Estoy escribiendo esto en Les Cayes, Haití, donde una de las peores masacres de civiles tuvo lugar el 6 de diciembre de 1929, durante los diecinueve años de ocupación estadounidense de Haití, una ocupación que comenzó hace hoy cien años. La masacre de Cayes tuvo lugar durante una manifestación, que era parte de una huelga nacional y una rebelión local en marcha. Batallones de marines dispararon contra mil quinientas personas, hiriendo a veintitrés participantes y matando a doce.
El 28 de julio de 1915, marines de Estados Unidos desembarcaron en Haití, por orden del presidente Woodrow Wilson, quien temía que los intereses europeos pudieran reducir la influencia comercial y política de Estados Unidos en Haití y en la región que rodea el Canal de Panamá. El suceso desencadenante fue el asesinato del presidente de Haití, Jean Vilbrun Guillaume Sam, pero los intereses de EE.UU. en Haití, se remontaban al siglo anterior. (El presidente Andrew Johnson quería anexionarse Haití y la República Dominicana. Veinte años más tarde, el secretario de Estado James Blaine intentó sin éxito obtener Môle-Saint-Nicolas, un asentamiento haitiano al norte, para una base naval.) En 1915, los estadounidenses también temían que una deuda pendiente que Haití se vio obligado a pagar a Francia atara al país muy estrechamente a su antiguo colonizador; los crecientes intereses comerciales de Alemania en Haití eran otra preocupación importante. De ahí que una de las primeras acciones llevadas a cabo por EE.UU. en el inicio de la ocupación fuera la de mover las reservas financieras de Haití a Estados Unidos y luego reescribir su Constitución para dar a los extranjeros derechos como terratenientes.
Hay una bandera conmemorativa cerca del sitio de la masacre 1929 que reconoce la fecha, algo para demostrar que la ciudad aun recuerda. Pero es muy difícil de entender lo que se conmemora, qué hay que recordar y qué olvidar de la ocupación de diecinueve años.
En mi propia familia hubo muchas historias. Mi abuelo fue uno de los Cacos, o los así llamados bandidos, sobre quienes los marines jubilados siempre han escrito en sus memorias. Ahora, serían los llamados “insurgentes”, las miles de personas que lucharon contra la ocupación. Una de las historias que el hijo más viejo hijo de mi abuelo, mi tío Joseph solía contar era haber visto a un grupo de jóvenes marines pateando la cabeza decapitada de un hombre, en un intento por asustar a los rebeldes en su área. Pero hay más historias. De las botas de los marines que sonaban como Galipot, un legendario caballo de tres patas, al que se suponía que todos los niños temían. De la cara negra que los marines llevaban para mezclarse y ocultarse. De la vez que los marines estadounidenses asesinaron a uno de los boxeadores más famosos de la ocupación, Carlomagno Péralte, y clavaron su cuerpo a una puerta, donde lo dejaron pudrirse al sol durante días.
La idea de que hubo indispensables beneficios en la construcción nacional de esta ocupación se queda corta, sobre todo porque las carreteras, escuelas y hospitales que se construyeron durante este período se basaron en un tiránico sistema de trabajos forzados, una especie de “chain gang” (prisioneros que trabajan encadenados) nacional. Llámela diplomacia de las cañoneras o una guerra del banano, pero esta ocupación nunca tuvo la intención, como profesaban los estadounidenses, de expandir la democracia, sobre todo teniendo en cuenta que ciertas libertades democráticas ni siquiera estaban a disposición de los ciudadanos negros de los Estados Unidos entonces. “¡Piense en eso! Negros de que hablan francés”, dijo el secretario de Estado William Jennings Bryan de los haitianos.
Durante los diecinueve años de la ocupación estadounidense fueron asesinados quince mil haitianos. Toda oposición a los gobiernos títeres centralizados instalados por Estados Unidos era aplastada, y se creó una gendarmería ‒una combinación de ejército y policía, siguiendo el modelo de una fuerza de ocupación‒ para sustituir a los marines una vez que estos se marcharon. Aunque las tropas estadounidenses se retiraron oficialmente de Haití en 1934, Estados Unidos ejerció un cierto control sobre las finanzas de Haití hasta 1947.
