La desigualdad estructural en Latinoamérica es el seno que nutre la violencia y la corrupción en la región y ha adquirido un nivel tan preocupante que se ha constituido en la principal amenaza de la consolidación del sistema democrático.

La desigualdad configura el estilo de vida del latino y los dominicanos no somos la excepción. Cuando se dice que Latinoamérica es más desigual que África, lo explican en el sentido de que siendo África una zona plagada de guerras y hambruna, es decir, donde el apoyo a la democracia ha crecido desde el inicio del siglo XXI y según los analistas políticos aún no cumple ni una de las condiciones para la consolidación democrática, tienen un nivel de desigualdad de 56,5; mientras que América Latina, una región que se supone se ha abocado a un proceso de modernización y consolidación democrática en los últimos treinta años, no se encuentra sumergida en conflictos bélicos y cuenta actualmente con niveles de crecimiento económico que África aún no alcanza, tenemos un nivel de desigualdad de 52,9, bastante lejos de Asia (44,7) y Europa del Este y Asia Central (34,7) según el Banco Mundial y el Centro de Estudios Distributivos y Sociales (CEDLAS).

Es por esa razón que se suele decir que esta región se ganó la etiqueta de la más desigual del planeta y que los avances en materia económica y política solo han servido a los fines de profundizar esta desigualdad a partir de la década de los 80 y 90.

Si quisiéramos traducir todo esto a nuestra realidad diríamos que una joven latina nacida en condiciones de pobreza tiene una expectativa de vida de 18 años menos que una joven latina perteneciente a una clase social adinerada. La dimensión más difundida es la del ingreso, pero no es la única ni la más grave ya que, como mencioné anteriormente, la desigualdad es estructural y se halla presente en todas las dimensiones centrales de la vida cotidiana de los latinos. Pero hay una concentración aguda del ingreso; los Gini Latinoamericanos que miden el ingreso son los peores del mundo y con el tiempo muestra que ha tendido a empeorar, de 48.4 en los 70 a 52.2 en los 90 y la concentración de un activo productivo fundamental como la tierra, mucho peor todavía que todas las regiones del mundo 0.81, mientras en Norteamérica es 0.64, Europa Occidental 0.57 y África 0.61.

Finalmente una dimensión clave y determinante es el campo de la educación, aunque se han experimentado avances en cuanto a alfabetización y matricula en la primaria, las tasas de deserción y repetición son muy altas, la gran mayoría de niños que ingresa a la escuela abandona o repite masivamente por causas concretas que todos conocemos: niños menores de 14 años trabajando, desnutrición y la proveniencia de familias disfuncionales por el impacto de la pobreza. Así podríamos pasarnos semanas mencionando dimensiones, la de salud, el acceso al crédito, tecnologías avanzadas, el empleo, seguridad social, nutrición, embarazo en adolescentes, etc.

Como pueden ver, todas estas dimensiones son el pan de cada día del dominicano. Obligatoriamente interactuamos con ellas a diario e inevitablemente se refuerzan entre sí trazando un destino que conduce al mismo círculo vicioso de nacer, reproducirse y heredar esta fatalidad.

Si se nace en una familia disfuncional y con estos niveles de desarticulación por la pobreza, las posibilidades de tener acceso a buena salud, alimentación y el rendimiento educativo será deficiente y el nivel de escolaridad bajo, si no es que tiene que ser abandonada la preparación para poder sobrevivir, lo que irremediablemente nos conducirá a acceder a empleos de baja productividad y, por tanto, peor remunerados, con un nivel de ingreso tan bajo mientras la canasta familiar aumenta sin detenerse a reparar en nuestros bolsillos. La posibilidad de conformar una familia en las mismas condiciones no solo es alta, es la única suerte posible, la desigualdad estructural nuevamente ha sido consumada y así el círculo vicioso vuelve a empezar.

