¿Y SI todo este drama no fue más que engaño?

¿Qué pasaría si los persas astutos ni siquiera soñaban con construir una bomba atómica, pero utilizaron la amenaza para lograr sus objetivos reales?

¿Qué pasaría si Benjamín Netanyahu ha sido engañado para convertirse, sin saberlo, en el colaborador principal de las ambiciones iraníes?

¿Parece una locura? En realidad, no. Echemos un vistazo a los hechos.

IRÁN ES una de las potencias más antiguas del mundo, con miles de años de experiencia política. Una vez tuvieron un imperio que se extendió por el mundo civilizado, incluyendo nuestro pequeño país. Su reputación de emplear prácticas comerciales inteligentes es inigualable.

Son demasiado inteligentes como para construir un arma nuclear. ¿Para qué? Eso se tragaría grandes cantidades de dinero. Y ellos saben que nunca podrían usarla. Al igual que Israel, con su gran arsenal.

La pesadilla de Netanyahu de un ataque nuclear iraní contra Israel es sólo eso: una pesadilla (constante) de un diletante ignorante. Israel es una potencia nuclear con una sólida capacidad para propinar un segundo golpe. Como vemos, los líderes iraníes son realistas duros. ¿Soñarían siquiera con provocar una represalia israelí inevitable que borraría de la faz de la tierra sus tres milenios de civilización?

Estados Unidos, dirigido por un montón de tontos neoconservadores, destruyó a Irak, que durante muchos siglos se había desempeñado como el baluarte del mundo árabe contra la expansión iraní

(Si esta capacidad tiene defectos, Netanyahu debería ser acusado y condenado por negligencia criminal.)

Incluso, si los iraníes lograran engañar a todo el mundo y construyeran una bomba nuclear, no pasaría nada, excepto la creación de un “equilibrio del terror”, como el que salvó al mundo en el pico de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia.

Los que rodean a Netanyahu fingen creer que, a diferencia de los entonces soviéticos, los mulás iraníes están locos. No hay absolutamente ninguna prueba de esto. Desde su revolución de 1979, el liderazgo iraní no ha dado un solo paso importante que no sea absolutamente racional. En comparación con los errores estadounidenses en la región (por no hablar de los israelíes), el liderazgo iraní ha sido concienzudamente lógico.

Así que tal vez negociaron sus diseños nucleares inexistentes por su muy real diseño político: convertirse en la potencia hegemónica del mundo musulmán.

Si es así, le deben mucho a Netanyahu.

¿QUÉ HA hecho la República Islámica en sus 45 años de existencia para dañar a Israel?

Por supuesto, se ha podido ver multitudes en Teherán en la televisión quemado banderas israelíes y gritando “¡Muerte a Israel!”. Nos llaman ‒algo nada halagador‒ “el Pequeño Satán”, en comparación con el “Gran Satán” norteamericano.

Es terrible. Pero, ¿qué más?

No mucho. Tal vez algún apoyo a Hezbollah y Hamas, que no son de su creación. La verdadera lucha de Irán es contra los poderes fácticos que hay en el mundo musulmán. Ellos quieren convertir a los países de la región en vasallos iraníes, como hace 2,400 años.

Esto tiene muy poco que ver con el Islam. Irán utiliza al Islam como Israel utiliza al sionismo y la diáspora judía (y como Rusia, en el pasado, usó el comunismo), como una herramienta para sus ambiciones imperiales.

Lo que está ocurriendo ahora en esta región se asemeja a las “guerras religiosas” en la Europa del siglo XVII. Una docena de países se enfrentaron entre sí en nombre de la religión, bajo las banderas del catolicismo y el protestantismo, pero en realidad estaban empleando la religión para promover sus designios imperiales, muy terrenales por cierto.

Estados Unidos, dirigido por un montón de tontos neoconservadores, destruyó a Irak, que durante muchos siglos se había desempeñado como el baluarte del mundo árabe contra la expansión iraní. Ahora, bajo la bandera de los chiíes, Irán está expandiendo su poder por toda la Región.

El Irak chií ahora es en gran medida un vasallo iraní (más adelante volveremos a Daesh*). Los líderes de Siria, un país suní gobernado por una pequeña secta semi-chií, dependen de Irán para su supervivencia. En el Líbano, el chií Hezbolá es un aliado cercano con poder y prestigio en aumento. Así es Hamas en Gaza, que es totalmente suní. Y los rebeldes hutíes en Yemen, que son zaidíes (una escuela de los chiíes.)

Al statu quo en el mundo árabe lo defiende un grupo corrupto de dictadores y jeques medievales, como los gobernantes de Arabia Saudita, Egipto y los potentados del petróleo del Golfo.

Es evidente que Irán y sus aliados son la ola del futuro; Arabia Saudita y sus aliados pertenecen al pasado.

Eso nos deja a Daesh, el “Estado islámico” suní en Siria e Irak. Esa también es una potencia en ascenso. A diferencia de Irán, cuyo ímpetu revolucionario hace mucho tiempo se agotó, Daesh irradia fervor revolucionario, atrayendo seguidores de todo el mundo.

