Algunos viajeros como Samuel Hazard, –Santo Domingo, past and present, with a glance at Haití–, vinieron al país y quedaron asombrados. Otros llegaron en el siglo XX e hicieron otras crónicas. Lo que queremos destacar aquí es la relación que existe entre el hombre y su entorno. Por ejemplo, si vamos a Higuey nos daremos cuenta de un tipo de ambiente muy diferente al que percibe el que va a “la línea”, digamos a Elías Piña, o a toda la zona de la frontera. Hay algo que hay que destacar y es que el haitiano se ha convertido en parte del paisaje.

Podemos ver haitianos que han tenido que ingresar al país, en un proceso que algunos llamarían de supervivencia económica. Todo el paisaje de la costa norte de la isla de Santo Domingo tiene que ser analizado con la necesidad de visualizar a esos haitianos, pero estos más que todo deciden viajar al Distrito Nacional, donde realizarán labores en el sector de la construcción, algunos opinan que con muy bajos salarios. Y es cierto, pero hay algo que hay que tomar en cuenta: la mano de obra haitiana, ahora se emplea en la construcción cuando durante muchos años era utilizada en las labores del corte de la caña. 

Una larga crónica se refiere a la trasformación de esa mano de obra, pero es justo indicar que el haitiano se mantiene en contacto, ahora con los celulares más, con los habitantes del lado occidental de la isla: los familiares que dejó en Haití. Los gobiernos dominicanos han comprendido cómo se compone esta mano de obra en sus estratos más bajos. Los constructores de edificios saben dónde buscarlos, y tienen la inteligencia, si pudiéramos llamarlo así, de contratarlos por cortos períodos de tiempo. Luego, regresan de donde vinieron o se quedan en status de ilegalidad.

Es justo conocer que han sido muchos los que le han prestado atención a este fenómeno de la mano de obra haitiana. Otros observadores se limitan a una relación fenomenológica del proceso mediante el cual, los haitianos llegan al país a laborar en empleos que habitualmente no hacen los dominicanos. Cualquiera puede ver en la embajada haitiana en el país, a un grupo de ciudadanos procedentes del vecino país, en busca de sus papeles.

Como he dicho más arriba, la comunidad haitiana mantiene vínculos muy estrechos con lo que dejó atrás. Esto quedó claro en el terremoto del 2010, y queda claro en el proceso de la pandemia, porque los haitianos pueden viajar –al menos los que trabajan en edificios–, a su país, para volver a entrar e ir a sus campos de origen o barrios de alguna ciudad: Petion Ville, Gonaives, Jacmel, Hinche, Jérémie, Cabo Haitiano, por ejemplo.    

Es entendible también que haya movilidad entre industrias. Un haitiano que corta el césped en un residencial en Santo Domingo, puede ser que lo veamos luego haciendo trabajo en el sector de la construcción. El país se ha transformado en su planta física, como puede atestiguar cualquier viajero que vaya a la costa turística de Punta Cana, Bávaro y otros enclaves. También es reconocible que el gobierno haitiano no suele emitir declaraciones sobre el status migratorio de sus connacionales, a no ser que lo haga dentro de la embajada, pero en el caso dominicano, el asunto haitiano –lo que el historiador Lepelletier de Saint Remy llamaría la question haitienne–, sí es motivo de numerosas regulaciones.

Los viajeros modernos ahora portan una mochila, y no tienen miedo de montarse en una motocicleta, o en todo caso, de tostarse la piel en el sol caribeño.  Podemos decir que en las pinturas de Hazard –publicadas en 1873–, se nota un Santo Domingo que ha sido rescatado durante los últimos años del siglo XX. Lo importante es destacar las costumbres que podemos ver que tenían los dominicanos en los campos. Hay que tener claro que una de las mejores partes de algunos relatos, tiene que ver con el paisaje dominicano, que sigue asombrando a los viajeros.

Podemos considerar viajeros a los turistas que vienen todos los años. Es posible que se haya hecho el cálculo de los turistas que repiten en sus viajes a Santo Domingo, pero hay que tener claro que es otro tipo de viaje. La mayoría de ellos, está enfocada en un turismo de hotel, y no son muchos los que se interesan por visitar la ciudad primada de América. Podría decirse que nos falta una estrategia, pero ahora con el escenario de la pandemia no podemos decir que tendremos a muchos en una clásica visita a nuestra ciudad colonial. Uno de los cálculos que si se han hecho es la merma que tendremos en este año. Se reducirá la población turística que habitualmente viene al país.

No podemos negar que esos viajeros que vinieron durante todo el siglo xx, tenían claro lo exótico de una isla cuyo paisaje, y sus recursos naturales –flora y fauna–, eran algo sui generis. Estamos hablando de un país, muy diferente a México, a Perú o a Colombia. Nuestro paisaje es harto diferente a tierra firme, allí a donde fue Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Hay un exotismo oculto en pasar al lado occidental, pero también a nuestra zona costera.

Es destacable la misión que en las últimas décadas, ha tenido el ministerio de turismo. Sin embargo, otros afirman que es mucho lo que puede hacerse en relación a la promoción del país en playas extranjeras. Cuando se descubre una recua de mulos, en algún campo del país, se está descubriendo un paisaje que es herencia de nuestra historia. En sembradíos lejanos del Distrito Nacional podemos ver al dominicano, –y al haitiano también–, trabajar día y noche para tener la cosecha lista para entonces luego meterla en los camiones que llegarán al Distrito Nacional, allí donde llegará a supermercados y colmados.

Ese trabajo en las fincas dominicanas es algo que hay que saber apreciar, porque raras veces, se ha reconocido cuando lo cierto es que el abastecimiento de las ciudades, proviene del esfuerzo de los campesinos. Alguno dirá que para eso se les paga, y podemos darle la razón, con la salvedad de que esa función del campesino es como un ministerio y un sacerdocio. Se levantan todas las mañanas, para cortar el café que irá a la mesa de los comensales dominicanos.

Una industria exportadora podría decir que se ha nutrido de la mano de obra campesina durante muchos años. Los viajeros modernos que pudieran ver estas fincas, –así como en Suiza se lleva a la gente a ver la producción de chocolate o en Burdeos y Napa a la producción de vinos–, coincidirían con el hecho de que se trata de una mano de obra calificada, que deja su sudor en el campo para beneficio de cientos de miles de consumidores.