De la mano con esta realidad surgen los regímenes personalistas de los líderes populistas vigentes en la actualidad. La propuesta consistió en ver y tratar la fiebre en la sabana, procediendo a ocupar los puestos públicos de los que supuestamente los pobres y los negros estaban excluidos e implementar políticas distributivas que no reducen los niveles de pobreza y mucho menos garantizan movilidad social, en lugar de implementar un sistema basado en institucionalización de la participación ciudadana, el respeto a los mecanismos institucionales y garantizar la extensión de los derechos fundamentales que finalmente son los que nos igualan en sociedad a cabalidad y no el abuso del discurso retórico de las políticas identitarias; las promueven permanentemente para mantener enfrentada a la sociedad en ese debate estéril entre los sexos, las orientaciones sexuales, la etnia y la clase social que, en términos prácticos, no propone soluciones estructurales para la calidad de vida de la gente, sino con la finalidad de obtener un voto que posteriormente no honran al iniciar su ejercicio político, porque una vez en el poder es más importante servir al partido y a los compañeritos en lugar de garantizar el fortalecimiento de las instituciones públicas, los instrumentos democráticos y extender los derechos fundamentales a la ciudadanía que fue para lo que fueron elegidos. Luego, no ha de extrañarnos los niveles de corrupción en la región, ya que la estrategia es infalible: desarticular la vías a las que puede recurrir la ciudadanía que dicen representar, dejarlas desamparadas políticamente y a merced del abuso de poder ya que ellos, y los compañeritos, son los únicos que pueden hacer justicia y que definen los límites de lo justo, hacen de la corrupción política un mal endémico y generalizado bajo el cual nos vemos obligados a sobrevivir como dijese el encargado de negocios de la Embajada de EE. UU.

De acuerdo al informe de Transparencia Internacional (2008) América Latina también es la que cuenta con el peor resultado con respecto a las demás regiones cuando de corrupción se trata; nuestro nivel medio es de (3,6) con excepción de África que es (2,9). La corrupción política afecta la distribución de los recursos públicos y desvía el gasto público que debería estar dirigido al bienestar social y no hacia sus arcas privadas e inversiones de baja productividad, pero realmente el mayor daño no se encuentra ahí, ni está en el tamaño del Estado que mal que bien concentra la mayor parte de la  empleomanía del país, sino en perpetuar y aumentar los niveles de desigualdad y afectar la calidad institucional, la relación entre corrupción y desigualdad asusta de lo determinante que es y de manera resumida les explico cómo incide con tanta gravedad.

Según el Informe de Desarrollo Humano 2021, Latinoamérica se encuentra atrapada en una doble trampa de alta desigualdad y baja productividad, porque quienes concentran el poder político distorsionan las políticas públicas en formas que perpetúan los patrones de desigualdad ya existentes y estancan la productividad. La realidad es que, con la concentración del poder de monopolio y político empresarial, los nuevos ricos se potencian entre sí generando un círculo vicioso. Las rentas de monopolio se traducen en poder político a modo de turno, alternándose el poder, así aumenta el poder de monopolio y este a su vez alimenta el poder político. Los mercados en Latinoamérica están dominados por un pequeño número de empresas que concentran un alto poder de mercado a un nivel que otros países apenas comienzan a alcanzar.

Con tantos desafíos de índole estructural y determinantes para el porvenir y la evidente incapacidad estatal para responder a las problemáticas sociales, ¿cómo le puede extrañar a alguien que la ciudadanía haya perdido la confianza en el sistema democrático y refleje su descontento en constantes manifestaciones y repudio expreso en medios digitales a los “representantes” tradicionales de este cuestionable sistema democrático, muy funcional a los intereses de estos? Razones nos sobran, ya que a nosotros no nos han servido hasta ahora sus “buenas intenciones y promesas”, los resultados de sus políticas populistas hablan por sí solo y operan más en nuestro perjuicio, polarización social, aumento de la desigualdad que tanto prometen erradicar y con ella perpetúan la pobreza como castigo fatal por haber confiado una misión de semejante envergadura a los verdaderos enemigos y la verdadera amenaza del sistema democrático, los corruptos populistas.