Me place haber sido elegido por mi querida amiga Emelda para estar en esta ceremonia de lanzamiento de su último libro, Historiografía y literatura de Salcedo 1865-1965, ya que si bien lleva el apellido Ramos, no suele andar por los ramos cuando se enfrenta a la tarea de poner pies en tierra los elementos de su trabajo de investigación, más que históricos o literarios, propiamente sacramente familiares, como es este, hecho con verdadero amor al rincón de su nacencia y de sus amores.
Puedo hablar con absoluta propiedad por dos razones: La primera es que vengo también de una aldea abierta y cosmopolita en su origen, que tuvo el nombre de una cañada y el de un río como base: Pimentel fue Barbero y fue el Partido de Cuaba. La Segunda es que, por alguna razón de orden geográfico entre Barbero y Juana Núñez existe un extraño vínculo de afinidades, desde que el árabe Elías Tabar, avencidado en las veras de los rieles pimenteleños emigró a Salcedo que había sido un centro de acogida de los hijos del Imperio Otomano a lo largo del pasado siglo. Para nosotros, por extraña coincidencia, distinguidos médicos como Arnaldo Cabral de trágica desaparición en Río Verd; luego Manuel Ortega, que dejó por allá trazos de su sangre, y finalmente Marino Toribio Bergés, vinculado por su madre a nuestro pueblo, que llegó con Fe Ortega su hermosa compañera, joven y bella flor salcedense, y más tarde casó con Esperanza Rondón para seguir la trilogía faltando la Caridad. Junto a ellos o detrás de ellos hubo ayudantes, obreros, gentes de toda laya y condiciones que mantuvieron una especie de hermandad pueblerina.
Leyendo este libro nos damos cuenta de otro detalle en el cual sin duda alguna Salcedo es único y ejemplar. Los nativos de los feraces campos del Valle del Cibao donde está enclavado no son discriminados como “campesinos”, sino que, es tradición que cualquiera que haya nacido o vivido dentro de los límites geográficos de la antigua común y ahora municipio cabecera de provincia: Es de Salcedo. Regularmente hay una discriminación nacional con un pero, sí, es de allá, aunque nació en tal o cual paraje o sección. Incluso, hoy día es imposible saber si hay más profesionales y personas importantes social y culturalmente hablando que sigan residiendo en sus lares nativos o mantengan sus vínculos familiares en ellos, incluyendo a nuestra autora y el culto a las Hermanas Mirabal.
Excusen haberme ido aparentemente por los ramos, pero es preciso para poner pie en tierra que continuemos ocupándonos de este texto que desde su portada muestra esos árboles jóvenes en el parque central, junto a la Iglesia, que le dieron su sobrenombre de Villa de los Almendros.
Luego cuando abrimos el índice nos asalta un Giovanni Brito Bloise en el prólogo, que también nos lleva a los Caputos y con ellos a los italianos mezclados en los primeros tiempos con los árabes, que explican el fenómeno de la hermosa cosecha de hembras y varones de rasgos poéticamente hermosos, que abundan en ese pueblo. Luego asistimos a una minuciosa y en cierto sentido, también única, investigación detectivesca y arqueológica de esta Emelda que no se conforma con un detalle sino que busca hasta el último rasgo de ADN de sus personajes.
Para los que nos fascinamos cuando hayamos un trasunto cualquiera de unos hechos que pasaron desapercibidos a otros horribles trabajadores, como dijera Arthur Rimbaud, como los que han buceado en la antigüedad de Juana Núñez o de algunos de los ejemplos de literatura o de magisterio de la palabra en general que componen esta veintena de personalidades que ella estudia, de las cuales cinco son féminas y el resto varones, es decir el veinticinco por ciento, algo notable en la época investigada, bien conocemos la angustia y el goce que se experimenta al poder mostrar algo que la turba letrada que rastreó los mismos territorios, no pudieron o supieron encontrar.
Si algo es relevante en este texto, es precisamente el aporte invaluable que ella hace, al encontrar ese detallito fundamental que se le había escapado a historiadores con oportunidades mayores que la suya de rastrear orígenes como en el caso de monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, a pesar de los valiosos e imprescindibles hallazgos mostrados en sus libros, para dar un ejemplo clásico. Además, según su declaración. ella ha evitado opinar en forma crítica la calidad de las muestras que ofrece, manteniendo una distancia muy conceptuosa con las fuentes. Ese respeto es invaluable en comunidades pequeñas, aunque ahora desborden en número de habitantes, los que interesan al escritor siempre serán los mismos de siempre.
