Las obras de Ernest Hemingway y sus compañeros de generación -como dije en otra entrega, otra ocasión-, ya no se leen ni se conocen como antes y aparecen, cuando aparecen, casi por milagro en las librerías, relegadas a un segundo plano.

Las grandes editoriales imponen a mediocres escritores de best seller en perjuicio de los clásicos, imponen la moda e imponen incluso el mal gusto. “El viejo y el mar” fue también un best seller, del cual se vendieron cinco millones de ejemplares en un fin de semana, auspiciado por la fatídica y felizmente difunta revista “Life”. Algo que también he dicho y no me canso de repetir. Se trata, sin  embargo de un best seller excepcional, de uno de esos pequeños o cortos libros que uno se siente tentado de llamar obra maestra.

Tengo por cierto, en algún lugar que no recuerdo por efecto del ácido viejúrico, una lista de libros de pocas páginas que han cambiado la manera de pensar del mundo y responden al nombre de “Utopía”, “Elogio de la locura”, “El príncipe”, “Manifiesto comunista”.

Otros son joyas literarias como “La metamorfosis”, “El corazón de las tinieblas”, “El túnel”, “La invención de Morel”, “Aura”, “Pedro Páramo” y tantos otros que no recuerdo en el momento.

“El viejo y el mar” es una de las epopeyas fluviales o acuáticas que inundan la literatura usamericana. La literatura del imperecedero y admirado escritor Mark Twain fue siempre más fluvial que terráquea, con el telón de fondo que Lincoln llamó Padre de las Aguas, el inmenso Missisipi. Herman Melville fue el primero que se internó en aguas profundas en busca de la ballena blanca que es un símbolo de símbolos, “Moby Dick”: La obra que fue ignorada en su época, que lo hizo sentirse y morirse fracasado (como Bizet con “Carmen” tres meses después del estreno), aunque es posiblemente la mejor novela que se ha escrito en su país.

Hemingway era tan devoto de Mark Twain que afirmó que “Toda la moderna literatura norteamericana provenía de un libro de Mark Twain llamado ‘Huckleberry Finn’. Los escritores americanos vienen de ahí. No hay nada antes. Nunca ha habido nada mejor desde entonces”.

Quizás por eso Hemingway quiso escribir su epopeya acuática, o mejor marinera, pero en aguas del caribe cubano que conocía al dedillo y con un cubano como protagonista, el viejo y curtido Santiago, admirador del famoso pelotero Joe Dimaggio al igual que mi amigo Gil Mejía.

La trama de “El viejo y el mar” es simple en apariencia y gira en torno a este extraño Santiago, un pescador, de intensa vida interior y un profundo sentimiento religioso. El pescador Santiago (un personaje sin apellido y sin afición por el alcohol, a diferencia de la mayoría de los personajes de Hemingway), es perseguido por una racha de mala suerte y ha perdido su estima, su auto estima y el respeto de sus compañeros porque “ha salido  ochenta y cuatro días a pescar y no ha cogido un solo pez.” Está “salao, que es la peor forma de mala suerte”.

Pero un día Santiago se aventura más allá de las aguas en que solía pescar y ensarta al pez espada más grande del mundo y tras un fiero combate que dura una noche y un día, que pone en peligro su frágil bote y agota sus fuerzas y martiriza sus manos hasta hacerlas sangrar, logra vencer al noble pez que supera en tamaño su embarcación. La descripción de la lucha es magistral. El viejo piensa, mientras lucha, en el  gran Joe Dimaggio que había conocido brevemente en Cuba durante un viaje de pesca, y  en lo mucho que éste habría admirado su proeza, pero también piensa, que quizás había pecado al internarse en esas aguas profundas.

Emprende el viaje de regreso pero su presa, que está amarrada a un costado del bote, es atacada por tiburones. La defiende fieramente a golpe de remos pero al llegar a la costa solo queda el esqueleto.

“El viejo y el mar” es la historia de un hombre solo. La del vencedor vencido.

Su único amigo es un niño esbelto y ágil de mente, al cual  tiene un gran afecto. Es el único que tiene confianza en él. Entre los dos media una relación paternalista al revés. El muchacho lo anima continuamente, se preocupa de su salud, le procura comida, se preocupa porque a su edad salga a pescar a mar abierto. Él lo había acompañado durante los primeros cuarenta días, después de lo cual sus padres lo obligaron a salir en otra barca más afortunada. El muchacho naturalmente obedeció. No era un rebelde como Huckleberry Finn.

Santiago parece disgustado en principio, pero en el fondo, como tantos personajes de Hemingway, da la impresión de no sentirse mal por quedarse solo, aunque en algunos momentos de agotamiento, durante el duelo con el pez espada, echará momentáneamente de menos la falta de ayuda. Su más grande empresa, la llevará a cabo completamente solo. Solamente en la soledad del mar –o de la mar- se reencuentra a sí mismo, reencuentra el ímpetu, la energía, el vigor de su pasada juventud, su razón de existir y –aún más importante- el sentido de su vocación.

Los tiburones, ciertamente, devoran a su presa, pero el logrará de cualquier manera llevar a la orilla el esqueleto, que mide cinco metros y medio, y los pescadores del pueblo lo miraran con admiración devota. Ninguno de ellos había soñado nunca capturar una bestia semejante, y tanto menos que lo hubiera logrado un hombre viejo y solo. Santiago, por lo tanto ha vencido, aunque su victoria no sea completa. No es por lo tanto un perdedor, aunque ha perdido. Ha combatido en las profundas aguas y ha vencido, viejo y solo ha vencido.Y también ha perdido.

Nota: Para los interesados mando el link de esta versión de "El viejo y el mar" con Anthony Queen, Antonio Reina, que no conocía. La original es con Spencer Tracy. De cualquier manera ninguna película puede penetrar en el mundo interior del protagonista de la novela que es la verdadera novela como veremos más adelante.

http://www.youtube.com/watch?v=z1RxH9Q20Bo

pcs, jueves, 22 de agosto de 2013