"En aquellos años de Jauja, de grandes subsidios de las empresas privadas, de acelerado despegue industrial, se había formado una élite política y económica que desde entonces mandaba en México, y él había sido su vocero más influyente, el oráculo donde que todos consultaban para saber quiénes gozaban del favor presidencial y quiénes lo habían perdido. En algún momento de esa gran bacanal llegó a sentir que gobernaba de trasmano, que sus artículos eran edictos reales, respaldados por toda la fuerza de la oligarquía naciente." (El vendedor del silencio, Enrique Serna).

En agosto del pasado año, el escritor mexicano Enrique Serna publicó su más reciente novela El vendedor del silencio. En poco tiempo, las páginas culturales y de opinión política mexicana se referían con frecuencia a la obra. En la Universidad del Claustro, el maestro Pedro Zavala notó mi interés en perfiles históricos del siglo XX, en mis ejercicios de desarrollo de personajes en su clase y mi deseo de aprender buenas técnicas narrativas para contar los testimonios de aquellos que vivieron el profundo cambio tecnológico y político que diferenciaron a las dos últimas centurias.

Me puso de tarea leerla y me instruyó prestar especial atención al modo en que Serna desarrolla sus personajes, en medio de una intensa acción, sin sacrificar el examen ágil de sus rasgos físicos y sicológicos y la función de sus encuentros con el protagonista en la construcción de la obra. Fui por ella a la Librería Porrúa más cercana, sin embargo, no había encontrado oportunidad de robarle tiempo a las faenas de cuarentena para leerla. Mientras esperaba por mí en el librero, el pasado mes de junio la novela ganó el premio Xavier Villaurrutia para escritores.

Durante unas curiosas vacaciones en medio de la pandemia, en un lugar de descanso en el bosque húmedo del municipio de Tepoztlán, Estado de Morelos, hice mi tarea. Serna es un novelista envolvente y Denegri un personaje antológico. La lectura de la entretenida historia me distrajo hasta de la anticipación de los tuit-decretos de presidente electo Luis Abinader. No hay página de El vendedor de silencio, de unas quinientas, donde no se renueve el interés del lector.

Carlos Denegri fue un periodista mexicano que alcanzó nivel de celebridad en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Sin mencionar nunca una fecha, la novela revela poco a poco en qué año ocurre el presente de la trama. Es el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), pero no es claro quién sería el candidato del PRI para el siguiente período. Las luchas de poder se manifiestan y Denegri debe hilar fino entre los posibles sucesores.

Bobby Kennedy y Salvador Allende son candidatos presidenciales a los que Denegri entrevista. De acuerdo al protagonista, el primero tiene todo el chance de convertirse en el siguiente presidente de los Estados Unidos, mientras se burla de los intentos fallidos de Allende, que, a su criterio, no iba a lograrlo. El Denegri novelado de Serna es, esencialmente, un periodista corrupto que usa los medios de prensa y comunicación en provecho propio. Además, asume una postura de ultraderecha en sus opiniones.

Finalmente, el novelista ofrece señales cronológicas más específicas: el Metro de la Ciudad de México y las facilidades de los Juegos Olímpicos del 68 están en fase de construcción. Y, mientras la pluma comprometida con la hegemonía priista del protagonista acalla huelgas de médicos y maestros, su hija pone en un tocadiscos un disco de larga duración. Se escucha Help! tema de la agrupación británica de The Beatles de 1965. Las coordenadas dadas son claras. Aunque Serna nunca lo indica, la historia ocurre en el D. F. de 1967. Anticipando la serie de eventos que el lector conoce traerá el 1968 y los años subsiguientes al país azteca, al mundo y a los personajes y noticias mencionadas, la curiosidad por conocer qué papel jugará este protagonista antihéroe, deja la parte introductoria de la obra bien servida.

Con afinada puntería, Serna dispara al lector a la realidad de ese período en México y en el mundo. Así, por ejemplo, Denegri se da el permiso de cubrir una noticia sobre Vietnam en su programa de televisión nacional, agregando ideas terroríficas sobre el comunismo a la audiencia domiciliaria de clase media que lo sigue. Él es el periodista más popular de México y, a la vez, un instrumento del poder. Un hombre culto, políglota y, lo más curioso, hijo de un líder de la Revolución Mexicana con notables aportes a la justicia social. A pesar de lo anterior, Carlos Denegri llegó a desarrollar un talento para la extorsión, que más bien ponía el poder autoritario de los gobiernos del PRI y al monopolizado sector industrial mexicano, en sus años de gran bonanza, al servicio suyo.

Sin ánimo de estropear la historia, es asombroso el modo en que el autor revela por qué este hombre, criado por otro de principios democráticos y sensibilidad social, transitó hacia esa dirección egoísta. En contraste, asimila del padre el machismo cultural, pero lo lleva a peligrosos extremos. En cada capítulo, Serna revela los demonios que le acompañaban, a pesar de su holgura económica y gran influencia mediática. Con apenas cincuenta y siete años, edad que tiene en el tiempo de la novela, Denegri teme al ocaso, no sin razones atendibles. Le acompaña un temible monstruo, una debilidad que no revelaré para permitir que el lector disfrute del modo en que Serna la devela lentamente. En cada capítulo se descubre la dimensión de ese otro ser que demoniza al articulista fanfarrón y aparentemente, en control estelar del cuarto poder.

