Un día antes de morir todavía daba por sentado que “eso” era lo último que haría.

Su cuerpo, todo “deguabinao” y esquelético, podía caer postrado en la cama por días, así como levantarse de un brinco en un segundo con una energía que causaba espanto.

Aunque este protagonista tiene nombre propio, lo generalizaré y diré que, en parte y de algún modo, ¡somos todos nosotros!

La capacidad motora del cuerpo humano, aunque pulula entre lo incierto y funesto, es digna de catalogarla como “una super héroe” o heroína. Como deseen.

Se dan casos de moribundos que se levantan del lecho postrero para continuar “jodiendo” durante décadas.

Esas son personas que se han considerado desahuciadas, personas cuyos familiares dieron por muertos la víspera. Familiares que actúan movidos por el deseo de recibir la herencia, son casos en que el “exdifunto” se levanta para asistir al funeral de los desesperados ambiciosos.

La vida continúa con el último suspiro, navegando en otras dimensiones con renovadas energías.

Las pausas, el desdén, el desgano y todas las variedades de ocio no son exclusivas de la vejez o del avanzado proceso de los años.

Al contrario de los “exdifuntos”, hay también en el mundo de los vivos personas que mueren antes de tiempo.

Hay que tener pendiente que los sueños, los proyectos, los deseos, no deben ser postergables ni deben tener fecha de caducidad.

Una persona llega hasta donde quiere o hasta donde puede o, quizás ni llega, pero el asunto aquí no es llegar. El punto principal es intentarlo y disfrutar el empeño.

Nadie cree que morirá, es como un guiño que nos hacemos interiormente. Una verdad insertada en una mentira.

Como si en algún lugar en el interior de nuestro ser hubiese una voz que susurrara “todo es mentira, ni siquiera es verdadero lo que aceptamos como verdad”. Esa es la verdad que nos advierte del infinito.

Pero, ¿cuál verdad?

La única verdad a la que debemos arraigarnos los subsistentes, es decir, los que estamos “vivos”, si, así entre comillas, porque esa es otra verdad discutible, es la de hacer.

El otro día me apenaba porque pensé que el tiempo que me quedaba no sería suficiente para “disfrutar” de todos los caminos andados y los esfuerzos empeñados en los mismos.

Sin embargo, di un paso atrás y recapacité; ¡no! Lo que he vivido y tengo es un regalo.

¡El aliento, el deseo, el afán y hasta la agonía! ¿Por qué no? Son los atributos que nos advierten que aún queda vida. Cuando se pierde uno de estos es porque ya emprendimos el vuelo final.

Los noventa y tantos años de doña Rosana, la mamá cubana de Tass, no parecen ser un obstáculo para ella continuar con el proyecto individual que tiene, desde hace unos 20 años. . . desde que la conozco.

Ella me habla de que está a punto de “terminar” ese proyecto y de paso acentúa con entusiasmo que es algo que “revolucionará el mundo”.

Y siempre termina con las, para mí, mágicas palabras, ¡chico! ¡Yo no me muero sin terminarlo!

Ella sabe, mujer estudiada en la escuela hermética, que el día que termine su proyecto debe inventarse otro al momento, bajo riesgo de perder el entusiasmo por vivir.

No se trata de aferrarse a lo inevitable, al proceso natural de “llegar” “ver” y “partir” de la vida, sino de pasar estos momentos despiertos y aportando como se pueda hasta el último instante en el que toque persistir.

El ya difunto que mencioné al principio de estas líneas tenía un propósito más que cumplir.

No se moriría hasta que lo cumpliera y, podría yo afirmar aquí, pospuso su último suspiro por varios meses y fue aquella tarde que me hizo llamar para decirme, ¡hecho!

Murió a las pocas horas. Yo nunca supe cuál era su “proyecto” o afán, pero me quedó claro que uno muere cuando uno quiere. Los que no mueren de ese modo lo hacen por azar o puro destino.

También queda claro que no es más viejo quien más tiempo haya tenido, sino quien menos haya realizado durante ese tiempo.

Por mi parte pintaré y escribiré todos los días, todas las noches, aunque haya quien se harte de mi “desproporcionada” esencia creadora. Para mí crear es un regalo que recibo y transmito, lo haré hasta mi último suspiro.

¡Salud!