DENTRO DE UNOS cientos de años, un profesor que esté buscando un tema especialmente esotérico les pedirá a sus alumnos que investiguen las elecciones israelíes de 2013.

Los estudiantes responderán con un informe unánime: los resultados de nuestra investigación son increíbles.

Enfrentados al menos a tres graves peligros ‒reportan los estudiantes‒ los partidos y los votantes israelíes las ignoraron. Como si se hubieran unido en una conspiración, tácitamente acordaron no hablar de ellas. En su lugar, discutían y peleaban sobre temas totalmente insignificantes e irrelevantes.

UN HECHO notable fue que las elecciones se convocaron temprano ‒no debían celebrarse hasta noviembre de 2013‒, debido a la incapacidad declarada del Primer Ministro para obtener la aprobación del Knesset del presupuesto anual del Estado.

El proyecto de presupuesto fue moldeado por el hecho de que el Estado había creado un déficit enorme, lo que hizo inevitable adoptar medidas drásticas. Los impuestos tuvieron que elevarse sensacionalmente y tuvieron que recortar los servicios sociales, incluso más que durante los últimos cuatro años de la administración de Benjamín Netanyahu.

(Esto, por cierto, no disuadió a Netanyahu de decir en sus discursos electorales que la economía israelí estaba en excelentes condiciones, muy superior a las economías de los principales países occidentales.)

Para comparar: las recientes elecciones en los Estados Unidos se llevaron a cabo también a la sombra de una crisis fiscal grave. Los antagonistas presentaron dos concepciones básicas sobre la solución y el debate principal fue por el déficit, los impuestos y los servicios sociales. Esto continuó incluso después de las elecciones y se alcanzó una especie de compromiso, justo a tiempo para evitar la bancarrota nacional.

Nada de eso ocurrió en Israel. No hubo debate alguno.

Es cierto que el Partido Laborista, que se esperaba cosechara alrededor del 15% de los votos, de hecho salió con un grandioso plan económico para los próximos años, compuesto por una selección de profesores universitarios. Sin embargo, este plan resultaba bastante irrelevante para el problema crucial que enfrentaba el Estado el día después de las elecciones: ¿cómo se detiene el agujero de decenas de miles de millones de shekels en el presupuesto de 2013?

El Likud no dijo ni una palabra sobre el presupuesto que tenía la intención de presentar al Knesset. Tampoco el Partido Laborista lo menciona, ni ninguno de los otros doce partidos, más o menos, que estaban compitiendo.

Cuando ponemos nuestras boletas en las urnas, ¿por qué estamos votando? Por impuestos más altos, seguro. ¿Pero impuestos para quién? ¿Será que los ricos van a pagar más, o que la famosa “clase media” pagará más? ¿Qué se va a ser recortar, las ayudas a los discapacitados, a los enfermos, a los ancianos, a los desempleados? ¿Y qué hay del inmenso presupuesto militar? ¿O los asentamientos? ¿Israel va a perder su calificación de crédito favorable internacional? ¿Vamos a caer en una recesión profunda?

Es obvio por qué ninguna de las partes quiere entrar en detalles: cualquier propuesta haría perder votos. Pero nosotros, la gente, ¿por qué dejamos que se salgan con la suya? ¿Por qué no exigimos respuestas? ¿Por qué aceptamos generalidades fatuas, que nadie toma en serio?

Problema No. 1.

ISRAEL SE enfrenta a una crisis constitucional grave, si tal término es aplicable a un estado sin una constitución.

La ODME (“Única Democracia en el Oriente Medio”) está amenazada desde el interior, a lo largo de un amplio frente.

El peligro más inmediato lo enfrenta la Corte Suprema, el bastión más fuerte que queda de lo que fue una democracia floreciente. La Corte intenta ‒bastante tímidamente‒ de resistir las acciones y proyectos de ley más atroces de la mayoría de derecha del Knesset.  Las peticiones a la Corte para que anule las legislaciones manifiestamente antidemocráticas se posponen durante años. (Incluyendo mi propia petición para anular la ley que impone gravámenes enormes a cualquiera que abogue por un boicot de los productos de los asentamientos El caso “Avnery contra el Estado de Israel” ha sido pospuesto una y otra vez)

Pero incluso esta tímida ‒algunos dirían cobarde‒ actuación de la Corte Suprema despierta la furia de los derechistas. Naftali Bennett, el líder del principal partido de más rápido ascenso en estas elecciones (subió del 6% al 12% en pocas semanas) se compromete a rellenar la Corte con sus favoritos.

Los jueces israelíes son designados por un comité, en el cual los jueces vigentes desempeñan un papel importante. Bennett y sus aliados en el Likud quieren cambiar las reglas, para que los políticos de derecha elijan a los jueces. Su objetivo declarado es poner fin al “activismo judicial”, privar a la Corte Suprema de la facultad de anular leyes antidemocráticas y bloquear las decisiones administrativas, como las de la construcción de asentamientos en tierras palestinas privadas.

Los medios israelíes ya están neutralizados en gran medida, un proceso similar creciente al que los alemanes (nazis) solían llamar “Gleichschaltung” (“poner en línea”, “coordinación forzosa”).

