Entre nosotros y lo salvaje hay un susurro de breve misterio, favores, el sonido de un contrabajo que puede ser el corazón que llama, que piensa, que besa, que vive. Defínanse los sueños, clarinetes que tu beso alumbraba, rombos que quieren quedarse y de paso, un bandoneón que como mosca vuela en la gana de la madrugada. Como sombras en un pez, escamado en cuatrocientos días y cuarenta veces siete verbos como garra y arboleda. Avellaneda era tu calle, tu espejo entre tantas leyes y dedos de gastar. Fracaso en un accidente antes de entrar al Gran Santo Domingo, observo los muchachos jugando desafío en la gramita, un poco más allá, Sans Souci enmarcado en un sueño Recio, por lo Raúl, en donde la violencia del pasado y el color verde me aguarda. Muero como un verbo sin conjugar, anzuelado en la boca, mostrando con orgullo de la caracola, de la gente que siempre viene de visita y a descansar las mitades que agota el viento. No es fácil ser Caribe, estar lejos, ser regalo o un brillo fugitivo. Yo. Contigo. Hasta lo más hondo, un poco más allá de la Matica… sí, como dos náufragos del rizoma.

Hay tantas cosas que se rompen, como tú y como yo o lo que éramos. Hay tantas piletas de gofio vacías y hay tanto Perla Antillana que quiero olvidar.