“Ella no ta enamorá de mí, pero le gusta como yo le doy; yo la pongo a volar cuando yo le doy besos, pero no ta enamorá de mí”.

Estas son las letras del estribillo de la canción “como yo le doy” del cantante urbano Don Miguelo. Este tema en realidad dice muy poco en base a contenido, pero nos sirve muy bien para entender la razón de por qué los políticos han decidido asegurar su inversión al momento de aportar mediante el clientelismo y el reparto.

Lo que revela esta canción es lo más parecido a una voz que se hizo estruendosa a finales de los años ochentas cuando diferentes sectores opinaron que las famosas “funditas” que otorgaba el extinto líder Joaquín Balaguer, padre del clientelismo, solo llegaban a los compañeros que pertenecían al Partido y por tal razón cuando una persona lograba alguna de estas migajas repartidas en Navidad sin ser del partido vociferaba a todo pulmón “le cogimos la fundita y no somos reformistas”.

Dicha expresión indignaba porque hacía a ese Partido confirmar lo que tras bastidores ellos sabían de que “ella no ta enamorá de mi, pero le gusta como yo le doy”. No simpatizaban por el partido, pero le gustaban los repartos.

Esto sirvió de experiencia y ahora los Partidos buscan asegurar su inversión al momento de darle una determinada suma de dinero a un votante para que el sufragio sea a su favor. Los Partidos reservan millones de pesos para el día de las votaciones pero colocan personas en lugares estratégicos para procurar que la persona “favorecida” con quinientos o mil pesos no tome el dinero y al final vote por otro candidato como solía suceder.

Aunque sepan que “ella no ta enamorá de mí” la esperanza de que “le gusta como yo le doy” mantiene viva el deseo profundo de que en algún momento pueda realmente enamorarse.

También hay que agregar que los Partidos facilitan duplicados de cédulas para quedarse con la original y entregarla al votante “favorecido” después de haberse consumado el voto y legitimar la validez del mismo.

Así mismo en el reparto de cajas navideñas procuran dejar que se infiltren en las filas un par de personas de otros Partidos para hacer creer que existe pluralidad, pero la realidad es que los compañeritos de la base se hacen con la gran mayoría para hacerlas llegar personalmente a la casa de quienes sí se las merecen, lo demás es pantalla.

Aquí, socialmente hablando, el delito de un político puede ser la tacañería, el comesolismo, el no boroneo, pero nunca el ser corrupto o lavador de activos del narco. Si se distribuye barrialmente con cristiano predicamento, la corrupción en sí misma no es un problema. No nos engañemos y dejemos nuestro cinismo para junio: ¿Qué sería de nuestros barrios carenciados, qué sería de algunas prósperas empresas, sin las mieles del reparto de la corrupción?

Así como la industria del cine o la mafia se reeditan y mantienen su constante búsqueda de nuevos métodos para acceder a sus diferentes públicos, los Partidos reciclan sus iniquidades procurando garantizar que la inversión que se hace en un votante produzca sus frutos. Pero también se actualizan porque, aunque ellos malgastan nuestro dinero en migajas para los votantes basados en el axioma de que “ella no ta enamorá de mí, pero le gusta como yo le doy” quieren evitar la burla y el chantaje de quienes, una vez emitido el voto, salen a pregonar muy risueños “le cogimos la fundita y no somos reformistas”.