Mis obsesivas lecturas sobre la Segunda Guerra Mundial determinaron que estudiando en París viajara por primera vez a Berlín en semana santa del año 1974 imponiéndome como destinos imperdibles visitar el Reichstag, las ruinas del Ministerio del Aire y en especial conocer, avistar algunos reichkinder o sea, algunos descendientes del cruzamiento de “arios puros” según los criterios nazis.
Grande fue mi decepción cuando mediante la intermediación de un amigo peruano alterné próximo al Tiergarten con una pareja de los muy ponderados niños del Reich- más tarde frecuenté otros – pues ambos, un hombre y una mujer, treintañeros, parecían un par de embutidos de mirada bovina, mórbida obesidad, andar perezoso, aviesa mentalidad en fin, un asco fenotípica y genotípicamente. Corporal y mentalmente repulsivos.
Pensé en aquel entonces, que en el caso de haber triunfado la causa de los responsables políticos de ese racial disparate, el futuro de Alemania bajo éstos especímenes hubiera estado en muy malas manos, y por ello me resulta ahora incomprensible la actitud de los dirigentes que en otras latitudes repudian la inmigración como Trump, los ingleses del Brexit, Le Pen, Viktor Orban, Beata Szydlo y otros. Pregonan el aislacionismo y rechazan los flujos migratorios.
Resulta paradójico que la xenofobia de ciertos dirigentes y poblaciones hacia determinadas etnias no sea extensiva a lo comercial y lo científico, observándose cómo sin ningún asomo de vergüenza les venden armas modernas y tecnologías de punta a los árabes y latinoamericanos, y a la vez reclutan y contratan profesionales brillantes de cualquier país del mundo para trabajar en sus centros de investigación.
A la vez que en las envejecientes sociedades de acogida los emigrantes y sus descendientes constituyen una posibilidad de remozamiento generacional, resulta inexplicable que la comunidad anfitriona proclame a viva voz la expulsión de aquellos que recogen la fruta, limpian las alcantarillas, construyen y preservan los edificios, en fin, que realizan lo que los locales desprecian. Sin embargo sobre los técnicos extranjeros no opinan de igual manera.
Sería ilustrativo que los lectores nacionales conocieran el caso de Raúl Rojas, Juan Ignacio Cirac y Carolina Parada que ofrecen sus prestaciones profesionales en renombradas instituciones científicas de Alemania y los Estados Unidos, sumándose así a una deslumbrante constelación de estrellas que desde el siglo XIX han permitido el avance de las ciencias y las tecnologías en los países que pusieron a su disposición los recursos indispensables para su desarrollo.
Los perfiles de los científicos que aparecerán a continuación fueron tomados de crónicas aparecidas en el periódico español “El País” durante los últimos años, las cuales en su momento impresionaron al autor de este trabajo pensando que si algún lector desea ampliar sus conocimientos respecto a los mismos, debería escribir a la dirección electrónica del citado Diario que figura en su mancheta.
El primero de los tres citados es un mejicano de 62 años nacido en Ciudad México quién es un experto en Informática con formación en Matemáticas que en la actualidad dirige el Departamento de Inteligencia Artificial de la Universidad Libre de Berlín –FU- el cual fue premiado por la Unión de Universidades de Alemania – un gremio con unos 28,000 docentes – con el título de profesor universitario del año, distinción que muy excepcionalmente se otorga a un extranjero y latinoamericano por más señas.
Después de obtener sendos doctorados en Economía e Informática ingresó en 1997 en la FU dedicándose desde entonces a buscar nuevos campos de aplicación para la Informática, diseñando un nuevo método para conducir una Mini–van a través de un Iphone, y tras este éxito se formuló ésta interrogante; ¿será posible conducir una automóvil con el cerebro?. Y lo logra con un moderno Pasat que llevaba en su maletero sensores y ordenadores que posibilitan que el auto se mueva gracias a las ondas electromagnéticas enviadas por el cerebro. Toda una maravilla.
Como la Robótica es el área más desarrollada y la que tiene más futuro en el Departamento de inteligencia Artificial que dirige, Rojas dice estar convencido de que los robots jamás alcanzarían la perfección del cerebro humano. Señala que un ordenador = computadora, es invencible en el Ajedrez y puede aprender muchas cosas pero nunca será capaz de mentir que es la forma más alta de la inteligencia del ser humano. Dice también que los ordenadores nos sirven para entendernos mejor a nosotros mismos.
José Ignacio Cirac es un catalán de 52 años de edad nacido en Manresa Director del Instituto Max Planck de investigación en óptica cuántica, quien salió un día a almorzar con el conocido escritor valenciano Manuel Vicent quedando éste de una sola pieza cuando el científico ordenó como único plato una ensalada de rúcula con naranja. José Ignacio tuvo dificultad con el funcionamiento y manejo del salero aunque le indicó que un solo grano de sal contiene más partículas que astros hay en el Universo. Son las observaciones típicas de un genio.
