Tal como se había anunciado y prometido, cuando por razón de su condición de diplomático, quedó sometido a la jurisdicción de la Santa Sede, el caso del ex nuncio papal Jozef Wesolowski, sobre el que pesan graves denuncias de abuso sexual a menores mientras ostentó la representación del papado en la República Dominicana, el presidente del Tribunal Eclesiástico dispuso su envío a juicio para responder sobre los serios cargos que habrá de enfrentar.

Cuando el caso de Wesolowski fue trasladado a Roma, no faltó quienes sugirieran y hasta afirmaran de manera categórica y aventurada, que se trataba de una maniobra de la alta jerarquía eclesiástica para evitar que el mismo pudiera ser procesado.

No ha sido así. Y esto evidencia una vez más el firme propósito del Papa Francisco de enfrentar estos escándalos, que por más que han servido de abundante material informativo a los medios de prensa del mundo entero, constituyen en realidad una ínfima proporción en relación con los cientos de miles de sacerdotes, misioneros y monjas que llevan a cabo una ejemplar misión pastoral hasta los confines más recónditos del planeta, con un amplio sentido humanitario y de compromiso con la realidad social de los más necesitados. De ello hay más que sobradas pruebas palpables en nuestro propio país.

A más de la decisión de someter a juicio a Wesolowski, lo que pudiera comportarle una severa condena de largos años de prisión, después de haber sido despojado previamente de su investidura eclesiástica, la firme postura del Papa Francisco en un tema tan delicado y controversial, sin importar el nivel jerárquico de los ofensores y sus encubridores, se acaba de manifestar también cuando al mismo tiempo se anuncia que ha aceptado las renuncias del arzobispo de Saint Paul y Minneapolis, en los Estados Unidos y de su obispo adjunto.

Esto así, después que su arquidiócesis fue acusada por la fiscalía local de no haber protegido a menores de edad de los severos daños ocasionados por un sacerdote pederasta, declarado culpable por haber abusado sexualmente de dos menores. Salta a la vista que la renuncia de ambos prelados, más que una decisión espontánea, fue el resultado de una sugerencia imperativa del propio ocupante de la Silla de San Pedro. No se ha definido todavía si los mismos pudieran tener que enfrentar también sus responsabilidades ante el Tribunal Eclesiástico del Vaticano.

Sin dudas, Francisco ha resultado un papa atípico. Es también controversial, algunas de las posiciones que asume marcan la  ruta de cambios de gran significación en la iglesia, que en poco tiempo le han ganado  una elevada cuota de popularidad, aunque también algunos opositores en el seno de la milenaria institución entre los grupos más conservadores.  Es el primer latinoamericano que se sienta en la silla de San Pedro para dirigir los destinos de la Iglesia Católica, que cuenta con mil 200 millones de fieles en el mundo. Es más de una sexta parte de los pobladores de la tierra, dirigidos espiritualmente desde un Estado de territorio minúsculo, más reducido que el de la mayoría de los barrios de Santo Domingo.

Se trata de un estado que no posee ejército ni más fuerza coercitiva que la fe religiosa, que resulta más poderosa que la más potente armada militar. Algo que olvidó el ex dictador Nikita Kruschev, cuando con acento burlón, preguntó “¿cuántas divisiones y tanques tiene el Papa?”. El murió antes de ver el desplome estrepitoso del imperio soviético, en tanto la Iglesia continúa viva y latente más de dos mil años después de haberse fundado basada en la doctrina de Cristo y el Papa sigue siendo una de las voces más influyentes del planeta.

Vale saludar la firme postura asumida por el Santo Pontífice que va al rescate de los mejores valores morales que la Iglesia está llamada a representar y proyectar, asumiendo la responsabilidad de limpiar sus filas de elementos indeseables, corruptos y corruptores que son una vergonzosa mancha para su imagen y sagrada misión (El autor es periodista).