Dice la Constitución Dominicana en su artículo 61, que toda persona tiene derecho a salud integral. Significa que el Estado debe proteger la salud de las personas, el acceso a agua potable, el mejoramiento de los alimentos, de los servicios sanitarios, las condiciones higiénicas, el saneamiento ambiental, así como procurar los medios para la prevención y tratamiento de todas las enfermedades, asegurando el acceso a medicamentos de calidad, dando asistencia médica y hospitalaria gratuita a quienes la requieran.

Afirma, además, que el Estado garantizará, mediante legislaciones y políticas públicas, el ejercicio de los derechos económicos y sociales de la población de menores ingresos y, en consecuencia, prestará su protección y asistencia a los grupos y sectores vulnerables; combatirá́ los vicios sociales con las medidas adecuadas y con el auxilio de las convenciones y las organizaciones internacionales.

Ergo, cuando se solicita que el Estado cumpla y garantice lo que está plasmado arriba, no estamos actuando mal. No estamos actuando porque nos caigan mal las personas que por representación delegada en el marco del ejercicio del pluralismo político están a cargo de la conducción y administración de los bienes públicos. Lo hacemos porque ese es el trabajo que deben desempeñar y si no está funcionando, quiere decir que hay ajustes que deben realizarse. A mí me sorprende sobremanera, cuando le dices a un funcionario público, sobretodo del área económica que el Estado debe hacer lo que dice la Constitución y te miran como si fueses extraterrestre.

El artículo 61, toca muchas aristas, pero hoy,  quiero compartirles este desahogo existencial de una muy querida y joven médica, que siempre escucho hablar sobre la realidad de la atención en salud en el país. Le pedí que me escribiera dos párrafos sobre todo lo que ella siente en sus estudios/ejercicio de la medicina. Y lo que escribió me pareció tan interesante, que voy a compartírselos de forma íntegra y luego reflexionare un poco sobre la vida.

“REALIDADES…

Todos los días se vive un mundo aparte o una realidad distinta que jamás podríamos imaginarnos, a no ser que usted trabaje o solicite el servicio en los hospitales dominicanos. Sí, esos edificios enormes por los que usted y yo pasamos cada día en nuestros autos. Nadie imaginaria que detrás de esos grandes muros, dentro de esas edificaciones todos los días se libran grandes batallas de muchas índoles; tanto por el personal de la salud que es el que brinda el servicio, la familia de la persona necesitada del servicio en ese momento y el paciente mismo como ente central y más importante en todo el sistema de salud, quien es que en ese momento de su vida está aquejado por una dolencia que no pidió, ni deseó tener y por la cual tiene que buscar ayuda. Esta “AYUDA” se le ofrece en nuestros hospitales de una manera que podemos decir “a medias”. ¿Por qué? Porque somos los mismos prestadores que brindamos servicio privado, los que brindamos el servicio público, pero este a su vez, dista mucho de ser parecido. Por las excusas que sean, no importa. Pero el trato al enfermo a nivel público y a nivel privado es distinto. Ya sea por la calidad del  medicamento administrado, por la falta de disponibilidad del personal para administrar el medicamento a las horas correspondientes para su correcta efectividad, la falta de suministros de material gastable para brindar un servicio higiénico y con bajo riesgo de contaminación, donde se les garantice seguridad tanto al paciente como al personal que le atiende. O la falta de reactivos en los laboratorios clínicos para la realización de analíticas necesarias para el seguimiento del paciente. Y le sumamos a esta lista falta o poca disponibilidad de recursos técnicos, llámese aparatos de ventilación mecánica, electrocardiograma, ecocardiograma, espirómetros, etc., que son tan necesarios y en muchos casos vitales para preservar la vida de quien va buscando la ayuda al servicio de salud.

Pero estas son realidades profundas y con un trasfondo sombrío, en vista de que cada grupo sufre:

Sufre el personal de salud por trabajar largas jornadas, con sueldos paupérrimos y en condiciones infrahumanas. Y son quienes dan la cara directamente al enfermo y sus familiares, quienes a su vez sufren aún más al ser las víctimas principales de este sistema, donde un enfermo necesariamente debe estar con un familiar o varios. Quienes de momento deben de renunciar a la rutina de su vida cotidiana, para realizar el trabajo que le correspondería a un trabajador del Estado,  si otro fuese el país, por citar un ejemplo: salir del centro público donde se está recluido a realizar analíticas de laboratorios básicas a otro centro privado, donde sí se ofrezca dicho servicio; durante ese momento otro familiar debe quedarse con el enfermo para cuidar de él, dígase: alimentarlo, bañarlo, cambiarlo, subirlo, bajarlo, entre otras, en vista de que el personal destinado para esto no existe o en caso de que existiese, no da abasto. Y sobre todo quien más sufre: El paciente, el usuario, el cliente como lo quieran llamar, pero en definitiva quien está verdaderamente jodido por perder la salud en un país donde no se le garantiza nada, ni siquiera la cama, la camilla o una silla en la emergencia de un hospital. Donde si usted necesita sangre; ese líquido tan preciado que forma vital de su cuerpo, si usted no cuenta con 50 familiares dispuestos a salir por ahí, con el dinero en la mano, que nunca será menos de 3,000 pesos por unidad de sangre, usted lamentablemente no recibirá esa transfusión.

Pero insisto, son realidades por las que todos sufren, porque nadie en el personal de salud de una institución pública quiere que su paciente no evolucione hacia la mejoría, sabemos que tampoco los familiares y muchos menos el propio enfermo”.

Me surgen tantas cuestiones, quien escribe esto  está en los hospitales y es brillante, así que le creo, pero si como dice mi querida amiga, todo el mundo sufre, ¿Por qué no logramos hacer el cambio? ¿Que nos falta? ¿Que nos impide transformar esta terrible realidad? Tengo la plena seguridad de que no se necesitan más estudios, demasiado dinero invertido en la Reforma del Sector Salud, así que se sabe lo que debe hacerse. No tengo una relación cercana con la Ministra de Salud, pero me parece que es una mujer sobria, que está trabando con voluntad de servicio. ¿Dónde está el tranque? ¿Por qué los hospitales siguen con tal situación tan crítica?

Tantos y tantos intereses alrededor “del negocio de la salud”, ojalá este país entienda que, si queremos seguir viviendo en él, todo el mundo tendrá que ceder un poco de sus ganancias y beneficios personales, en procura de la ganancia y el beneficio colectivo. Y si usted quiere diga que yo lo que soy es una soñadora, que el mundo real es “una selva de cemento y de fieras salvajes”. Pero ahí está Galeano, para darnos otra versión de la vida: Ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. 
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.                                              

Mezclando un poquito la gimnasia con la magnesia, además de la implementación de políticas públicas, de la mejora de la gestión, de la humanización del servicio. Quizás y solo quizás, parecería que las ARS deberían ganar menos y humanizarse más.

Mi deseo de Semana Santa es que la sociedad dominicana entienda que la salud es un derecho, no un favor. Y que logremos implementar todos los planes diseñados para tener un mejor sistema de salud, que garantice medicamentos, insumos, personal de atención. Pero, sobre todo, que garantice educación para una vida saludable, atención primaria, medicina familiar, cobertura de seguro de salud universal. Que se nos haga fácil tener sistemas públicos y privados que funcionen, centrados en el servicio y no en la explotación despiadada de la lógica del capital, que asume que si usted es pobre es porque no se ha esforzado individualmente lo suficiente para superarlo. Amén.