Las invitaciones están circulando por las redes, el Lic. Luis Abinader y el Partido Revolucionario Moderno convocando, sin compromiso partidario, a las personalidades identificadas con el futuro estratégico de la Nación Dominicana, más allá del 16 de agosto de 2020. No seamos ingenuos, hace tres meses ante la opinión pública dominicana se solicitó la celebración de este evento para que el Presidente Medina, se despojara de partidismo y se vistiera de patriotismo al llamar a las fuerzas sociales.
Como científico social, he insistido en estudiar cuáles estrategias han sido las exitosas en el mundo, sobre la base de que no había un “plan” predeterminado contra el Covid-19 porque no conocíamos las características de ese patógeno surgido de la “nada”. Y las que se llevan esos lauros son las que tomaron en serio el problema desde el principio y aplicaron la ciencia y la tecnología para adelantarse al Covid-19, pero, que además, confiaron en el espíritu cívico y ciudadano y que “aplanaron” y hasta evitaron una “contaminación local”. América Latina, incluyendo a la República Dominicana, emerge como el cuarto centro de la pandemia, luego de Asia oriental, seguida por Europa y Estados Unidos.
Por lo tanto, el tiempo y el momento, son los idóneos (luego de haber perdido el primer tercio del año cuando se detectó en Dominicana el Covid-19), para enfrentar la recuperación de nuestra infraestructura sanitaria, su adecuación para seguir enfrentando la amenaza de la pandemia y se ofrezca la educación sanitaria basada en evidencias y experiencias y reducir las ansiedades y depresiones causadas por tantos bulos y noticias falsas derramadas a través de las redes sociales con aviesas intenciones inconfesables.
En mi condición profesional, los recursos financieros se han dilapidado en un plan de contención del Covid-19 que dejará al nuevo gobierno con deudas y sin créditos ni activos para reactivar la economía desde la economía real y en base a nuestros recursos, ya que parece que la búsqueda de la quiebra de las pequeñas y medianas empresas puedan reactivarse, así como la recuperación del campo dominicano ya que se les prometió comprarle sus cosechas para paliar el hambre que generó el confinamiento y la paralización de la actividad económica generalizada; y, sin ningún reparo, recuperar nuestra industria turística de una manera solidaria y con los refuerzos de las infraestructuras sanitarias para garantía de nuestros visitantes. Hay mil y una razones para encontrarnos más cerca uno de otros para enfrentar el mal mayor del pasado reciente: la corrupción.
La ciudadanía confiaría en los políticos si se inicia por el establecimiento de una justicia “independiente” y competente, con la voluntad y la capacidad de restaurar la confianza para que el estimado 20% del Producto Interno Bruto que se “va en las patas de los caballos”, algo que en economía llamamos “el peso muerto” de la burocracia gubernamental, ya que significaría un estimado, por lo bajo, de tres billones de dólares que se podrían disponerse adicionalmente en un periodo de gobierno. Apunto, no incluyo la cantidad “recuperable” por acción de la justicia y de los juicios de funcionarios probadamente corruptos y de los corruptores empresariales, propios o foráneos.
Este ambiente de saneamiento fiscal y control judicial de las “indelicadezas”, voluntad de trabajo, prudencia en la toma de decisiones y cooperación internacional, con la presencia y cooperación de los dominicanos “ausentes”, un gobierno a todos los niveles democrático, participativo y responsable, con una alianza público/privada, civil/militar, confesional y con el lema inscrito en nuestro Escudo Nacional de “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, podremos en la «Cumbre por la Unidad y Recuperación Nacional» producir una catarsis y dejar atrás el atávico “pesimismo dominicano” y hacer del porvenir nuestra meta.
Recojo el reto de vernos a la cara (aunque con dos metros prudenciales del protocolo anti-Covid-19). Apelo al buen sentido común de los dominicanos, a su capacidad de entrega por la patria y por su comunidad, para recrear las normas de la convivencia civilizada que tanto recordamos de nuestros abuelos. Sea la laica solidaridad, la cristiana caridad, la compasión budista, u otra apelación que nos lleve a hacer equipo con nuestros conciudadanos, sea la norma y el espíritu de los nuevos tiempos.