No quisiéramos pecar de excesivos en estos comentarios, pero cuando se es, como hemos dicho de un pueblo, y ese pueblo está localizado en el nordeste del país, que lo componen las provincias Hermanas Mirabal, Duarte, Sánchez Ramírez, María Trinidad Sánchez y Samaná, rica en temperamentos literarios pero sin una antología común. poemas como ese en prosa de Modesta Espinal Durán, escrito modestamente, valga la redundancia, como un simple artículo, ese Mi primer beso, para nuestro gusto, alcanza un nivel de prosema, de prosas con sentido, como hemos señalado acerca de esos textos líricos que aparentemente no se escribieron como poesía pero que son más poéticos que multitudes rimados o sin rimas.
Además, hay un despliegue de personajes realmente históricos, de hombres que lucharon por nuestra libertad y padecieron no solo prisiones y torturas sino hasta exilios y muertes si hablamos de las que más duelen: Las alevosas de las Hermanas Mirabal y su conductor y la de otro ser humano espléndido que fue el doctor Manuel Tejada Florentino, ni las tres primeras ni el último han podido ser sustituidos, especialmente, este último y Minerva.
La presencia de la maestra de maestras María Josefa Gómez es constante en la formación de los personajes historiados. Ella es un símbolo tan alto y hermoso como los samanes que plantó en el Alto de Jayabo.
De Mélida Delgado Pantaleón ¿quién que tenga nuestra edad no fue alguna vez personaje de su Criolla?. Yo fui Ciriaquito a mis seis o siete años en Campeche Arriba, donde mi madre la presentaba y acudían de pueblo y campos aledaños a disfrutarla.
Realmente, no lo digo solo por ser un pueblerino de la misma región, sino por ser una realidad: Este volumen que ponemos a circular hoy tiene otros valores que debemos destacar y aunque sea muy a vuelo de pájaro, señalaremos algunos otros, si no lo hiciera ni nuestra presencia tendría ningún sentido ni el esfuerzo de Emelda.
Un escritor de las nuevas generaciones, Alex Ferreras, a quien le hice llegar la noveleta Silvana, una página de la Intervención, de Juan A. Osorio Gómez, para su tesis de doctorado sobre la literatura en la Invasión del 16, quedó fascinado, y esto, que no supo que además fue un poeta popular ni todo lo que este mártir de los gringos padeció; como tampoco sabe que Doroteo Antonio Regalado, sufrió peores castigos de los yanquis y que su odisea como campeón del obrerismo, de ideas avanzadas para la época, le ocasionaron traumas físicos y que en un folleto titulado Mi vía crucis, aparece la narración suya y de los periódicos de la época.´
Entre las maestras que cita está la pieza oratórica de María Teresa Brito al entregar la medalla que el pueblo otorgó a Francisca Ramona Molins.
Entre los historiadores cabe destacar a José Francisco Tapia Brea y en especial a Francisco Nicolás Rodríguez biógrafo de Manuel Tejada Florentino y de Minerva Mirabal.
Hay también un desfile de poetas y de rimadores que van desde el mítico Salvador Rosario, de quien ella no pudo tener fotos ni muchas muestras, apareciendo como pionero; le sigue Manuel de Jesús Paulino, poeta popular; Armando Cabral que hubo de compartir prisión con Fabio Fiallo en los días oprobiosos de la Intervención, que es el clásico poeta bohemio de una comunidad, de fácil inspiración; el venezolano Boanerges Sarmiento Roig, que se convirtió en un salcedense más; aparece José de Jesús Florencio, Chepe, un agrimensor lírico; el banilejo Laudiseo Sánchez, don Tello, que dejó De mi pensil florido, versos modernistas; es citable Agripina Cabral de Macarrulla que fue postumista en sus versos libres; no podemos olvidar a Sergio Amaro Mejía, ni a Antonio J. Tatem Mejía, víctima de la dictadura, que padeció las torturas de la 40 y Héctor Francisco Osorio, diplomático, a quien en sus últimos años encontré en su pueblo y me dijo algunos versos.
En fin, como bien dice Juan A Osorio en el prólogo del libro de Manuel Tejada Florentino: Salcedo, una provincia en la historia: «Arrancar de los archivos los hechos que la integran para depurarlos y darle vida, reclamaba pasión vehemente por la historia, vocación literaria y sentir a Salcedo corazón adentro.» Algo que mutatis mutandis podríamos aplicar a nuestra autora, que hablando de Nicolás Rodríguez, señaló lo que utilizamos para concluir con real broche de oro, nuestra intervención:
«En el contexto de los pequeños pueblos como el nuestro, carentes de archivos, donde para reconstruir hechos trascedentes, innúmeras veces lo único que nos apoya es la historia oral, más allá de su valor estético literario o apologético, el valor documental de las biografías es crucial. Esto así, porque ellas revelan entre líneas, aspectos de la realidad y de la acción humanas, que iluminan el dato y completan la visión que del mundo y de su entorno tiene el biografiado.»
Y esto es lo que a grandes rasgos ha hecho Emelda Ramos en este viaje por el pasado de su pueblo que ha titulado Historiografía y literatura de Salcedo 1865-1965,
1ero. de marzo de 2018, Archivo General de la Nación.