En el 2007 la cadena de televisión alemana Deutsche Welle reconocía el blog “A mis 95 años” como “la mejor bitácora en español”. A su autora, la española María Amelia López, su nieto le había abierto un blog con ocasión de su 95 aniversario. María, que había sido toda su vida ama de casa, reconocía en una entrevista que, cuando le explicaron qué era Internet, “me asusté”. Pero pronto el recelo se trocó en gozo: “Me comunico con todo el mundo –afirmaba–, expreso lo que pienso y lo que siento. […] Ellos dicen que aprenden de mí, pero yo estoy aprendiendo de ellos y de su bondad”. Dos años después, cuando falleció María a los 97 años, sus artículos (dictados por ella y tecleados por su nieto) habían recibido más de un millón y medio de visitas. Miles de personas expresaron sus condolencias y los principales periódicos del mundo se hicieron eco de su muerte.

El caso de María podría sorprender a quienes consideren la vejez como una fase vital marcada por la negatividad, los achaques físicos y el retraimiento social. Pero no, desde luego, a aquellos familiarizados con la historia de la cultura y la creatividad humana. Entre los escritores, Cervantes concluyó Don Quijote a los 68 años (uno antes de morir), y Goethe el Fausto a los 82; entre los pintores, Tiziano, Monet o Picasso pintaron algunas de sus obras maestras con más de 85 años; entre los músicos, Verdi compuso Falstaff a los 80 años y Toscanini dirigió orquestas a los 87; entre los actores, Paul Newman y Judi Dench realizaron grandes papeles con más de 75 años, y Christopher Plummer conquistó el Óscar con 82; entre los directores de cine, Éric Rohmer, Clint Eastwood y Woody Allen han dirigido joyas del séptimo arte con más de 70 años, y los dos últimos siguen todavía en activo; entre los políticos, hoy José Mújica es Presidente de Uruguay con 79 años, Manmohan Singh es Primer ministro de la India con 81, y Giorgio Napolitano es Presidente de la República Italiana con 87 años.

La vejez es, innegablemente, un período de limitaciones físicas. Pero es también, al mismo tiempo, una etapa preñada de oportunidades, proyectos y anhelos. Cuántas veces, durante los años intermedios de la vida, queda uno prendido en el trajín de las preocupaciones domésticas, familiares y profesionales. Son, a menudo, años de aceleración, de competitividad, de pugna por abrir espacios para uno mismo y su familia. Algo que no sucede en la vejez, cuando el tiempo se remansa, cuando el disfrute se recluye menos en el “hacer” y el “tener” y se expande hacia el horizonte infinito del propio “ser”. En este sentido se expresaba el cineasta Ingmar Bergman, cuando, con 87 años, afirmaba que “envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”.

En la acepción negativa de la palabra, es viejo –no importa la edad– el que se recluye en el pasado, el que se aísla en el caparazón de su yo, el que guarda rencor, el que teme, el que comprime las alas y achica el corazón. Y es joven el que –con 20, con 50 o con 90 años– extrae la savia de la vida; el que entiende cada día como una cosecha de iluminaciones, el que expande sus límites, el que perdona, el que ama, el que asume el pasado, vendimia el presente y explora el futuro. Y, por tanto, la vejez biológica –incluso la ancianidad–, puede ser también una etapa de juventud espiritual. Una etapa de proyectos intelectuales apasionantes (estudiar una carrera, aprender idiomas, escribir libros); una etapa de aporte a la comunidad (a través de la educación de los nietos o del voluntariado social); una etapa de dilatación del amor (como vi en mi abuelo Celso, como veo en mi abuela María Dolores); una etapa de comunicación (con la familia, con los amigos y la sociedad); una etapa de conocimiento del mundo (a través de los viajes y las lecturas); una etapa de pasión espiritual (en preparación para la eternidad). Una etapa en la que no prime la carencia sino la presencia; una etapa, en fin, que la sabiduría y la pujanza espiritual conviertan en la más dorada, fecunda y dichosa de la vida.