De vez en cuando y de cuando vez en vez, que nos recuerda aquel eslogan de que no es lo mismo, ni es igual, aparecen en la prensa nacional declaraciones de personalidades que merecen el Premio a la Ingenuidad Real o Premeditada, como las que ha manifestado el embajador de Canadá en Dominicana, quien es un buen conocedor de este país pues estuvo en tiempos de Balaguer desarrollando, o algo parecido, un proyecto de siembra de plantas aromáticas.

El embajador canadiense, afirma que la República es maravillosa, y en eso tiene toda la razón, absolutamente toda. Imagínense lo que debe significar para un habitante de los hielos inmensos, de los extremos bajo cero, de cielos encapotados durante una gran parte de año, con tormentas espantosas, llegar a un paraíso de verdad, nada de tópicos de folletos turísticos, con playas tropicales increíbles, temperaturas cálidas todo el año, vegetación exuberante, frutos exóticos y jugosos, preciosas Evas amables y risueñas, y muchos tesoros escondidos en sus arenas que solo los políticos y unos cuantos avispados más conocen donde están enterrados.

Es decir, un puro relato de las novelas y películas  de aventuras de antes. Solo falta el lorito que el capitán pirata con pata de palo llevaba como su más fiel confidente en el hombro por todo su barco. Y es este auténtico paraíso, en versión moderna, con próximas y horrorosas torres verticales en sus costas, es el que atrae a tantos habitantes de ese país norteamericano y de otros muchos, bienvenidos sean de corazón, convirtiéndolo en el más atractivo y deseado del Caribe.

Ahora, con lo que no estamos de acuerdo, ni un chin, es más, ni un chin-chin, con el señor embajador es con eso de que aquí está lleno de  oportunidades para los jóvenes. Parece como si fuera la única persona en el país a la que le han impactado los rimbombantes anuncios del Gobierno.

Tal vez lo dice como diplomático que quiere estar a bien con nosotros, con el Gobierno y el resto de los dominicanos echándonos diciendo esos piropos tan lindos, como lo hacen todos los de su profesión cuando desembarcan o viven en territorio extranjero, o quizás para que los miles de dominicanos que quieren marcharse a su país desistan de hacerlo, lo cual es muy posible porque a ese enorme, bello y próspero Canadá es la quimera de cientos de miles de inmigrantes, no solo de aquí sino de todo el planeta, y va siendo hora de cerrar la llave de paso, y por eso están endureciendo -es su privilegio- las condiciones para obtener su entrada permanente.

El señor embajador de Canadá debe saber muy bien, por la misma condición de su cargo, como ya hemos comentado en un artículo anterior, que hay un 52% de trabajo informal, que los que lo hacen en el formal, la gran mayoría ganan 250 miserables dólares o menos, en un país donde todo es caro, y que la mitad de sus habitantes quiere coger las de Villa Diego, o sea, emigrar.

Este panorama es poco prometedor y, la verdad, no sabemos muy bien dónde están esas oportunidades, ni cómo hacerlas realidad. Tal vez desde una buena residencia de la que no se paga dinero del propio, desde un buen sueldo en dólares que en un solo día se gana lo que un mes de un trabajador, y desde un excelente posición social privilegiada que abre tantas puertas y relaciones, las grandes oportunidades se ven desde una perspectiva muy diferente a la que se tiene montando doce horas un motoconcho,  empujando un carrito de helados, o tragando humos y grasas en una fritanga callejera.

Es posible que el señor embajador de Canadá haya estado tanto tiempo aspirando el aroma maravilloso de esas flores aromáticas dominicanas, y por eso ve nuestro país como un enorme campo de rosas y lavandas.