Hace unos días, me encontraba parada entre Malpasse y Jimaní, en la frontera entre Haití y la República Dominicana, un límite dibujado con la ayuda de Estados Unidos en 1936. El 13 de mayo de 1916, Estados Unidos invadió República Dominicana por primera vez, y se anexó a los dos países durante ocho años, entre 1916 y 1924. Durante las negociaciones fronterizas guiadas por Estados Unidos en 1929, Haití perdió algo de tierra, y muchos haitianos se encontraron de repente en suelo dominicano.
La ocupación de la República Dominicana, al igual que la ocupación de Haití, estuvo motivada por intereses regionales y comerciales. “En la República Dominicana, las multinacionales estadounidenses dispusieron vastas nuevas plantaciones de azúcar, que necesitaban más trabajadores de los que Santo Domingo podría proporcionar”, escribe Michele Wucker en Why the Cocks Fight: Dominicans, Haitians, and the Struggle for Hispaniola (El por qué de la Pelea de Gallos: Dominicanos, haitianos, y la lucha por La Española). “Haití, con la misma población, pero la mitad de la tierra, era una fuente natural, por lo que las empresas trasladaron a miles de personas por la frontera, estableciendo así un flujo constante de oeste a este”. En la frontera Jimaní-Mapasse hoy en día, todavía hay un flujo de trabajadores duros. Arrastran carretillas vacías entre guardias fuertemente armados a través de una puerta polvorienta hacia República Dominicana, y luego vuelven cargados con mercancía en lo que parece un intercambio comercial de un solo sentido. Con la reciente aplicación de una sentencia judicial que permite la expulsión de residentes haitianos en la República Dominicana y dominicanos de ascendencia haitiana, ahora hay un tipo diferente de flujo. En una escuela y una iglesia cercana en el lado haitiano de la frontera, conocí a decenas de personas que dicen que fueron detenidos por la policía y por soldados en República Dominicana, los subieron en la parte trasera de camionetas, y los dejaron en la frontera. Algunos son de origen haitiano, pero muchos son de origen dominicano, especialmente los niños. Muchos tienen tarjetas que dicen que se habían registrado para un programa de regularización, que se suponía iba a garantizarles cierta protección hasta que se resolvieran sus casos, el 1 de agosto.
El legado de la ocupación e invasión, mientras tanto, ha seguido ensombreciendo La Española en las décadas siguientes, desde que EE.UU. se retiró oficialmente. Marines de EE.UU. invadieron Santo Domingo en 1965, y llevaron a cabo una intervención en Haití en 1994. Algunos observadores alegan que el Departamento de Estado de EE.UU. manipuló los resultados de las elecciones presidenciales de Haití en 2010. La Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) ahora opera en el país. Varios estudios forenses indican que las fuerzas de paz de la MINUSTAH probablemente introdujeron la epidemia de cólera que ha matado a más de ocho mil personas en Haití, pero funcionarios de la ONU se han negado a aceptar la responsabilidad.
En lo que se ha convertido un famoso mea culpa de uno de los arquitectos de la ocupación conjunta de Haití y República Dominicana, el general del Cuerpo de Marines Smedley Butler confesó en un artículo en el periódico Common Sense (Sentido Común), que pasó treinta y tres años como “hombre fuerte de categoría para los Grandes Negocios” y como “un gángster para el capitalismo”. “Yo ayudé a hacer de Haití (…) un lugar decente para los muchachos del National City Bank”, escribió. “Yo llevé la luz a la República Dominicana para los intereses azucareros estadounidenses en 1916”. Su confesión, en 1935, fue el inicio de su propia “désocupation”, o la libertad para estas ocupaciones. La nuestra todavía está por llegar.
Publicado el 28 de julio en THE NEW YORKER. Traducción al español por Iván Pérez Carrión