La continuación del toque de queda por la nueva administración es un buen ejemplo del miedo al riesgo típico de las burocracias. A la hora de escoger entre dos caminos por donde puede aparecer el lobo, siempre se imita la decisión de otro que, a su vez, lo hizo por lo que vio como manada hicieron otros. A pesar de evidencias que existe la misma proporción de muertes por el virus en países con diferentes grados de cierre de la economía, lo más aconsejable era empezar a cambiar otras cosas y continuar con las medidas autoritarias destruyen todos los días actividades productivas y derechos fundamentales del ser humano a la libertad de comercio, tránsito y asociación, entre otras.

Si al final de esta novela resulta que fue un error el camino escogido, las críticas se repartirán en proporción 60-40, con mayor peso a la administración de la que se heredó la estrategia termina en fiasco. Cambiarla ahora, cuando todavía se están filmando capítulos, equivale asumir el 100% del éxito o el fracaso de la medida. Reconozco que es fácil criticar desde las gradas y querer que se ponga a jugar al sueco aquel que tendrá que abrir los brazos para ser crucificado si aumenta el porcentaje de muertes, con todo y lo agradablemente ridícula que ha resultado ser la letalidad del virus de marras.

Ahora bien, la administración anterior ya nada tiene que ver con los planes para reabrir la economía, ni con la continuación o forma en que se está aplicando el toque de queda. Los desatinos en ambas vías son un pasivo del gobierno actual.  Se ha continuado con la irracional medida de mantener cerradas actividades que pueden estar funcionando con respeto a las normas de distanciamiento social y protocolo sanitario. No existe explicación para dar a unas empresas permisos para operar y a otras no. Lo que es válido para una, en realidad, es válido para cualquier otra donde el dueño, los trabajadores y clientes pueden llegar a un equilibrio que los beneficie a todos.

No parar la producción y comercialización de bienes básicos para la existencia (medicina, alimentos y bebidas) se podía entender en los primeros días de la pandemia, pero ahora se empieza a percibir como un privilegio irritante por parte de negocios limitados o impedidos de operar.  Como también lo ha sido la publicación simultánea del protocolo para brindar a turistas alimentación, bebidas alcohólicas y diversión en un resort las 24 horas del día y videos con operativos violentos de la policía en los barrios populares o balnearios públicos donde se reúnen personas para lo mismo.

Patético ha sido ver a fuerzas del orden esperando a que salgan los parroquianos de un colmado que cerró las puertas y siguió una rumba después de las cinco en el local. La yuca oyendo a otros bailar era arrestarlos por no respetar distanciamiento social con un castigo donde estarán más pegados que en el colmado, porque en la cárcel deben dormir parados, apoyándose con las espaldas, y con el agravante de estar recostado de persona del mismo sexo.  Mientras tanto, en algunos bares o restaurantes del polígono central se alega que esa misma policía resguarda la actividad de ocio de ricos parroquianos, donde se disfruta de vinos, cenas, espectáculos de danza del vientre y puros caros.

Esas medidas discriminatorias también se dan con el cumplimiento del toque de queda. Tener el teléfono de un general es el salvoconducto para paseo recreativo por las carreteras llevan “a las escarpadas montañas del país”.  El “usted no sabe quién soy yo” y “voy a llamar al comandante para que te lo explique” es captado en videos y compartido por las redes sociales que nos muestran quienes aquí son ciudadanos de primera categoría.  Añadan a esto los comentarios cada vez más frecuentes de los pagos informales que supuestamente hay que hacer para evitar ser detenido cuando en los contactos no hay nadie de importancia o recibir preso el privilegio de amanecer en una silla, que el motor aparezca entero y al Sonata no le falten piezas del motor.  Son estos niveles de abusos, reales o no, de ese tamaño o más chiquito, que están provocando un desafío cada vez mayor al toque de queda y un final que no pinta tan feliz como el de la “Rebelión en la Granja”.

En esa novela de George Orwell, los animales que fueron testigos del cambio revolucionario los puso en control de la granja, vieron de manera pacífica y resignada como el camarada Napoleón, apoyado por perros guardianes, cambió el lema “Todos los animales son iguales” por “Todos los animales son iguales, pero unos más iguales que otros”.  No apostaría a que los privilegios a negocios de empresarios ricos y la exoneración del toque de queda a todo con plata o enchufado, sean asimilados con cara de asombro y un simple encogimiento de hombros.  Estamos a tiempo de terminar en paz este affaire totalitario de tratar a seres humanos como animales.