"En la tierra en que vivimos, ya nadie escucha. Todos hablan sin rubor de cosas que nunca han aprehendido ni entenderán jamás". Alejandro Arvelo.

Cuando en el año 45 a.C. Julio Cesar acababa de someter las últimas fuerzas de resistencia que hicieran frente a las huestes romanas, tratando así de evitar la ocupación total de la península, Asterix y Obelix lograban atravesar los Pirineos y ponían, por vez primera, sus pies en Hispania. Había sido reclamada su presencia por un pequeño reducto de valientes que, al sur de la piel de toro, seguían desafiando la victoria definitiva de Roma. Los irreductibles galos pronto descubrirían que esta era tierra de aguerridos hombres de corta estatura y profundo orgullo. Y así seguimos. Valientes, de estatura media y  engreídos de ser quienes somos, aunque a decir verdad no siempre ni todos. Goscinny y Uderzo, en sus célebres historias, lograron dibujarnos con acierto a través de ese humor inteligente y fácil de degustar para aquel que ríe con ganas de su misma sombra. Desde entonces ha llovido mucho por estas latitudes. Invadimos y nos invadieron por diversos flancos. Nos hicimos a la mar blandiendo contra todos, sin mediar motivo ni ofensa ninguna, cruces y banderas. Ganamos y perdimos latifundios… pero eso forma parte de un relato distinto y hoy no viene al caso en el asunto que nos ocupa.

Con el correr de los tiempos los futuros españoles acabarían por añadir alguna que otra virtud y no pocos pecados a su larga lista de prendas. Muchos pueblos de diversa procedencia, muchas lenguas, muchos dioses y culturas distintas fueron conformando un pueblo peculiar y experto en mixturas diversas. Abram Kardiner y Ralph Linton, antropólogos ambos, concluyeron que “Los miembros de cualquier cultura poseen muchos elementos comunes debido a experiencias tempranas vividas también en común. Éstas ejercen un efecto posterior que tiende a producir similares estructuras de personalidad  entre personas de una misma cultura”. Y así es sin duda. España es tierra de diferencias, pero a la vez de un extremo al otro comparte muchos rasgos que definen a su gente.

El Mediterráneo puso una pizca de sal y el astro rey la pimienta para hacernos fanfarrones, pícaros redomados, vocingleros, malhablados y al mismo tiempo afables, de trato sencillo y poco protocolario. Hay quien dice que también somos perezosos y reticentes a bregar con todo esfuerzo, indisciplinados, rebeldes y obstinados. Comentan, lenguas viperinas, que preferimos la fiesta al trabajo, la risa al empeño en la tarea bien hecha, que pasamos por alto el reloj y muchas otras cosas que, con escaso margen de duda,  son de fácil confirmar. Pero esta tierra es  casi siempre discorde y poco dada a la ortodoxia y así, amén de otros factores de voluntad caprichosa, los largos y fríos inviernos sosegaron el carácter en tierras de León y de Castilla,  hicieron melancólico y viajero al gallego, amistoso y leal al asturiano, dicen que distante al cántabro y tozudo al que nace en Aragón, parco en gesto innecesario al vasco y al navarro,  hospitalario y confiado al riojano, contenido al catalán y chulesco al madrileño. Desde Madrid y en descenso hacia tierras del Sur, el calor y la luz aportaron la alegría y el sin par gracejo a sus gentes. Somos muchos más, pero para no sobreabundar en detalles detengo aquí la descripción. Más si la tipología propia de cada zona nos hace únicos, hay aspectos que sin duda nos hermanan y en uno de ellos quisiera hoy detenerme: precisamente en nuestra inagotable capacidad para liberar de nuestras bocas y a velocidad de vértigo, palabras que carecen de tino.

El español en general, y digo en general pues nunca se ha de ser categórico en sentencia ninguna, suele ser lenguaraz y decidido en su empeño por emitir opinión. Podemos ser insolentes, descarados y sin duda atrevidos a la hora de hablar de todo y por todo. No importa cuánto sepamos al respecto, ni siquiera el nivel de comprensión acerca de los temas sobre los que forjamos veredicto. Es el hecho de hablar y porfiar lo que en realidad importa. Es elevar el tono por encima de las voces que pretenden acompañar un dialogo complicado de establecer. El español es de giros bruscos, de cambiar de tema sin razón y sin sentido o de empecinarse en uno hasta empeñar en él la propia vida. Somos arrebatados y pasionales y todo ciudadano de este país quiere y se debe a sí mismo, ganar toda discusión que emprende: en su casa, en la celebración de un cumpleaños, en la pandilla y el trabajo… Somos así, impacientes y faltos del sosiego necesario para practicar la escucha. Y de ahí sin duda derivan muchos de nuestros problemas y de nuestros más profundos desacuerdos; en ese hablar solo para escucharnos o para silenciar al otro.

Las nuevas tecnologías no arreglaron tal asunto y nos hicieron flaco favor. Nuestro ámbito de saber, limitado y circunscrito al último atisbo de prudencia que aún nos quedaba, se multiplica hoy hasta el infinito. Nada se nos escapa. Nada nos es ajeno. Si antes reducíamos nuestra capacidad de sentenciar a aquello que nos era próximo, ahora andamos como jamelgo sin brida y sin freno alguno que sosiegue las palabras. Necias o no ¿qué más da? Lo importante es que se oiga nuestra voz en cualquier foro posible. La red ofrece micrófono y palestra a todos por igual y el españolito de a pie se viene arriba. Y entonces se le colma la boca de adjetivos más o menos afortunados, de argumentos que carecen de discreción y cordura y a veces también de insultos. ¡Con que inusitada frecuencia se nos llena el paladar de ofensas y de agravios por estos lares! Los muros personales se inflaman en conceptos que carecen de cimentación posible. Los datos se trastocan, se interpretan libremente voluntades; se generan artificios imposibles de digerir y que causan sonrojo.

Hace apenas unos días explosionaba el volcán Cumbre Vieja en la isla canaria de La Palma. Como era de esperar y de inmediato, España entera se llenó de expertos vulcanólogos dispuestos a debatir en torno a un suceso que no se producía desde hacía cincuenta años. De la noche a la mañana, insignes hombres y mujeres de este país, nos llenaron de crónicas “profundamente documentadas” a través de las redes sociales.  La información vertida -cual curso de lava- llega a ser tanta que uno no sabe a qué atenerse. Interpretaciones diversas y desnortadas, teorías peregrinas que más que aportar datos de calidad desinforman, grupos de negacionistas que dudan de todo, los siempre al día que se suben a cualquier carro y los más célebres de todos,  aquellos que ocurra lo ocurra culpan al ejecutivo de turno de todo desastre con la malsana intención de minar sus fuerzas. Gracias a estos últimos llegamos a conocer en esta ocasión, que la boca de un volcán escupe lava por obra y gracia de un pérfido Gobierno de izquierdas, que pretende desviar la atención de sus desmanes encendiendo las entrañas de la tierra.

El circo está servido señores. Los payasos incorporan con acierto elementos que concitan la atención de un público, que lleno de entusiasmo, jalea el número de ese par de bufones que acaba de prender la mecha del delirio. Y así siempre. Y cada día siempre. Sin prestar atención al valor del silencio. Sin mesura ni rubor, sin previsión ni ganas de detenernos y escuchar lo que el mundo nos susurra bajito. Para aprehenderlo, Para comprender al fin.