En medio de la disputa mediática ocasionada por la  conocida sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional surgieron las voces de importantes dominicanos en el exterior. Entre ellas las de Julia Álvarez, Elissa L. Lister Brugal  y Silvio Torres-Saillant, profesores de la Universidad de Middleburry, la Universidad Nacional de Colombia y  la Universidad de Syracuse respectivamente.

Quiero resaltar la labor de estos profesionales, que si bien se han destacado en sus entornos académicos, al momento de la grave violación masiva de un derecho fundamental se elevaron a la categoría de intelectuales públicos. Los catalogo como tal porque hicieron y siguen haciendo uso de su dimensión humana y política para promover la libertad, el conocimiento e intentar romper el status quo de la sociedad dominicana.

Si bien es cierto que debemos replantear nuestra universidad y con ella sus profesores, necesitamos académicos relevantes para nuestro país. Necesitamos académicos, que como Álvarez, Lister y Torres-Saillant hagan de sus motivaciones privadas un asunto público. Necesitamos académicos dispuestos a generar debate público, dispuestos a salir de sus disciplinas para discutir temas diversos, críticos para el desarrollo de nuestra nación.

¿Qué los hace a ellos distintos del resto de sus colegas? ¿Cómo identificar a un profesor intelectual? El intelectual público se define por dos condiciones entrelazadas: la capacidad de abstracción de ideas y la capacidad de comunicación con un público amplio.

Precisamente uno de los argumentos alrededor de la desaparición de dichos intelectuales es que las universidades modernas están al servicio de las especialidades y no de la nación. Por naturaleza, el especialista tiende a relacionarse con personas diestras en su tema de interés, cosa que lo conduce a enmarcar su discusión en la jerga de la especialidad y a la vez imposibilitando la democratización de un aprendizaje valioso. Por el contrario, el intelectual tiende a ser generalista. Su solida formación en razonamiento y lógica le permite superar contextos y superficialidades para abstraer grandes ideas al servicio de todos, en todos momentos.

No menos importante, el intelectual sabe generar un debate que es digerible por un público amplio. Si le preguntáramos a George Lakoff, diría que el intelectual es capaz de replantear el debate utilizando marcos conceptuales y valores que, más que generar oposición, ayudan a encontrar puntos en común y dan vida al diálogo del cual emana el cambio.

Hoy, evidenciamos la ausencia de la intelectualidad en los pasillos y las aulas de nuestras universidades. Pagamos el alto precio de permanecer silentes frente a la ausencia de valores democráticos fundamentales; pagamos el precio de vivir en un país de consensos, donde la mayoría maneja las mismas ideas y la minoría constituye una postura de negociación y por tanto minoría durante muy poco tiempo.

Hoy, en medio de “debates” sobre la informalidad, el (des)empleo, la minería, los impuestos, Bahía de las Águilas y la ilegalidad de muchas de las acciones del gobierno, evidenciamos la incapacidad de nuestra sociedad de plantearse las preguntas verdaderamente importantes: evidenciamos la ausencia de la academia dominicana.

La educación superior dominicana se encuentra en plena crisis. Mientras, me pregunto, ¿a quienes sirven nuestras universidades?

Samuel Bonilla | @sbonillabogaert | se.bonilla@gmail.com

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