FUE UNA experiencia conmovedora. Momentos que hablaron no solo al pensamiento, sino también, y sobre todo, al corazón.
El domingo pasado, en la víspera del Día de la Memoria de Israel por los caídos en las guerras, fui invitado a un evento organizado por el grupo de combatientes de activistas por la Paz y por el Foro de Padres Israelíes y Palestinos en Duelo.
La primera sorpresa fue que se llevara a cabo. En el ambiente general de desánimo en el campo por la paz israelí, después de las últimas elecciones, cuando casi nadie se atrevía siquiera a mencionar la palabra “paz”, un acontecimiento de esa naturaleza es alentador.
La segunda sorpresa fue su dimensión. Tuvo lugar en una de las más grandes salas del país, Hangar 10, en el recinto ferial de Tel-Aviv. Tiene más de dos mil asientos. Un cuarto de hora antes de la hora de inicio, la asistencia era tristemente escasa. Media hora más tarde, había un lleno asfixiante. (Independientemente de las muchas virtudes del ámbito de la paz, la puntualidad no es una de ellas.)
La tercera sorpresa fue la composición de los concurrentes. Había un montón de veteranos de pelo blanco, yo incluido, pero la gran mayoría estaba integrada por gente joven, y por lo menos la mitad, de mujeres jóvenes. Enérgicos, jóvenes resueltos, muy israelíes.
Me sentí como si estuviera en una carrera de relevos. Mi generación le pasa el testigo a la generación siguiente. La carrera continúa.
PERO LA característica destacada del evento fue, por supuesto, su contenido. Israelíes y palestinos lloraban juntos por sus hijos e hijas muertos, hermanos y hermanas, víctimas del conflicto y las guerras, la ocupación y la resistencia (también conocida como el “terrorismo”).
Un aldeano árabe habló en voz baja de su hija, asesinada por un soldado en su camino hacia la escuela. Una madre judía habló de su hijo soldado muerto en una de las guerras. Todo en voz baja. Sin pathos. Algunos hablaban en hebreo, algunos en árabe.
Relataron su primera reacción después de su pérdida, los sentimientos de odio, la sed de venganza. Y seguidamente, el lento cambio de sus sentimientos: la comprensión de que los padres del otro lado, “el enemigo”, se sentían exactamente como ellos; que su pérdida, su duelo, su pesar era exactamente igual al suyo.
Desde hace años, los afligidos padres en ambas partes se han reunido con regularidad para encontrar consuelo en la compañía del otro. Entre todos los grupos de paz que actúan en el conflicto entre Israel y Palestina, son ellos, quizás, los que más alcen el corazón.
NO RESULTÓ fácil para los socios árabes llegar a esta reunión. Al principio se les negó el permiso por parte del ejército para entrar en Israel. Gabi Lasky, el defensor indomable de muchos grupos por la paz ‒Gush Shalom incluido‒, tuvo que amenazar con una demanda ante el Tribunal Supremo sólo para obtener una concesión limitada: a 45 palestinos de Cisjordania se les permitió asistir.
(Esa es una medida rutinaria de la ocupación: antes de cada fiesta judía, el movimiento de la Banda Occidental se corta completamente, con excepción de los colonos, por supuesto. Así es como la mayoría de los palestinos se enteran de las festividades judías.).
Lo que resultó más especial de este caso fue que la confraternización árabe-israelí se desarrolló en un nivel puramente humano, sin discursos políticos, sin las consignas que se han vuelto, dicho francamente, un poco rancias.
Durante dos horas todos fuimos absorbidos por emociones humanas, por un profundo sentimiento por el “otro”. Y nos sentíamos bien.
ESTOY ESCRIBIENDO esto para subrayar un punto que siento muy intensamente: la importancia de las emociones en la lucha por la paz.
Yo mismo no soy una persona particularmente emotiva. Pero estoy muy consciente del lugar que ocupan los sentimientos en la lucha política. Me siento orgulloso de haber acuñado esta frase: “En política, es irracional ignorar lo irracional". O, si lo prefiere, “en la política, es racional aceptar lo irracional”.
Esta es una de las principales debilidades del movimiento pacifista israelí. Es excesivamente racional; de hecho, tal vez demasiado racional. Podemos demostrar fácilmente que Israel necesita la paz, que sin la paz estamos condenados a convertirnos en un Estado de apartheid, si no en algo peor.
En todo el mundo los izquierdistas son más sobrios que los de la derecha. Cuando los izquierdistas están proponiendo un argumento lógico para la paz, la reconciliación con los antiguos enemigos, la igualdad social y la ayuda a los más desfavorecidos, los derechistas responden con una andanada de lemas emotivos e irracionales.
