Admiro sobremanera a aquellos que en medio de la multitud guardan silencio. Son esos que en conversaciones saturadas y animadas mantienen una postura gallarda, pero no esa que se conoce de enfrentamiento sino más bien “esa” que destila clase.

Por cierto, aclaro que para mí “tener clase” es tener modales éticos y morales. No aquella otra y abundantemente usada “clase” donde comúnmente denominamos a esa “gente” adinerada y presumida.

También aclaro, y ya es mucho aclarar, que nada tengo en contra de los ricos, siempre y cuando tengan esa clase primera ya mencionada y sumado el atributo de la compasión.

¿Compasión? Bueno, eso también lo tengo que aclarar y me disculpan si me desvió por un momento más del tema que me ocupa. Esta compasión no es la de dar limosnas, como se entiende, sino aquella que otorga bienestar constantemente.

El silencio, quizás sea uno de los dones más enriquecedores y a la vez menos utilizado por la gran mayoría de los seres dotados de “discernimiento” como somos los llamados “seres humanos”.

El discernimiento es la capacidad de “notar” o entender que “cosa” nos es de mayor o mejor beneficio.

Se dice que el que goza de este tiene una gran virtud. Reconoce, interpreta y elige. Solo en el silencio se puede discernir. Solo el que escucha es capaz de conocer las aptitudes, modales y capacidades de los que hablan… en otras palabras…va en ventaja.

Estas líneas nacen, luego de una auto reflexión en la que logre “discernir” que soy una especie de imán para un grupito de amigos (5 en específico) que no paran de hablar como gallareta donde quiera andemos.

Saben de todos los temas, interrumpen constantemente a los que hablan, los atropellan ensimismándoles anécdotas personales, ¡porque además han pasado de todo! Buscan denodadamente ser el centro de atención del grupo, y, por cierto, ninguno es cubano. Y para rematar, les encanta usarme de punching bag.

Ya sé que todos ustedes estarán pensando; ¡coño! ¡Pero mándalos pal carajo! Como si el asunto fuera fácil. ¿De qué otra manera se hace uno con el don de la paciencia?

Uno aprende a crecer no en la abundancia sino en la escasez. Aprende a escuchar en el alboroto de los que gritan. Se llena de silencio en medio de la necedad.

¿De qué otra manera descubrimos el bien sino conocemos el mal?

En el silencio surgen todas estas preguntas, se llega a lugares más altos en donde uno alcanza a reírse de todas las debilidades humanas y de repente se encuentra uno en medio de un centenar de vacas pastando, rumiando bajito, mirando curiosas…y en silencio.

¿Será que los animales saben de las ventajas de no hablar?

¿O será que dominan el lenguaje del silencio?

Los animales habladores que me rodean y que tanto se ufanan de saber mucho, no se imaginan cuanto aumentaría su “saber” si aprendieran a escuchar más de lo que permiten hablar.

En mi caso particular suelo hablar cuando me doy cuenta que el que escucha…quiere escuchar valga la redundancia. Que le interesa oír lo que hablo y que además disfruta y goza de lo dicho.

Pero hay personas, mis cinco amigos, que ni siquiera se dan cuenta que nadie está interesado en lo que parlotean, por lo menos, la mayoría del tiempo…

“El silencio es el camino a la sabiduría”, solía decir Pitágoras. Y Friedrich Nietzsche lo reafirmaba dos mil años después: “El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio”.

En el aspecto de la psicología, el silencio es un elemento que pertenece a la comunicación ya que “transmite” con un lenguaje no verbal.

Y en el ámbito espiritual nos permite conectarnos con nuestro “yo” más profundo disfrutando de nuestra propia compañía…algo que muy pocos logran.

¿Se imaginan? No somos capaces de soportarnos a nosotros mismos…!ahhh!! con razón se me hace tan difícil deshacerme de mis amigos habladores. ¿será que el silencio necesita compañía? ¿o la compañía se nutre del silencio? No lo sé, pero mejor ya dejo de hablar como gallareta o terminare siendo el número seis del grupo de amigos ¿o tal vez lo soy? ¡sssshhh! ¡silencio! ¡salud! mínimo caminero