En la vida sólo hay que hacer dos cosas: vivir y leer a Dostoyevski.

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Ignoramos si existen una Justicia y una Verdad en la tierra. Sabemos, en cambio, que este es un mudo de impunidad y de mentira. Quizá sea imposible que los hombres sean del todo justos, pero sí es posible que sean menos injustos.

Rostro

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Dostoyevski: crimen y castigo. Kafka: castigo sin crimen. Woody Allen: crimen sin castigo.

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La justicia, y no el olvido, es el único remedio para la injusticia y el crimen. No hablemos de perdón, de un perdón que nadie ha pedido. Olvidar y perdonar es perpetuar la injusticia. La única arma invencible es la memoria.

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Cuando retorné al país, tas una larga ausencia, alguien me advirtió: “El país está arruinado. Estamos tocando fondo”. ¡Cómo, exclamé, aún no hemos alcanzado el esplendor y ya nos creemos en decadencia!

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Aquel joven escritor me dijo un día: “No soporto a Dostoievsky”. Bastó que me dijera eso para que enseguida lo considerase mi enemigo. No supe qué responderle. Mi amigo Plinio lo hizo por mí: “Si no soportas a Dostoyevski es porque no te soportas a ti mismo”. Quedé vengado.

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El amor: la mayor de las ilusiones. ¿Pero acaso puede alguien darnos lo que el universo entero nos niega?

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La mujer cuando te quiere: “No puedo imaginarme la vida sin ti”. La mujer cuando deja de quererte: “No puedo imaginarme la vida entera contigo”.

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Razones para un discreto consuelo. Piénsese, por ejemplo, que siempre seremos infinitamente peores que ayer, pero sin duda infinitamente mejores que mañana.

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Escucho a muchos quejarse del olvido de los pueblos. No es que los pueblos olviden, como se pretende: es que hay que ayudarles a recordar. Simplemente no han aprendido bien a ejercitar la memoria.

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Me hallaba desconcertado por un amor no correspondido. Entonces un amigo árabe vino a recordarme lo que ya sabía: que la mujer, como toda sombra, huye de ti cuando la persigues, y te persigue cuando la huyes.

No violencia

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El suicida cuenta con motivos legítimos para suprimirse, pero se olvida de esta razón poderosa para seguir viviendo: que este mundo detestable no se merece su heroico acto final.

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En la vida de lo que se trata es de desear. Vivir es desear. El deseo puro es exceso: es insaciable. Renuncia a los objetos, a menudo los cambia. Sabe que ningún objeto podrá saciarle nunca. Por eso, no busca lo definitivo en un objeto deseado; tampoco, como es de esperar, lo encuentra jamás. Un objeto remite  a otro, un deseo engendra otro, y así inacabablemente.

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La filosofía nace del asombro, de la extrañeza del hombre frente al Cosmos y frente a sí mismo. ¿Pero acaso no hemos perdido ya los hombres de este nuevo siglo la capacidad de asombro?

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Ser nihilista es hoy quizá la forma más honesta de ser lúcido. Y también la forma más lúcida de ser honesto.

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En nuestro mundo, la condición del intelectual –un ser que hace de la vida un ejercicio del entendimiento- no puede ser sino un contrasentido, un pobre gesto, una vida y triste paradoja. El intelectual no puede comprender la existencia. Puesto que no hemos nacido para conocer, sino para existir. El fin de la vida no es el conocimiento: es vivirla. Ser intelectual es entonces un equívoco radical, una vana pretensión, un gesto irrecuperable.

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Santo Domingo es un estado mental. Nada, absolutamente nada en este país debe tomarse muy en serio, empezando por el país mismo. Nada, ni siquiera la propia existencia.

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¿Es que se puede hablar honestamente entre nosotros de posmodernidad, más allá de la mera especulación académica o de la extrapolación de esquemas? Nosotros ni siquiera hemos entrado plenamente en la modernidad. Deberíamos aprender a pensar con cabeza propia.

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El viaje a la madurez es un viaje doloroso y desgarrador. El fin es el viaje mismo. Es como ir montado en tren sin saber exactamente cuándo se ha subido a bordo, en qué momento se ha emprendido el viaje. Cuando uno viene a darse cuenta, ya está embarcado en él.

Escultura

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Que la vida no tiene ningún sentido es una verdad tan manifiesta que no necesita demostración alguna. Esa verdad no se argumenta: se siente, se vive y se nos impone como una terrible evidencia. Deberíamos aprender a vivir cada día con ella y hallar en ella un motivo de profundo regocijo.

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Es forzoso que, tas las locuras y los extravíos de juventud, tarde o temprano asumamos la edad de la razón, una “edad razonable”, vital y neurálgica, más íntima y cercana a nuestras entrañas que la razón conceptual o pura. Quien la haya asumido ha de saber guiarse por la cordura, preservadora de la vida, pues ha decidido seguir viviendo. Lo único verdaderamente importante es vivir, amar y preservarse.

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Mañana entraré en la edad de la razón. He llegado ya a la mitad de la vida. No sé en absoluto lo que será de mí en los años que vendrán, ni cuánto tiempo me queda. Sólo sé que he decidido seguir viviendo. El tiempo avanza, la vida fluye, le digo que sí y me dejo llevar.