Las pasadas elecciones presidenciales, municipales y congresuales del pasado 15 de mayo, pasarán a la historia como las más fraudulentas, traumáticas y controversiales. Las mismas, tratando de ser sofisticadas -utilizando tecnología de punta-, devinieron en artesanales, con el conteo manual, conforme lo dicta la ley. La tecnología, en vez de ser un apropiado mecanismo expedito para contar el sufragio, se convirtió en un elemento “manipulable” del proceso, obviamente a favor de la reelección. Dicha “manipulación tecnológica” no fue al azar, sino planificada para la trampa, luego denunciada y comprobada en la práctica. Las sospechas del fraude, fueron justificadas y evidenciadas.
Debemos entender que, la innovación tecnológica que se trató de incluir en el proceso electoral, es simplemente parte de lo que puede hacer un candidato oficial y la JCE, con el presupuesto nacional y la fuerza del Estado, poniéndola a su entero servicio y para los fines de su ambición personal.
Es común que los que aspiramos a la diafanidad del proceso, citemos los elementos, acciones y conductas que empañan y trastornan las mismas. Hay insumos, acciones, servicios y travesuras, que se pueden comprar y realizar, con el uso de los fondos públicos, tales como suministro de raciones alimentarias para la sobrevivencia de una par de días vs 4 años de hambre; donaciones de materiales de construccion -varillas, cemento, blocks, madera, zinc; asignación de obras públicas; pago de deudas con los contratistas, por adherencias políticas; designación de tránsfugas en puestos del gobierno; intimidación de la oposición; compra de cédulas; sobornos a delegados y luego robos, desapariciones de actas electorales y quemas de urnas e intimidación con cancelaciones; agresiones de toda índole a los funcionarios electorales -verbigracia del caso del Senador de Valverde Mao-; así como premios y castigos a los militares y policías, conforme a cómo interpretan su accionar durante el proceso.
Sin embargo, existe un elemento abstracto del contrincante oficial, que raramente se debate: la ambición personal, la cual rebasa y supera por mucho la legítima aspiración del individuo y que justifica las acciones anteriores. Dicha característica, por formar parte del componente anímico del individuo, induce a superar todos los obstáculos que pudiesen presentarse para lograr su objetivo.
Las expresiones “Yo quiero mi congreso”, “Yo quiero mis síndicos, regidores, etc”, es una “orden” del jefe, para arrollar a todos quienes se opongan a sus intereses, sin importar cuáles leyes se violenten o quienes puedan perecer a su paso. Ahí reside la causa para las presiones, agresiones y avasallamiento, que han realizado los candidatos del PLD, sobre cualquier autoridad sea electoral, civil, militar o simple ciudadano, para lograr dicho objetivo. Próximamente, escucharemos “Yo quiero mi Suprema, mí Tribunal Constitucional, mi Junta Central Electoral, etc”. Creo que eso no será necesario, pues son instituciones comprables como lo fue el Congreso Nacional, para cambiar la Constitución para imponer la reelección.
Claro, para ejecutar todas estas acciones, se requiere incurrir en todo tipo de conductas no éticas y amorales, por lo que la carencia de escrúpulos, las mentiras, las medias verdades y hasta comerse un tiburón podrido, solo forma parte de la ecuación del “triunfo”.
Y, como la ambición es aditiva, preparémonos para los siguientes pasos, que implicarán violaciones, cambios, creaciones e interpretaciones antojadizas de códigos, leyes y la constitución, con el deliberado propósito de eternizarse en el poder más allá de los deseos libérrimos del pueblo. Eso se llama dictadura.
Entonces, perderemos todos!!!