un tono más conciliador. Su mayor orgullo era su “Arte de lograr acuerdos”. Todavía no hemos visto el primero de esos arreglos y mucho menos el cumplimiento de alguna de sus promesas más difundidas. Pero seguiremos esperando. Todo es posible. (FIN)