No hay virus más resistente que el del logos y la sophia, esto es, el de la palabra y las ideas, el del discurso y el saber.  El platonismo y el aristotelismo se convirtieron en dos virus filosóficos que hasta hoy nos acompañan en nuestra vida cotidiana, en las prácticas y diálogos del sujeto con sus diversas historias de vida. Poblaciones que atacan mediante acciones y palabras; cuerpos y palabras sometidos a diversos programas económicos, antropológicos, geográficos y comunicativos.  Su proliferación ha incidido en el Oriente y el Occidente actuales.  Existe el platonismo y el aristotelismo asiáticos y el platonismo y el aristotelismo europeos; la imagen platónica en África y el Caribe, en toda la América continental y en el subcontinente indio, en el islamismo y la teología del `Pseudo-Dionisio, en el tomismo y el agustinismo en el Occidente medieval.

En efecto, las marcas de estos virus ideológicos han mutado, han transformado el orden mundial en varias ocasiones.  La enfermedad, según Michel Foucault  y Susan Sontag han cobrado valor simbólico y metafórico.  Pues la función proliferante del cuerpo y el logos se convierten en una especie metafísica y política.  Se trata de un ataque, una batalla, una lucha que se expresa mediante el intercontacto dialógico, informativo, pero también en la “economía política del signo” (según Baudrillard), los objetos, los cuerpos en movimiento  y la cultura misma del diálogo.

Es desde allí de donde depende o se llega al contagio social real, simbólico y organológico del sujeto público en un espacio público determinado.  La escuela, la institución académica, el espacio de la salud, los hospicios, el espacio de reclusión, la universidad, los bancos, las diversas políticas de elección, selección o el acercamiento, construyen una realidad muchas veces catastrófica, destructora y aterradora.

Las mutaciones hermenéuticas y el concepto de sistema, descolocados como geopolítica del logos y la imago en la tardomodernidad  presentan los ejemplos  de la nueva  “razón de Estado”, todo lo cual podemos observar en los proliferantes virus filosóficos desarrollados por Maquiavelo, Rousseau, Kant, Descartes, Marx, Freud y las plagas del nacionalismo autoritario, que han resistido en guerras ideológicas y han propiciado dictaduras reales a través de un discurso teórico-práctico alimentado por cierto proyecto virológico de expansión y estrategias interpretativas de mundos irreales y reales.

Se trata de lo que Ernst Bloch ha denominado “Objetividad y montaje”, (“Véase alta burguesía, objetividad y montaje”, en Herencia de esta época, Eds. Tecnos, Madrid, 2019, pp. 209-215), para justificar una dialéctica de las profundidades sociales; esto quiere decir que todo lo que divulga o defiende el dictado político autoritario lo construye en base a una herencia viral del Estado de exclusión y el poder de las presencias responsables de la vida social, así como el caos de las entidades asumidas en el marco de un protocolo bélico y terrorista imperial.

Las poblaciones surgentes del multiculturalismo y los diversos terrorismos destructores de la especie humana sacuden, en la actualidad, los diversos marcos económicos, biotecnológicos, bacteriológicos y virológicos.  Este posicionamiento alcanza los diversos niveles de interacción social,  mediante un fenómeno público y hasta privado apoyado en el patología, la psique y el logos, esto es, la enfermedad, el alma y la palabra que se apartan en proceso, del origen, el étimo que equivoca su propia acción.

Las nuevas amenazas sociales están en el experimento tecnológico mediante las especies (microscópicas “que pasan a través de los filtros infranqueables para los demás microorganismos y que es causa de muchas enfermedades… (vid. Dicc. Kapeluz de la lengua española, 1979); las metáforas y funciones del mundo ideológico hacen que este se fraccione, se introduzca subrepticiamente en el organismo-cuerpo de la especie y en la experiencia que asumen los biotecnócratas del crimen.  Por ahí caminan las narrativas de la destrucción, la clonación, la inyección de sustancias reductoras de la vida humana y de los planificadores que preparan la especie emergente del planeta, mediante una ciencia especial de la destrucción progresiva que se manifiesta a partir del nuevo “principio de esperanza”.

La dimensión real y la dimensión ideal del sujeto cultural de nuestros días, así como  las diferentes poblaciones que constituyen el “virus multicultural”, actúan de manera vincular desde las bases ocultas del poder.  El dato agentivo o pragmático parece alumbrar una visión que a su vez funciona como oposición o tensión en la superficie geopoblacional e ideológica de nuestros días.

El mundo actual no solamente apesta, sino también ataca los llamados átomos del conocimiento histórico y filosófico, mediante atentados empíricos bio-químicos,  bio-ideológicos y bio-terroristas que no cesan de conspirar contra la llamada “humanidad” terriblemente reducida por efectos de supresión vital, moral, espiritual,  política y cultural.