En sus labores en el diario Excélsior, llegó a ser considerado el periodista más importante de Latinoamérica. Su retorcimiento y manipulación de la verdad contrasta con el hecho de que vivió, de niño y adolescente, bajo la crianza de un hombre, para su época, en apariencia recto. Denegri fue testigo de procesos tales como, la bonanza económica de Estados Unidos en los años 20, el nacimiento del nazismo en Alemania agobiada por una depresión económica; y la Guerra Civil Española, a consecuencia de la vida diplomática de ese padre al que adoró. El padre, fue un líder que luchó en Mexico contra los latifundios y favoreció los derechos de los trabajadores.

Encontrar la línea donde los puntos de su historia pasada y presente convergen, ha hecho que me olvide en la quietud de las noches morelenses, donde solo se escuchan los cantos de los sapitos boca angosta (unos primos mexicanos del Coquí puertorriqueño) del duelo colectivo en que nos mantiene el COVID-19. No hay una página de este libro que no sea entretenida. No he hecho intentos por ir a investigar al Denegri histórico. Es mejor dejar que la versión novelada de Serna se encargue de ponernos en los zapatos del amoral hombre de prensa. La figura protagónica funciona como un puente para entender el México posrevolucionario, el del llamado milagro mexicano y el de hoy. Me llamó la atención una frase que le dice su padre cuando era un muchacho: tienes que entender que la revolución no la hicieron los ángeles.

Serna, autor de la novela tiene particular talento para el desarrollo de personajes. De cada uno, sea un personaje secundario, terciario o incidental que se cruza en la vida de Denegri, tales como, parientes, colegas, políticos, ex esposas y amantes, Serna dibuja un arco completo en breves caracteres.

Vale la pena disfrutar del talento del escritor para presentarnos a todo aquel que está, estuvo o llega a la vida del periodista. Serna domina un estilo narrativo activo. En breves encuentros de Denegri con sus hijos, políticos del PRI o funcionarios de Televisa, con un breve diálogo o intercambio de miradas, refleja una cabal comprensión de la tensión que los unen o los separan. En México he aprendido una frase para describir las complicidades culposas que se organizan en las sociedades latinoamericanas. Periodistas como Denisse Dresser denominan a esta dinámica la sociedad de cuates, donde prima el beneficio mutuo de las élites políticas y empresariales por encima del bienestar general. El Denegri novelado de Serna es un actor crucial en el mantenimiento de ese status quo. Sin embargo, en sus interacciones profesionales y personales, mantiene relaciones con personas que, en lugar de liberarlo lo atrapan y cada vez más, lo conducen hacía una peligrosa caída.

Los perfiles que Serna pinta de estas figuras de apoyo son, además, bien divertidos. El chofer fiel que deja de leer su historieta Chanoc para ir a llevar flores a una mujer que Denegri acosa; el joven arquitecto descendiente de un refugiado español a quien Denegri se acerca para conseguir chicas, descubriendo que la brecha generacional entre ellos es una barrera que termina a puños; el chico sí honra la luchas libradas por la generación de su padre; o la severidad de la hija más pequeña de Carlos, incapaz de conmoverse ante sus intentos de afecto, a través de obsequios materiales. El conjunto de vínculos revela el lastre que demoniza a Carlos Denegri en ese momento de su vida.

Este periodista corrupto no es un antihéroe común, manipulador de la verdad a cambio de unos pesos y algunos privilegios. O bien, como se dice en República Dominicana para describir a la prensa al servicio del poder, una mera bocina. Es algo peor. Es una persona con reprochables defectos y ahogadas virtudes, que desarrolla su propia red de silencios hipotecados para favorecerse solo a sí mismo, e incluso definir a su antojo el curso político.

No obstante, su perversidad viene acompañada de unos extraños sentimientos de arrepentimiento momentáneo, basado en una religiosidad católica de corte medieval y Novo hispánico. Él es su propia Inquisición y se auto flagela con sentimientos de profunda culpa por sus incontrolados desmanes. Al siguiente capítulo, Serna nos lo muestra, como si nada, de regreso en sus prácticas de mercader de la información, así como el acosador violento de mujeres.

Denegri no era un solitario, le rodeaba un círculo de poderosos hombres derrochadores de poder público y privado. Con esos cuates compartía además un desenfadado machismo, que de, les servía para limar asperezas resultantes de las luchas de poder, entre orgías y fiestas desenfrenadas. Aun así, las mujeres en la vida de Denegri, su madre, sus hijas, sus ex esposas, son temidas por él y funcionan como antagonistas que le recuerdan sus bochornosos defectos.

Serna ensaya varias voces narrativas. A veces utiliza al narrador omnisciente, pero en otros capítulos habla en primera voz, la de Denegri, que intenta escribir una biografía de su padre. Carlos se da cuenta que, si publica esas memorias, más que las virtudes de su mentor y guía, revelará el origen de sus propios defectos. De esa manera, el lector conoce la causa raíz de la dualidad del personaje y el por qué en él habita un doble malvado o Doppelgänger. Al meterse en su cabeza, Serna habla y siente como Denegri sincerándose frente a la máquina de escribir de una manera formidable.

Creo que esta no será la única ocasión que escribiré sobre el Enrique Serna. De los diferentes autores contemporáneos mexicanos, recién conocidos y comentados en la columna, este escritor tiene particular fuerza y talento. El maestro Zavala me dio una magnífica lección que espero aprovechar. El vendedor del silencio es una lectura recomendada, en especial para comprender que la prensa colocada al servicio del poder es traicionera y suele morder la mano que lo alimenta.