Siempre que me encontraba con Elizardo Puello le decía lo mismo: “Tú no sabes lo que me  influyó esa primera frase tuya de ‘pase ahora y estudie después’ que oí cuando entré a la carrera”.

La carrera era la de Sociología en la UASD, los años, principio de los Ochenta.

Ahora que Elizardo se nos ha ido vuelven aquellas sensaciones de frescura en la mítica gramita de la Facultad de Economía: esa extraña combinación de sed de amigos, experiencias, conocimientos. Vivíamos juntos todo el tiempo. Crecíamos sin darnos cuenta. Veíamos películas cubanas en el Cine Colonial y también llorábamos juntos cualquier “botadera” o “crisis” o lo que fuera. Se trazaban extensos lazos entre el Disco Club Universitario, el apartamentico de Sandy García –donde se discutió y practicó y sufrió a los clásicos y los místicos, la azotea de Mily De Gracia y las discusiones bajo cualquiera de aquellas matas de mango que luego se esfumarían como casi todo lo hermoso que tuvimos. Los “Cuadernos de la Cárcel” de Gramsci eran tan importantes como los poemas de Benedetti, los textos de Max Weber que comentábamos con Rubén Silié y los 16 éxitos de José José.

Elizardo Puello

Las frases de Elizardo tenían una increíble puntería. “Un sociólogo es un artistas frustrado”, creo recordar que decía. “Mírame a mí, queriendo hacer poesía”. Ciertamente Elizardo era poeta, al igual que chorro de sociólogos, desde los Wilfredo Lozano hasta José Rodríguez, Ramón Tejada Holguín, pasando por Pablo McKinney y naturalmente quien estas líneas suscribe.

Aparte de sus frases, con Elizardo pasaba algo peculiar: disfrutaba el conocimiento, lo compartía, pero le agregaba sus vivencias, la felicidad en el ser y el hacer. No era de esos compañeros sociólogos típicos que te tiraban una mochila de sus crisis particulares para que tú le dieras la página de las Obras Completas que debían consultar, etc. Desde aquel 1982, Elizardo Puello fue una referencia en la amistad y el conocimiento, alguien a quien siempre daba alegría, repasar procesos -¡tantos en esos más de treinta años-. Sin demasiados nombres o teorías o apelaciones a la retórica, lo suyo era un simple aplicar profundas lecturas a lo más simple de la calle y su gente. Nunca quiso ser “político” en el sentido de trazar “el camino de la liberación”, como tantos compañeros que hoy nos asaltan día a día desde sus escritorios y pantallas. Tenía toda la madera para estar en la primera línea de tantos proyectos, pero su modestia se lo impedía. Otras urgencias sociales requerían su pericia: programas de prevención del sida, desarrollo de nuevas comunidades.

No podría decir que tuvimos una grandísima amistad, porque nuestros caminos raramente coincidían, pero siempre lo tuve –y también se lo decía, él mirando para otra parte como para no oírlo- en un muy especial sitial de cariño y admiración.

La última vez que lo vi disfrutamos una larga tarde en un colmado de la Zona Colonial. Estaba haciendo yo hora para ver una exposición en el Centro Cultural de España, cuando Elizardo pasó en un carro super explotado. “¡Poeta!” era su grito de batalla, y ahí mismo se paró. Curiosamente hablamos de poesía, que era su gran pasión. Le recordé el paso suyo por un programa de radio que yo producía en RTVD y del pánico que me generó cuando él dijo: “Ahora voy a leer un poema titulado ‘Mierda’”. Creo que era la primera vez que se mencionó esa palabra en la radio dominicana.

Ahora que Elizardo se nos ha ido, vuelvo a aquella gramita de Economía. Veo a Sandy con Martha y con Juana, a la otra Fernández, a Rosín, a Luis Moreno, a Ana Rita, a Alejandro, Wilson, y a tantos que se me escapan pero que están ahí y por aquí.