El proselitismo y el secuestro de la opinión pública al través de su manipulación por intereses políticos y económicos están prostituyendo el valor de las encuestas como método de medición científico. Antes se admitían los sondeos sobre preferencias electorales como una forma racional y bastante aproximada para conocer el estado de ánimo de la población con respecto a políticas o candidaturas. Pero la idea de estos análisis era determinar debilidades y fortalezas o en el caso de productos o estudios de mercados las lealtades de los consumidores. Eran resultados cuya confidencialidad se guardaban celosamente por cuanto la divulgación de algunos datos podían serles útiles a la competencia, fuera comercial o política.
A partir de un momento, cuando la actividad proselitista perdió todo sentido del pudor y empezó a mostrar sus paños menores, todos esos valores acerca de las encuestas se vinieron abajo. La realización de estos estudios comenzó a servir para tratar de inducir cambios en las preferencias al través de mensajes subliminales. Afloraron como plagas agencias especializadas dispuestas a prestar sus servicios, carentes en muchos casos de prestigio o experiencias, por favores oficiales o altas sumas de dinero. La credibilidad se perdió en un mercado lleno de baratijas con pretensiones científicas.
Hubo épocas en que algunos medios involuntariamente contribuyeron a ese desprestigio, con encuestas extemporáneas carentes de lógica. Incluso se han dan casos de varias dando seguros ganadores, sin haberse definido antes el panorama electoral. Como si a un año de una cita electoral, por ejemplo, fuera posible dar un imbatible triunfador en cualquiera de las dos vueltas. El propósito de tal práctica es evidente: condicionar la opinión pública y sembrar en la psiquis popular la idea de un único ganador. La manipulación en su máxima expresión artística.