En este sector hay ferretería, plaza comercial, gimnasio, restaurante, tienda y farmacia. En la esquina: un colmadón de larga historia. En frente, un lugar donde hacen hamburguesas.

El negocio de la esquina recibe muchos visitantes. Aquí no es posible poner la música alta. En todo el país, la contaminación sónica está prohibida por la ley 287-04. Por esta razón –y otras–, la gente se reformula en medio de la pandemia. Si quieres escuchar a tu artista, lo mejor será que lo hagas a unos decibeles adecuados. Pero puedes poner en tu celular lo que se te antoje.

Otros especulan sobre el tiempo y cómo administrarlo. Hace mucho tiempo, el pensador griego Heráclito de Efeso dijo las mágicas palabras: “todo fluye, somos y no somos”. De alguna forma, así lo sostuvo el PRM en la campaña electoral pasada, como una manera de darle a la gente lo que la gente quería: el cambio. En los primeros días, el tono del presidente ha sido el propicio para guiar a un país dentro de una pandemia: fundamentado en las decisiones y el liderazgo.

Tal y como aparece en el sector que menciono: en la esquina hay una banca de apuestas. Como hemos dicho, en otros barrios capitalinos, se da el fenómeno de la música alta. En la mágica noche, los habitantes de las casas podrían llamar a la policía para que regule el sonido de esos beats. Más acá, podemos entrar a un comercio chic donde se dan cita las chicas más lindas de la zona. Los capitalinos de otros sectores es menester que se aparezcan aquí en calidad de compradores o de meros turistas. No sabemos si en el gimnasio dan clase de zumba.

Hace tres décadas, sin dinero, el apostador se aparecía en el lugar con la intención de demostrar que nadie como él sabía de los autos BMW. El hombre de la esquina le había prestado un auto Volvo en aquella lejana época de los noventas. La verdad es que ese señor era el cuidador del auto –en una casa con una vasta piscina–, y no tenía sino que guardarlo. Se trataba del carro de un diplomático y serviría para una de las aventuras más notables de esos días.

El auto circuló por todo el sitio, –Bella Vista tiene sus misterios– y se internó a muchos kilómetros por hora en las inmediaciones de otros barrios. Tomó la Sarasota y se dirigió a regiones impredecibles, haciendo “corte de pastelito”, como para no ser atrapado. Aceleró y se dio cuenta de que el carro era fantástico, –como el Knight Rider de Hasselhoff–, que era un Pontiac Firebird Trans Am-V8, muy diferente al que tenía en su casa. Lo que decía el copiloto era que en los anuncios de una revista norteamericana se hablaba de la seguridad del auto 740 (el test de los monigotes). Colorado a más, colorado a más, era la pulsión de la hora.

Casi a la medianoche, había que esperar el resultado de los últimos juegos. Era una necesidad entender qué había pasado con los Rangers, que jugaban muy tarde. Habría que investigar cuál era el promedio de las carreras del equipo, pero lo cierto es que eran abultadas. Tenían de manager a Bobby Valentine en el estadio de Arlington con Julio Cesar Franco, Rafael Palmeiro, y Nolan Ryan, entre otros.

A las diez de la noche, cuando ya los juegos del béisbol de las ocho comenzaban por terminar, –cuando empieza la división Oeste, Rangers, o Angelinos–, lo indicado era llamar a la computadora que te hablaba: te dictaba las victorias y las derrotas. Colorado a más, significaba entonces un viejo aserto que tenía que ver no con una coincidencia sino con una variable manejable. El aspecto económico de las apuestas –denostado por muchos–, argumentan algunos que tiene su razón de ser en el sistema capitalista de la libre elección. Cómo no apostar al Canelo o a Mayweather, Jr?, diría alguien. Era cierto que Colorado tenía el equipo que más carreras anotaba en 10 entradas, el Colorado de John Antonucci.