De nuevo al problema de la basura protagoniza otro capítulo en la historia de esta metrópolis. Primero dijeron que los ayuntamientos eran incapaces de la recogida de la basura y, siguiendo la moda neoliberal, privatizamos. Se crearon compañías, se firmaron contratos y se compraron camiones. Y la basura siguió reinando como siempre lo ha hecho. Luego nos dijeron que la ciudad era muy grande y que para un uso más eficiente de los recursos lo mejor era dividir la ciudad en cuatro partes. Y lo hicimos. Hoy una nueva crisis, mientras se disputa la regulación del vertedero las montañas de basura crecen, se agigantan, por doquier, al punto de que he pasado por calles donde uno de los carriles está cerrado por un muro de basura.

Mientras se debaten soluciones al problema de la recogida y destino final de los desperdicios, se intervienen vertederos, se establecen horarios, los síndicos se reúnen, vuelven a reunirse y se reúnen de nuevo, la basura crece, tiene vida propia, es un monstruo, una serpiente titánica que da vueltas y vueltas por la ciudad, que se enrosca sobre ella, asfixiándola, dándole la apariencia de una ciudad abandonada, una ciudad sin autoridad ni gobierno, solo la basura reina, dueña y señora de las calles, los parques, las aceras y del aire que respiramos. Todo eso me trajo como recuerdo la ciudad de Leonia.

En "Las ciudades invisibles"  Italo Calvino cuenta sobre la ciudad de Leonia, una ciudad fascinada por el consumo, pero que no se da cuenta que al consumir a la velocidad que lo hacen se ven rodeados de una montaña de desperdicios. Compartimos con ustedes la descripción que hace Calvino de Leonia en su libro:

 

"Las ciudades continuas 1.

La ciudad de Leonia se rehace a si misma todos los días: cada mañana la población se despierta entre sábanas frescas, se lava con jabones apenas salidos de su envoltorio, se pone batas flamantes, extrae del refrigerador más perfeccionado latas aún sin abrir, escuchando las últimas retahílas del último modelo de radio.

En los umbrales, envueltos en tersas bolsas de plástico, los restos de la Leonia de ayer esperan el carro del basurero. No solo tubos de dentífrico aplastados, bombillas quemadas, periódicos, envases, materiales de embalaje, sino también calentadores, enciclopedias, pianos, juegos de porcelana: más que por las cosas que cada día se fabrican, venden, compran, la opulencia de Leonia se mide por las cosas que cada día se tiran para ceder lugar a las nuevas. Tanto que uno se pregunta si la verdadera pasión de Leonia es en realidad, como dicen, gozar de las cosas nuevas y diferentes, y no más bien el expeler, alejar de sí, purgarse de una recurrente impureza. Cierto es que los basureros son acogidos como ángeles, y su tarea de remover los restos de la existencia de ayer se rodea de un respeto silencioso, como un rito que inspira devoción, o tal vez sólo porque una vez desechadas las cosas nadie quiere tener que pensar más en ellas.

Dónde llevan cada día su carga los basureros nadie se lo pregunta: fuera de la ciudad, claro; pero de año en año la ciudad se expande, y los basurales deben retroceder mis lejos; la importancia de los desperdicios aumenta y las pilas se levantan, se estratifican, se despliegan en un perímetro cada vez más vasto. Añádase que cuanto más sobresale Leonia en la fabricación de nuevos materiales, más mejora la sustancia de los detritos, más resisten al tiempo, a la intemperie, a fermentaciones y combustiones. Es una fortaleza de desperdicios indestructibles la que circunda Leonia, la domina por todos lados como un reborde montañoso.

El resultado es éste: que cuantas más cosas expele Leonia, más acumula; las escamas de su pasado se sueldan en una coraza que no se puede quitar; renovándose cada día la ciudad se conserva toda a sí misma en la única forma definitiva: la de los desperdicios de ayer que se amontonan sobre los desperdicios de anteayer y de todos sus días y años y lustros.

La basura de Leonia poco a poco invadiría el mundo si en el desmesurado basurero no estuvieran presionando, más allá de la última cresta, basurales de otras ciudades que también rechazan lejos de sí montañas de desechos. Tal vez el mundo entero, traspasados los confines de Leonia, está cubierto de cráteres de basuras, cada uno, en el centro, con una metrópoli en erupción ininterrumpida. Los límites entre las ciudades extranjeras y enemigas son bastiones infectos donde los detritos de una y otra se apuntalan recíprocamente, se superan, se mezclan.

Cuanto más crece la altura, más inminente es el peligro de derrumbes: basta que un envase, un viejo neumático, una botella sin su funda de paja ruede del lado de Leonia, y un alud de zapatos desparejados, calendarios de años anteriores, flores secas, sumerja la ciudad en el propio pasado que en vano trataba de rechazar, mezclado con aquel de las ciudades limítrofes finalmente limpias: un cataclismo nivelará la sórdida cadena montañosa, borrará toda traza de la metrópoli siempre vestida con ropa nueva. Ya en las ciudades vecinas están listos los rodillos compresores para nivelar el suelo, extenderse en el nuevo territorio, agrandarse, alejar los nuevos basurales." (Las ciudades invisibles. Italo Calvino. Unidad editorial. pág. 84-86).

Irremediablemente compartimos el destino de Leonia: Una vorágine de consumo, una centrifuga que arroja desperdicios a velocidad vertiginosa, unido a unas autoridades incompetentes, incapaces de resolver un problema vital, hará pronto que en Santo Domingo la basura borre toda traza de la metrópolis que una vez pretendimos ser.