Daesh es el verdadero enemigo de Irán, y de Israel.

EL PRESIDENTE Obama y sus asesores se dieron cuenta de esto hace algún tiempo. Su nueva alianza con Irán se basa en parte en esta realidad.

Con la llegada de Daesh, las realidades sobre el terreno han cambiado por completo. El cambio reafirma la vieja máxima británica de que los enemigos en una guerra pueden llegar a ser uno de los aliados en la siguiente, y viceversa. Lejos de ser ingenuo, Obama está construyendo una alianza contra el enemigo nuevo y muy peligroso. Esta alianza debe incluir, lógicamente, a la Siria de Bashar el Assad, pero Obama todavía teme decirlo en voz alta.

Obama y sus asesores también creen que con el levantamiento de las sanciones paralizantes los iraníes se concentrarán en hacer dinero, disminuyendo su fervor nacionalista y religioso aún más. Eso suena suficientemente razonable.

(Netanyahu cree que el pueblo estadounidense es “ingenuo”. Bueno, para una nación ingenua, EE.UU. lo ha hecho bastante bien al convertirse en la única superpotencia del mundo.)

Un subproducto de esta situación es que Israel está de nuevo en desacuerdo con todo el mundo político. El tratado de Viena fue firmado no sólo por EE.UU., sino por todas las potencias mundiales. Esto parece crear la situación descrita por una alegre y popular canción israelí: “El mundo entero está contra nosotros / Pero a nosotros nos importa un comino…”

Desgraciadamente, a diferencia de Obama, Netanyahu se ha quedado atascado en el pasado. Continúa demonizando a Irán, en lugar de unirse a ellos en la lucha contra el Daesh, que es mucho, mucho más peligroso para Israel.

No es necesario regresar hasta Ciro el Grande (siglo VI antes de Cristo) para darse cuenta de que Irán puede ser un aliado cercano. En las relaciones entre las naciones, la geografía triunfa sobre la religión. No hace mucho tiempo, Irán era el aliado más cercano de Israel en la región. Incluso le enviamos armas a Jomeini para luchar contra Irak. Los mulás odian a Israel, no tanto por causa de su religión, sino debido a nuestra alianza con el Shah.

El actual régimen iraní ha perdido desde hace mucho tiempo su fervor revolucionario religioso. Está actuando de acuerdo con sus intereses nacionales. La geografía todavía cuanta. Un gobierno israelí sabio utilizaría los próximos diez o más años de un Irán libre de armas nucleares garantizado, con el fin de renovar la alianza, particularmente contra el Daesh.

Esto podría significar nuevas relaciones con la Siria de Assad, y también Hezbolá y Hamas.

PERO CONSIDERACIONES trascendentales como estas están lejos de la mente de Netanyahu, el hijo de un historiador que carece de todo conocimiento e intuición histórica.

La lucha ahora va contra Washington D.C., donde Netanyahu estará totalmente comprometido como mercenario de Sheldon Adelson, el propietario del Partido Republicano.

Es un espectáculo lamentable: el Estado de Israel, que siempre ha contado con el pleno apoyo sin pestañear de los dos partidos de EE.UU., se ha convertido en un apéndice del liderazgo republicano reaccionario.

Una de las víctimas de esto es la leyenda del “invencible” lobby pro-israelí. Este activo crucial se perdió. A partir de ahora, el AIPAC será sólo uno de los tantos grupos de presión en el Capitolio.

UNA IMAGEN aun más penosa ha sido la de la elite política y los medios de comunicación de Israel al día siguiente de la firma del tratado de Viena. Era algo casi increíble.

Casi todos los partidos políticos se pusieron en línea con la política de Netanyahu, compitiendo entre sí en sus demostraciones de lealtad absoluta. Desde el “líder de la oposición”, el lastimoso Yitzhak Herzog, hasta el voluble Yair Lapid, todos se apresuraron para apoyar al primer ministro en esta hora crucial.

Los medios de comunicación estuvieron aún peor. Casi todos los comentaristas destacados, de izquierda y de derecha, se salieron de control contra el “desastroso” tratado y amontonaron su disgusto uniforme y desprecio por el pobre Obama, como si estuvieran leyendo una “lista de argumentos” única preparada por el Gobierno (como, de hecho, lo estaban haciendo).

No es este el mejor momento de la democracia israelí ni del muy elogiado “cerebro judío”. Sino más bien un ejemplo despreciable del demasiado común lavado de cerebro. Algunos lo llamarían “presstitution” o “prostitución de la prensa”.

Uno de los argumentos de Netanyahu es que los iraníes son capaces de engañar a los ingenuos estadounidenses y construir la bomba. Él está seguro de que esto es posible. En realidad, él debe saberlo: Nosotros lo hicimos, ¿no?

*El nombre Daesh, según France24, es una “sigla floja” para referirse al “Estado Islámico de Irak y el Levante” (al-Dawla al-Islamiya al-Iraq al-Sham). El nombre se utiliza comúnmente por los enemigos de ISIS, y también tiene muchas connotaciones negativas, pues daesh suena similar a las palabras árabes daes (“el que aplasta algo con los pies”) y dahes ("el que siembra discordia").