Muchos de los "ismos" con los que me crié han desaparecido: "socialismo", "boschismo", "perredeismo", "peledeismo", "marxismo", "igualitarismo", "exorcismo", "duartismo", "caamañismo", "constitucionalismo". Ante ellos me siento como frente a un museo de cera o esperando que Fellita ponga "La puerta de Alcalá" en Maniquí o que Ramón hable de Trotsky y la revolución permanente o que Abreu me explique los secretos de la Gran Pirámide luego de que me traiga un café en tasa, no en vasito de plástico, o Gran Maestro de la Culebra Revolcada, o quién sabe si Narciso finalmente compita con Colombo en algún pasito de "Los Matamoros" en "Quién tiró la bomba, quién tiró". Lo terrible es que muchas de las razones que todavía sostenían tales creencias o adhesiones siguen tan campantes como antes. Curiosamente, el ismo que más se sostiene en el país dominicano, porque nunca ha perdido la fidelidad a sí mismo, es el "balaguerismo" o "reformismo" o el "a mí lo mío y que el resto se joda". Vivimos en un país brutalmente balaguerista.