“El río invierte el curso de su corriente. El agua de las cascadas sube. La gente empieza a caminar retrocediendo. Los caballos caminan hacia atrás. Los militares deshacen lo desfilado. Las balas salen de las carnes. Las balas entran en los cañones. Los oficiales enfundan sus pistolas…”.(Fragmento Poema 48, La Ciudad. Gonzalo Millan (1979). A propósito del golpe a Salvador Allende).

1-Amor y crimen son palabras que nunca deberían construir significado juntas; pero el orden social dominicano (la forma en la que la vida se produce y reproduce en formas, prácticas y vínculos) está cargado de reducciones y de distorsiones en la manera en la que nos pensamos, tomamos decisiones y actuamos, pública y privadamente, construyendo nuestra identidad particular y nuestra identidad colectiva con otros. Hemos creado una sociedad patriarcalmente violenta, o quizás sea mejor decir que hemos perpetuado la organización violenta y machocéntrica de las relaciones sociales que datan de nuestro pasado colonial, de los conflictos entre caudillos territoriales, de nuestras dictaduras y más recientemente de nuestros simulacros de democracia. Nos hemos organizado alrededor de una ficción a la que llamamos República y no hemos podido solucionar uno solo de nuestros profundos problemas estructurales y fundamentales.

2-No comprendemos el significado de democracia e institucionalidad, y nos hemos vinculado al Estado y a la economía no para servir o crear valor sino para, en el mejor de los casos, crear posiciones de ventaja comparativa contra unos (y subordinando a otros) y desde esa ventajas comparativas lograr procesos intensivos y extensivos de acumulación de dinero, bienes y accesos con los cuales crear un “efecto demostración” desde el que podamos imponer códigos y estilos de conducta que al final expresan éxito, poder y diferenciación de clase. En las aulas escolares y universitarias, en los hogares, en los centros de trabajo, en la práctica de gobierno y legislación y sobre todo en los medios de comunicación hemos forjado (y moldeado) un ser colectivo que se alimenta de patrones de conducta cuyos pilares están basados en escalar (“llegar”), corromper, imponer y sobre todo poseer. Hemos aprendido a crear, acumular y gestionar poder social ejerciendo la violencia simbólica, verbal y física sin miedos ni vergüenzas, y mucho menos pensando en consecuencias.

3-Hemos perdido (o no hemos podido encontrar) significados comunes y consensuados para términos como embarazo, aborto, infancia o niñez, adolescencia, adultez, sexualidad, orgasmos, placer, amor, pareja, propiedad, humanidad, mujer, hombre, política, poder, dinero, delito, gobierno, liderazgo, democracia, convivencia, ética, honradez, responsabilidad, roles, criterio, prudencia, tolerancia, matrimonio, divorcio, convivencia, vivencias y sobre todo consecuencias.

4-La lista pudiera ser más larga para expresar vacíos y carencias de interpretación, comprensión y comportamiento pero no se trata de letanías conceptuales, sino de detener la marcha hacia la autodestrucción identitaria y aprender de la pandemia violenta e impune para construir un nuevo tipo de organización colectiva desde una cultura con significados de madurez, profundidad ética y lógica del bien común.

5-No vamos a revivir a Emely Peguero, ni a ninguna de las niñas, adolescentes y mujeres que mueren con alta frecuencia en hospitales, en casas y en espacios públicos, víctimas de cualquiera de los tipos de violencia: la machista, la de Estado o la económica. Lo que sí pudiéramos hacer, quizás por primera vez, es aprender a leer los fenómenos sociales que en cada coyuntura nos muestran nuestros rostros cada vez más deformados y distorsionados, o tal vez pudiéramos evitar la propagación de mensajes cargados de morbo insensible o mucho mejor pudiéramos decidir romper vínculos con las estructuras de poder político, económico y social que durante décadas han degradado nuestras instituciones, roles y posibilidades de una vida distinta y mejor. Quizás no seamos Gonzalo Millan en el poema 48 dedicado a Salvador Allende con el que se inició este texto, no vamos a regresar la violencia, ni el odio, ni el crimen, ni a las mujeres víctimas de estos a la vida, lo que sí podemos hacer es sustituir la violencia por poesía y conciencia, y crear una pandemia de sensibilidades y amor en las aulas, en las casas, en las instancias de gobierno y en los medios de comunicación, por Emely y por todas las que como ellas hoy no pueden regresar. Al menos eso se merecen.

¿No creen?