Tan pronto se anunció el fallecimiento del anciano presidente alemán Paul von Hindenburg, el día 2 de agosto de 1934, se hizo de público conocimiento que Adolfo Hitler, que había tomado juramento del cargo de Canciller el 30 de enero de 1933, a partir de entonces asumiría la condición de jefe de Estado y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, en virtud de una ley que fue aprobada por su gabinete el día anterior.
La referida ley, además, unificó los cargos de presidente y canciller y abolió el de presidente, dejando concentrado todo el poder de Alemania en las manos ensangrentadas del ambicioso Führer y Canciller del Reich.
Después de esta jugada a Hitler solo le faltaba someter a los militares. Para materializar su propósito y garantizar la fidelidad de éstos, le requirió a todos los miembros de las Fuerzas Armadas, el pronunciamiento de un juramento nuevo e inusual que rezaba: ”Juro por Dios este sagrado juramento, que obedeceré incondicionalmente a Adolfo Hitler, el Führer del Reich y del pueblo alemán, comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y estaré dispuesto, como un soldado valiente, a arriesgar mi vida en cualquier momento por este juramento”. El infame juramento, en lugar de un compromiso con la defensa de la Constitución, significó un compromiso con la guerra a la que posteriormente arrastraría Hitler al pueblo alemán.
Como el dictador alemán, todos los tiranos, sin importar que se hayan juramentado sobre los cadáveres de los ciudadanos, como si se tratará de mandatarios elegidos democráticamente por pueblo, juran solemnemente respetar la Constitución y las leyes. Tal es el caso del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina quien al tomar posesión del cargo de presidente de la República Dominicana, en cumplimiento del artículo 48 de la Constitución del 1924, hizo el juramento siguiente: “Juro por Dios y por la Patria cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, sostener y defender su independencia, respetar sus derechos y llenar fielmente los deberes de mi cargo”.
Sin embargo, no solo los dictadores se burlan del pueblo al incumplir su juramento. También lo hacen muchos mandatarios que, habiendo sido elegidos democráticamente, violan desde el gobierno las normas jurídicas y morales y, en consecuencia, el juramento político.
Los prestigiosos juristas Manuel Ossorio y Guillermo Cabanellas definen el juramento político como: “El exigido al jefe del Estado, y en su caso al vicepresidente, al tomar posesión de su cargo, en el sentido de observar y hacer cumplir fielmente la Constitución”.
El artículo 127 de la Carta Sustantiva dispone que el juramento debe ser presentado ante la Asamblea Nacional como sigue: “Juro ante Dios y ante el pueblo, por la Patria y por mi honor, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, proteger y defender su independencia, respetar los derechos y las libertades de los ciudadanos y ciudadanas y cumplir fielmente los deberes a mi cargo”.
Como se puede apreciar, el juramento no es más que un bello poema de entrada al poder, que la corrupción de la administración pública y la ambición de poder hacen imposible de cumplir. En ese sentido, tenía razón el político e inventor estadounidense, Benjamín Franklin, cuando dijo: “La honradez reconocida es el más seguro de los juramentos”.