República Dominicana es el único país con el dudoso honor de tener una biblia en la Bandera Nacional. Mientras Suiza considera que su himno es anticuado por las alusiones a Dios y sometió el asunto a votación para sustituirlo por uno más neutral, aquí celebramos, cual orangután fatuo, nuestro patrio anacronismo.
El otro día estallé de la risa al leer, en ese pedazo de papel denominado Constitución, que nuestro Lema Nacional es ¨Dios, patria y libertad¨ (Art. 34) y que cada nuevo Presidente y Vice debe juramentar por Dios al asumir los respectivos cargos (Art. 127).
Todos lo han hecho, por lo que nuestros gobernantes han contado con el aval del altísimo para gobernar. Y, a la luz de los resultados, mucho mejor nos valdría buscar otro testigo.
No abordaré la cuestión de por qué se incluye una figura de ficción en un libro de leyes, cosa tan absurda como incluir leyes en un libro de ficción (Oh… espera), me remitiré a por qué en el escudo de la Bandera Nacional habita una biblia solo por capricho de nuestro padre fundador, quien era un hombre de su tiempo y a la moda en todo el sentido de la palabra (de haber nacido hoy, fuera mozarista). Mas, los tiempos avanzan y, así como la gente dejó de andar en carroza, ya no busca soluciones a sus problemas orando y pocos creen en serpientes parlantes o en arcas con las dimensiones para albergar a toda la fauna global.
¿Cómo se identificarán los ateos con ese simbólico trozo de tela si en el escudo lleva un libro que consideran pura patraña?
¿Y los homosexuales, a los que las Santas Escrituras juzgan merecedores de candela de ultratumba?
¿Y los descendientes de haitianos que practican sus propios ritos y merecen ser respetados?
A medida que ésos grupos continúen organizándose empezarán a exigir neutralidad, y una vez lograda nos pareceremos más al Estado Social y Democrático de Derecho que nos jactamos de ser, y menos a una vulgar teocracia.
No faltan los ingenuos que afirman que la presencia de la biblia en la Bandera Nacional nos protege y ampara, que por eso los huracanes se desvían y el terremoto del 2010 solo afectó el lado Oeste de la isla, donde se sacrifican niños en rituales satánicos.
Individuos que al parecer ignoran que al salir a la calle en este país se enfrenta una triple amenaza: si no son los delincuentes los que te atracan, son los policías, y si no son los delincuentes ni los policías, las chapiadoras.
Eliminar las alusiones a seres mitológicos en lugar de coartar derechos, expande los derechos de los que practican otra religión o ninguna, como país respetuoso de la libertad de consciencia que somos, en teoría.
Además de que es un modo de reivindicar a nuestros eternamente olvidados antepasados taínos, que fueron exterminados por los cristianos, tal como versa aquel poema de Neruda:
Enarbolando a Cristo con su cruz
los garrotazos fueron argumentos
tan poderosos que los indios vivos
se convirtieron en cristianos muertos.
Conviene no solo sacar a Dios de la bandera, sino de las escuelas y los juzgados, por algún lado hay que empezar.
El que lo quiera conservar que lo conserve en su imaginación, a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, la misma biblia lo dice.
El Estado debe mantenerse neutral a estas cosas y no adoptar posturas más propias del Medioevo que de la Sociedad Contemporánea.
Los símbolos patrios no son ETERNOS y una vez establecidos pueden y deben ser modificados para adoptarlos a los valores y principios de la época, en este caso el siglo XXI (por si alguno no se ha enterado).
Llegará el día en que se quitará la biblia de la bandera. Puede que sean diez, puede que sean cien años ¿Por qué sustituirla?
Por nuestra flor nacional.