La gran mayoría de dominicanos, coincide en que de no ser posible celebrar las elecciones venideras pautadas para el 05 de julio, de cara al cambio de mando presidencial y congresional, establecido el 16 de agosto del 2020, fecha en que terminan las actuales autoridades, y se inicia el correspondiente período constitucional, se estaría en ciernes creando una crisis política, en razón de que en ese sentido nuestra carta magna acusa un vacío constitucional.
Si eventualmente existiese un vacío constitucional, habría insuficiencia de soluciones jurídicas posibles frente al caso, es decir, que en base a la Constitución no hay una disposición a favor de una u otra solución.
El vacío constitucional es un momento constituyente, porque termina la carretera constitucional que nos dirige, y señala; aquí, partidos políticos, empresarios, iglesias, medios de comunicación, sociedad civil y personalidades, mediante el diálogo planifiquen o construyan un puente constitucional para superar el vacío constitucional que tenemos de frente, para volver a la carretera constitucional de la continuidad política dentro de un estado constitucional.
Normalmente la historia de la búsqueda y de los cambios de identidad constitucional se debaten entre los que plantean temas convencionales, es decir, que la solución está en la constitución, y temas no convencionales, lo cual significa, que su solución no está en la constitución. Sin embargo, los iusconstitucionalistas dominicanos en cuanto al vacío constitucional coinciden en que la respuesta no podría ser convencional, en función de que no está escrito en la constitución, es decir, que la salida está fuera de lo que dice la carta magna. Este fascinante proceso de búsqueda, de adaptación, y de cambios no convencionales, será el objeto de nuestra ocupación, si los políticos vernáculos no muestran sagacidad.
La actividad no convencional realza la seriedad del diálogo colectivo, porque se produce en unas condiciones un tanto peligrosas, en un momento en que el mandato constitucional culmina. El diálogo garantiza que, pese a todos los riesgos, no conduzcan al caos las actividades individuales de los partidos, sino, a un sentido renovado de que es el pueblo que dirige el proceso no convencional. Nuestra tarea es encontrar el puente constitucional para garantizar el principio de continuidad constitucional y política, para actuar en el presente y para ordenar el futuro, pero mediante una ciudadanía activa y empoderada.
La desintegración constitucional por sordera o por soberbia, activa la rivalidad de los partidos, y abandonaría la empresa de hablar entre sí con un lenguaje común, y simplemente buscarán establecer su dominio sobre los demás mediante una violencia sin paliativos.
Los estadounidenses deben su notable continuidad constitucional a su repetido éxito a la hora de negociar estas adaptaciones no convencionales, durante sus crisis más graves como pueblo, destacándose entre otras: La fundación de su República, la reestructuración y el new deal, post depresión o crack del 1929.
Donde termina la constitución, empieza la política o la guerra, si se abre la puerta del diálogo político los actos que procedan del mismo, serán de autoridad constituyente, pero si se abre la guerra que es la imposición de manera unilateral de artículos por analogías, los actos que se deriven de ella serán de mera voluntad de fuerza. En uno habla: Nosotros el pueblo, en el otro el Estado soy yo. Esta situación solo acabaría con el establecimiento de una tiranía, en la que un puñado de políticos ebrios de poder confundirían su propia voluntad arbitraria con la voluntad del pueblo.
Desde mi punto de vista hay una gran oportunidad en el vacío constitucional, porque de acuerdo a Bruce Ackerman, haciendo un análisis del federalista de Hamilton (números 39, 40 y 43), arriba a la conclusión siguiente: “La forma más alta de expresión política no se encuentran en asambleas formales surgidas de la ley que preexistentes sino por medio de un privilegio irregular y asumido para hacer propuestas informales y no autorizadas”. Cabe destacar que cuando los federalistas recurrieron al concepto de convención, recurrieron al significado mismo de su origen inglés del siglo XVIII, para designar algo ilegal. En la misma forma mediante medios no convencionales se realizaron las reformas del new deal, ya que las medidas que adoptó la administración Roosevelt no minaron su legitimidad ni la propia estabilidad del sistema, a fin de poner en marcha su programa nacional de recuperación. Ahora bien, requirió también de un amplio compromiso político entre los partidos demócrata y republicano, y del respaldo legitimador del Tribunal Supremo ante la multitud de cambios legales que produjo, y dos condiciones más: la negociación con los agentes económicos y sociales y la dirección política.
La emergencia no tiene que ver solamente con el COVID-19, sino que también tiene que ver con animar el impulso latente o creciente, entre los consumidores para reclamar precios justos, la explotación de los consumidores, la recuperación rápida del empleo privado y los especuladores sin escrúpulos. Estamos afligidos no solamente por el COVID-19, sino también por la incertidumbre de no ver medidas efectivas que arrojen luz para el retorno a la normalidad. Necesitamos confianza de las acciones de nuestro liderazgo político y empresarial, la cual se gana cuando observamos que nuestras acciones no procuran intereses espurios en ninguna de nuestras ramas como son: especulación y politiquería. Asimismo, cuando no hacemos de la calamidad pública un negocio ni de la política pública de salud un acto proselitista. La sociedad aspira a la recuperación, sin embargo, no solo pide cambios de la ética, esta nación pide acciones inmediatas. Existen muchas vías para ayudar, pero ninguna es hablar por hablar. Debemos actuar, y actuar con sensatez y rapidez, pero con resultados eficaces, para que las cosas puedan mejorar para bienestar de la mayoría.