Quienes hayan tenido la oportunidad de vivir los momentos de gloria de la lucha libre por televisión recordarán las múltiples estrategias diseñadas para mantener el interés en el público.
Cada sábado significaba un toque de queda para quienes posaban sus miradas en las pantallas daltónicas de un televisor de tubo que cada treinta minutos debía apagarse porque se calentaba. Este deporte nos otorgaba la oportunidad de ver un héroe con quien nos identificábamos, y a diferencia de Rambo era dominicano.
Dentro de las estrategias de entretenimiento de este deporte se encontraba la supuesta contratación de luchadores que venían de otros países.
Recuerdo con especial agrado aquellos que personificaban algún tipo de animal o monstruo cuya fortaleza radicaba en algún secreto que bien podría estar en el atuendo que le cubría el cuerpo o en la piel del personaje. Por lo general tenían ciertas ínfulas de Sazón o Aquiles, guerreros de suficiente fortaleza, pero con un punto débil a descubrirles para poder derrotarlos.
En ese orden recuerdo a los monstruos, una pareja de simios que llegaron derrotando a todo el que enfrentaban hasta que Jack Veneno les descubrió el truquito: bastaba con golpearlo detrás de la oreja izquierda y era suficiente para desarticular su fuerza y poderío. No pasaron dos semanas después de nuestro héroe descubrirle el truco cuando decidieron abandonar el país.
La fauna política dominicana ha actuado a través de la historia como los todopoderosos, los invencibles de siempre. Sus acciones, por más viles que hayan sido, parecen no inmutar al inmóvil sentimiento reprimido como si sus actos fuesen vientos que no tumban plátano aunque tengan la fuerza de un huracán.
Tan convencidos han estado de su poder que hasta se han permitido hacer contratos onerosos en donde el Estado ha sido el único perdedor y en donde ha primado las directrices de sus partidos, la mano suave del hombre del maletín y las conciencias ennegrecidas que poseen.
No habían valido protesta alguna, aunque el pueblo zapateara e hiciera bembitas por sus decisiones, continúan haciendo lo que les viene en gana, sin embargo, en los últimos años se han escenificado ciertos acontecimientos en donde el pueblo ha tomado la sartén por el mango y en uno de esos gestos en que movemos la cabeza de arriba hacia abajo nos hemos preguntado “Vamo’ a ver si es chiclet que mastica la chiva”.
Y me refiero al caso de la Cementera, el 4% y más recientemente Bahía de las Águilas. Les estamos descubriendo el truquito y quienes piensen que el pueblo seguirá dormido se equivocan señores políticos porque todavía tenemos casos pendientes ¡Miranda no se negocia!
Miren el caso de Guatemala y nos daremos cuenta de lo que es capaz un pueblo empoderado. La razón por la que se destituyó al Presidente es un juego de niños comparado con lo que sucede en nuestro país, pero las cosas son hasta un día.
Guatemala trazó la pauta y su lucha nos ha hecho pensar que no es difícil encontrarles el truquito, solo basta con querer ser la versión de Jack Veneno que golpea tres veces la mesa en la tertulia Induveca y jura por su madre doña Tatica.
Algún día cantaremos una canción que se hizo popular en los ochentas “Buenas nuevas, buenas nuevas pa’mi pueblo, el que quiera oír que oiga y el que quiera ver que vea; lo que está pasando en medio de un pueblo que empieza a despertar, lo que está pasando en medio de un pueblo que empieza a caminar”.