Indica este científico español, que el núcleo y los electrones del átomo que se mueven a increíble velocidad si se enfrían hasta casi el cero absoluto es posible atraparlos individualmente mediante el uso de pinzas ópticas, aunque reconoce que los frutos de su experimentación no se obtendrán hasta dentro de 20, 30 o 40 años. A pesar de ello el Estado alemán le paga la jugosa suma de 22 millones de euros/año, sólo por tener curiosidad y por hacer lo que se denomina ciencia frontera.
Se trata de un físico fuera de los común cautivado por la oscuridad más íntima de la materia el cual intenta descender al mundo subatómico tratando de atrapar la Nada y en ese reino espera un día encontrar sus fantasmas pero no a Dios. Trabaja 16 horas diarias en Múnich rodeado de premios Nóbel, y al finalizar el almuerzo con el escritor antes aludido no ordenó ningún postre, y al darle la mano para despedirse se dijo el literato que con ese gesto se removieron más átomos de oxígeno en el aire que estrellas hay en las infinitas galaxias.
Por último, Carolina Parada es una venezolana que hoy tiene apenas 37 años de edad que cambió las aulas de la Simón Bolívar en Caracas por la John Hopkins en Baltimore, Estados Unidos y con su titulo de ingeniera electrónica hizo un Master y un Doctorado en este último hasta que fue contratada por Google. En la actualidad trabaja en Silicon Valley donde dice sentirse una más y hace casi una década que no vuelve a su Venezuela natal.
En los laboratorios de su empresa trabaja en la comprensión y reconocimiento del lenguaje a través de la voz, y gracias a la tecnología de la cual dispone permite que sólo con la voz se haga una foto; se envíe un SMS excusándose por llegar demorada; que se dicte un correo mientas maneja de regreso al trabajo y hasta solicitar una dirección específica, giro a giro, sin necesidad de dejar de mirar el pavimento de la carretera por la que se desplaza.
No creo faltar a la verdad al afirmar la probabilidad de la existencia de algunos compatriotas nacidos en esta media isla que puedan llegar a ocupar posiciones de relevancia en Universidades y Centros de Investigación y Experimentación en los países desarrollados, pues si la Genética nos enseña que los genes establecen diferencias bajo igualdad de condiciones, su activación, expresión y silenciamiento estarán condicionados por los factores ambientales y su entorno celular. Esto último se conoce como Epigenética.
Todos nacemos con una dotación cromosómica – en esto dominicanos, alemanes y escandinavos somos iguales – suficiente para destacar en algo (salvo casos de cretinismo e idiotez congénitas) y aunque algunos como Mozart y ciertos físico- matemáticos dan nuestras de precocidad, por lo general se reclama la presencia de determinados requisitos para la plena manifestación del genoma o ADN que poseemos, dándose el extraño caso de individuos que descubren su genialidad cuando son ya adultos.
En nuestro país las condiciones para alentar la expresión de nuestras habilidades e inteligencia son muy precarias, y en nuestros campos, barrios y ciudades personas que en otras latitudes hubiesen sido excelentes médicos, celebrados pintores, reconocidos químicos, respetados físicos o acreditados biólogos marinos, terminan como empleados de La Sirena, costureras en Zonas Francas, madre soltera con cuatros hijos en Bohechío, capataz en una finca ganadera de Nisibón o prestamista en la localidad de Chulumpún.
En los países desarrollados existen especialistas que rastrean los estudiantes más sobresalientes desde los grados mas elementales de la escolarización, conociendo en Túnez un caso muy sui generis: un cazatalentos intentaba por el contrario localizar a los más rezagados, desaplicados al advertirme la posibilidad de que entre ellos existiese como una especie de indiferencia hacia todo lo que a su edad interesaba a los demás, y su mente por consiguiente estaría concentrada en algo excepcional que era necesario conocer. Esta fijación, esta rareza sería a su juicio un indicio de genialidad extravagante digna de estimular, perfeccionar.
Aquí por las condiciones prevalecientes – bullying a los raros, pensums incompletos, desaliento a cualquier vocación artística, subdesarrollo galopante y métodos de enseñanza obsoletos entre otros – la juventud en su gran mayoría anhela emigrar, irse al extranjero, no únicamente porque tiene la fuerza de trabajo indispensable para trabajar en cualquier cosa sino también, para desarrollar sus capacidades intelectuales, aprender algo que desconocía en su país natal que en la actualidad facilita su incorporación en el mercado laboral.
Esperamos que así como en el beisbol y vóleibol – lamentablemente físicos- tenemos en el firmamento internacional brillantes estrellas, en el campo de la Medicina, las Artes, Ciencias, Modas y Tecnologías tendremos en el porvenir excelentes embajadores en los grandes Centros e Institutos de reputación mundial, aunque nos quede la amargura de que no obstante haber gastado su familia y el Estado mucho dinero en su formación inicial, al final sean los países receptores los beneficiarios de sus servicios.