Sé que muchos de mis amables lectores piensan que voy a apelar a la retórica simplista, que emanan desde los principales medios de comunicación en los Estados Unidos, de que Donald Trump, es el principal culpable de la profunda división política y social que vive el país. Aunque Trump, con su discurso incendiario y fanático ha profundizado esas divisiones, pero el génesis de estas subyace en el manejo errático que también ha tenido el Partido Demócrata en sus administraciones anteriores.
Donald Trump no es la causa de la división del coloso del Norte. Es el síntoma de un sistema manipulado que ya estaba dividiendo a esa nación. Durante años, los estadounidenses se han sentido frustrados por los salarios fijos (que en términos reales están estancados desde 1979), la reducción de los beneficios y la creciente inseguridad laboral. Al mismo tiempo, se han desilusionado por el rescate a Wall Street, las recompensas políticas, los acuerdos con información privilegiada, el aumento de los salarios de manera exorbitante de los ejecutivos de las grandes corporaciones y sobre todo por el "capitalismo de amigos.”
El capital político de Donald Trump se nutre de la división del país. Pero los demócratas han hecho poco para cambiar el círculo vicioso de riqueza y poder que ha manipulado por décadas a la economía en beneficio de la élite financiera que socava a la clase trabajadora. Tanto Clinton como Obama abogaron por acuerdos de libre comercio sin proporcionar a millones de trabajadores un empleo digno para ganarse la vida, en consecuencia, perdieron sus empleos, y se quedaron sin ningún medio de cómo conseguir otros empleos que pagaran al menos un salario digno. Clinton desreguló Wall Street; Obama la rescató. Ambos se mantuvieron al margen mientras las corporaciones golpeaban a los sindicatos, la columna vertebral de la clase trabajadora blanca. Ambos dieron la espalda a la reforma financiera para las campañas electorales.
Los demócratas no pueden derrotar al populismo autoritario sin una agenda de reforma democrática radical, un movimiento antiestablishment. Aunque Trump ha sido un Caballo de Troya para las grandes corporaciones y los ricos, dándoles todo lo que querían: en recortes de impuestos y reversiones regulatorias, una parte de la clase trabajadora aún sigue creyendo que está de su lado, y por eso aglutina un 40% de los estadounidenses que se sienten frustrados con el sistema.
No es suficiente con derrotar a Trump. Los políticos estadounidenses que poseen un verdadero sentido de la historia y que saben leer de manera magistral la coyuntura política que vive el país en la actualidad, deben reformar el sistema que llevó al país a la situación política, económica y social actual, para asegurarse de que ningún político en el futuro jamás imite la demagogia autoritaria de Trump. ¿Quién será ese capitán America? Esperamos tener la respuesta muy pronto.