Los tres canales de televisión están más o menos en bancarrota y son dependientes de las limosnas gubernamentales. Sus editores son prácticamente designados por el Gobierno. La prensa escrita también se tambalea al borde de la quiebra, con excepción del más grande de los “periódicos” impresos, que pertenecen a Sheldon Adelson y es una hoja de propaganda de Netanyahu, distribuido gratuitamente. Bennett repite la afirmación ridícula de que casi todos los periodistas son izquierdistas (es decir, traidores.) Él promete poner fin a esta situación intolerable.

Las afirmaciones de Bennett son sólo ligeramente más extremas que las del Likud y los partidos religiosos.

En la reunión anual de los jefes de las misiones diplomáticas de Israel en el mundo, un diplomático muy alto preguntó por qué el Gobierno había anunciado la construcción de un enorme asentamiento nuevo en Jerusalén Este, una decisión denunciada en todo el mundo. La pregunta fue aplaudida por los diplomáticos. El portavoz de Netanyahu, hasta hace poco máximo oficial del Ejército, un ortodoxo que usa la kipá, le dijo secamente a los diplomáticos que dimitieran si tienen problemas con la política gubernamental.

Hace unas semanas, el general al mando en la Banda Occidental ocupada decidió elevar el estatus de la universidad en el asentamiento de Ariel a la categoría de universidad. Puede que sea la única universidad en el mundo que recibió su certificación de un general del Ejército.

No hay, por supuesto, ni el más mínimo signo de democracia o derechos humanos en los territorios ocupados. El Likud amenaza con cortar la financiación internacional a todas las ONG que tratan de controlar lo que está sucediendo allí.

¿Evoca este proceso de des-democratización un furioso debate sobre estas elecciones? En absoluto: hay sólo unas pocas protestas débiles. La cuestión no atrae votos.

Ese es el problema No. 2

PERO EL enigma más desconcertante se refiere a la amenaza más peligrosa: la cuestión de la paz y la guerra. El tema ha desaparecido casi por completo de la campaña electoral.

Tzipi Livni ha asumido las negociaciones con los palestinos como una especie de truco de elección ‒sin emociones, evitando la palabra “paz” en la medida de lo posible. Todos los demás partidos, a excepción de los pequeños Meretz y Hadash, no lo mencionan en absoluto.

En los próximos cuatro años, la anexión oficial de la Cisjordania a Israel pudiera convertirse en un hecho. Los palestinos podrán limitarse a pequeños enclaves, Cisjordania pudiera ser llenada con muchos asentamientos más, una violenta intifada podría estallar, Israel puede que se aislara del mundo, e incluso el crucial apoyo estadounidense pudiera debilitarse.

Si el Gobierno continúa en su curso actual, esto conducirá a un desastre seguro ‒todo el territorio entre el mar Mediterráneo y el río Jordán se convertirá en una unidad bajo el dominio israelí. Este “Gran Israel” contendrá una mayoría árabe y una minoría judía que se reduce, convirtiéndolo inevitablemente en un estado de apartheid, afectado por una guerra civil permanente, y rechazado por el mundo.

Si la presión de dentro y fuera eventualmente obliga al Gobierno a conceder derechos civiles a la mayoría árabe, el país se convertirá en un Estado árabe. Los 134 años de esfuerzo sionista se desvanecerán ‒una repetición del reino de los Cruzados.

Esto es tan obvio, tan inevitable, que se necesita una voluntad de hierro para no pensar en ello. Parece que todos los grandes partidos en estas elecciones tienen esta voluntad. Hablar de la paz, en su opinión, es veneno. ¿Devolver la Ribera Occidental y Jerusalén Oriental por la paz? Dios nos libre de siquiera pensar en ello.

El hecho extraño es que esta semana dos encuestas respetadas ‒independientes entre sí‒- llegaron a la misma conclusión: la gran mayoría de los votantes israelíes favorece la “solución de dos Estados”, la creación de un Estado palestino a lo largo de las fronteras de 1967, y la partición de Jerusalén. Esta mayoría incluye a la mayoría de los votantes del Likud, e incluso a cerca de la mitad de los seguidores de Bennett.

¿Por qué? La explicación está en la pregunta siguiente: ¿Cuántos votantes creen que esta solución es posible? La respuesta es: casi nadie. Durante decenas de años, a los israelíes les han lavado el cerebro en la creencia de que “los árabes” no quieren la paz. Si ellos dicen que lo creen, están mintiendo.

La paz es imposible, ¿por qué pensar en eso? ¿Por qué ni siquiera lo mencionan en la campaña electoral? ¿Por qué no volver atrás 44 años, a los días Golda Meir, y pretender que los palestinos no existen? (“No hay tal pueblo palestino… No es como si hubiera un pueblo palestino y nosotros vinimos y los echamos y les quitamos su país. Ellos no existían”. ‒ Golda Meir, 13 de junio de 1969)

Y ese es el problema No. 3.

LOS ESTUDIANTES, dentro de unos cientos de años, bien pueden llegar a esta conclusión: “Esas elecciones israelíes fueron realmente extrañas, especialmente si se considera lo que sucedió en los años siguientes. No hemos encontrado ninguna explicación razonable”.

El profesor, tristemente, moverá su cabeza.