Pero las masas no se mueven por la lógica; las mueven sus sentimientos.
Una expresión de sentimientos ‒y un generador de sentimientos‒ es el idioma de las canciones. Uno puede medir la intensidad de un movimiento por sus melodías. ¿Quién puede imaginar las marchas de Martin Luther King sin "We Shall Overcome” (Venceremos")? ¿Quién puede pensar en la lucha de Irlanda sin sus muchas canciones hermosas? O la Revolución de Octubre, sin su gran cantidad de melodías conmovedoras?
El movimiento pacifista israelí ha producido una sola canción: un atractivo y llamado de los muertos a los vivos. Yitzhak Rabin fue asesinado a pocos minutos de cantarla, el texto manchado de sangre fue encontrado en su cuerpo. Sin embargo, los muchos escritores y compositores del movimiento por la paz no han producido un solo himno que entusiasme, mientras que los promotores del odio pueden recurrir a una gran cantidad de himnos religiosos y nacionalistas.
SE DICE que a uno no tiene que gustarle el adversario para hacer las paces con él. Uno hace las paces con el enemigo, como todos hemos proclamado cientos de veces. El enemigo es la persona que odias.
Nunca he creído en todo eso, y mientras más viejo me hago, menos lo creo.
Es cierto que no se puede esperar que millones de personas en ambos lados se amen. Pero el núcleo de pacificadores, los pioneros, no pueden cumplir con su tarea si no hay un elemento de simpatía mutua entre ellos.
Un cierto tipo de activista israelí por la paz no acepta esta verdad. A veces uno tiene la sensación de que realmente quieren la paz, pero, realmente, no con los árabes. Ellos aman la paz porque ellos se aman a sí mismos. Se paran frente al espejo y se dicen a sí mismos: “¡Mira lo maravilloso que soy! ¡Cuán humano soy! ¡Qué moral!”.
Recuerdo cuánta animosidad desperté en ciertos círculos progresistas cuando creé el símbolo de la paz: las banderas cruzadas de Israel y Palestina. Cuando uno de nosotros levantó este emblema en la manifestación “Paz Ahora”, a finales de los años ochenta, provocó un escándalo. Se le pidió bruscamente que se marchara, y el movimiento se disculpó públicamente.
Para darle un nuevo impulso a un real movimiento por la paz es necesario impregnarlo del espíritu de empatía con la otra parte: usted debe tener una idea de su humanidad, su cultura, su narrativa, sus aspiraciones, sus temores, sus esperanzas. Y eso es válido, por supuesto, para ambas partes.
Nada puede ser más perjudicial para las posibilidades de paz que la actividad de los fanáticos pro-israelíes y pro-palestinos en el extranjero, que piensan que están ayudando a su grupo preferido mediante la demonización del otro. Usted no hace las paces con los demonios.
LA CONFRATERNIZACIÓN entre palestinos e israelíes es una necesidad. Ningún movimiento por la paz puede tener éxito sin esto.
Y aquí llegamos a una dolorosa paradoja: mientras más confraternización se necesita, menos hay.
Durante los últimos años se ha producido un distanciamiento creciente entre las dos partes. Yasser Arafat estaba muy consciente de la necesidad del contacto e hizo mucho para favorecerlo. (Constantemente, lo insté a hacer más.) Desde su muerte, este esfuerzo ha retrocedido.
Del lado israelí, los esfuerzos por la paz se han vuelto cada vez menos populares. La confraternización tiene lugar cada semana en Bil’in y en muchos otros campos de batalla, pero las principales organizaciones de paz no están muy dispuestas a cumplir.
En el lado palestino hay muchísimo resentimiento, un sentimiento (justificado) que el movimiento por la paz israelí no ha admitido. Lo que es peor es que las reuniones públicas conjuntas podrían ser consideradas por las masas palestinas como una forma de “normalización” con Israel, algo así como una colaboración con el enemigo.
Esto tiene que cambiar. Sólo una cooperación en gran escala, pública y sincera entre los movimientos por la paz de las dos partes, puede convencer al público ‒en ambos lados‒ de que la paz es posible.
ESTOS PENSAMIENTOS corrían por mi cabeza mientras escuchaba las palabras sencillas de palestinos e israelíes en esa gran reunión de recordación.
Todo eso estaba presente allí: el espíritu, la emoción, la empatía, la cooperación.
Fue un momento humano. Así es como todo comienza.