La rectora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Emma Polanco, ha instruido a la Dirección General de Recursos Humanos para “que deje sin efecto, a partir de la fecha, todas las acciones de personal (contratados, promociones, nombramientos de puestos administrativos ocasionales y los pagos por sobrepuestos) realizadas durante el período comprendido entre enero y julio del año en curso” (Circular 023 del 1/8/2018).
Con ello, ha ejecutado el mandato del Consejo Universitario, mediante la Resolución 083, emitida el 18 de julio. Polanco había jurado en el cargo dos días antes.
El fuego cruzado ha comenzado ya.
De un lado, quienes la justifican sin reparos. Del otro, quienes entienden que ha sido una retaliatoria precipitada, sin evaluación, al estilo “ojo por ojo, diente por diente” en alusión a similar medida adoptada por el anterior CU presidido por Iván Grullón.
Más allá del match, parece que el paso siguiente será la revisión caso por caso a los fines de separar “la paja del arroz”. Y sería lo correcto. La racionalidad ante todo.
Entre el paquete de personas que delimita la resolución del CU debe de haber una parte con excelente desempeño para orgullo de la academia, como habría otras que no justifiquen sus salarios ni reúnan las condiciones profesionales. Igual para las que se sacaron el premio al conseguir sus objetivos personales antes de enero. Es decir, la disposición del CU en modo alguno representa un rasero para medir calidad y honradez, prioridades tan urgentes como el clamado saneamiento económico.
LA GUITARRA EN UNA ESQUINA
Debe de aterrar a un gerente que llegue a la dirección de una institución y, de repente, se tope con un déficit de 77 millones de pesos cada mes, sin tener la solución en sus manos. Y más cuando ese gerente es una contadora de profesión. Polanco ha informado al país sobre la crisis económica en que ha hallado la UASD. Mayor de lo que imaginaba.
Para los medios de comunicación, el dato ofrecido por ella es un excelente insumo: una noticia dura. Para los opinantes –conocedores o no de la universidad–, tantos millones huelen a “carne fresca”, a muchas horas de “análisis mediático”.
Pero la ruta que debe recorrer ahora la Polanco es otra, y muy larga (cuatro años). Requiere resistencia e inteligencia política y emocional. Porque, el 16 de julio, ella ha dejado la guitarra para tocar sin desafinar el violín en una orquesta difícil, plagada de músicos descuidados. De ahora en adelante, de poco valdrán la agitación y las loas. Porque, paradójicamente, el gran déficit no es el mayor desafío, aunque escandalice y urja su achicamiento. Si trabaja con el criterio de gestión por resultados y en armonía con el Gobierno, sin convertir la universidad en un centro de ataques electoreros y persecución política, es muy probable que las autoridades actuales amorticen el desbalance económico.
Lo que está en veremos, sin embargo, es, si al término de su gestión, exhibiría la construcción de una cultura de servicio y una identificación del personal (profesores, empleados) y estudiantes con la institución. Se trata del otro gran déficit, tanto o más dañino que el económico. Un problema que viene de “bien atrás, bien atrás”. La cultura de la displicencia ha ganado mucho terreno allí. No pocos solo están atentos al día de pago. Así que no basta con exhibir títulos profesionales. Más que eso, se requiere eficiencia, eficacia y entrega total a la institución.
Tal vez sean mucho más los buenos y que el ruido de los malos lo dañe todo. Para saberlo con precisión se necesita un diagnóstico. Pero, en lo que eso llega, las actuales autoridades han de cuidarse designando personas con los perfiles adecuados, no corruptas, con historial de trabajo y resultados evidentes, nunca por simples recomendaciones de terceros ni por agradecimiento. Mucho menos con atención a confabulaciones de quienes solo tienen como carta de presentación una sobrada vocación para el serrucho.
Se inscribirá en la historia Emma Polanco y su equipo si, al menos redujera a la mínima expresión, la protección de las malas prácticas, los chismes barriales, el boicoteo a las buenas obras y la irresponsabilidad en el trabajo. Y si, en cambio, lograra que cada integrante del personal se sintiera tan empoderado que laborara con tesón sin que lo vigilen, y que cada estudiante o egresado sintiera orgullo de haber sido servido con calidad.
El déficit en este apartado supera con creces los 77 millones de pesos que ha denunciado la rectora. Solo que es intangible. El Gobierno podría resolver de un plumazo lo del dinero. Pero no las tan acentuadas debilidades institucionales, que habrán de resolverse internamente, si no se quiere la desaparición.
Hay que trabajar en una sola dirección, sincronizando hasta lo posible el discurso de campaña con la práctica. El desafío con la carencia de una cultura de servicio es monumental, tan monumental como la crisis económica. Y la funcionaria ha de asumirlo así. Hay que encararlo todo a la vez, sin dilación, aunque lo último no sea atractivo a los medios y discurra pasito a pasito, sin que nadie lo vea.
Sola o con gente que le eche jabón al sancocho que ella necesita cocinar con el Gobierno, sería mucho más difícil llevar su barco a buen puerto. Esperemos a ver si se consagra como violinista.