Lo vemos tan a diario que apenas le hacemos caso, pero nuestros peculiares sistemas de transporte podrían ser nuevos y rentables atractivos turísticos ¿Se imaginan a unos ingenieros japoneses o alemanes viendo un carro de concho de esos que, despedazados, soldados, atados, remendados con cinta o alambre, con plásticos pegados en lugar de vidrios, marchando de medio lado cual perro viralata, desafiando todas las leyes físicas de Newton y Laplace juntas?. Seguro que ese prodigio de la mecánica no les dejaría conciliar el sueño
¿Qué diría un técnico sueco en seguridad viendo a una fragilísima motocicleta llevando un tanque con 100 libras de gas, o dos o de cincuenta o tres de veinticinco libras, con sus variantes de compadre atrás, niño atrás, mujer atrás, o dos niños atrás sujetándolos? El escalofrío recibido en todo el cuerpo sería inolvidable.
¿Y los panaderos motorizados empeñados en llevar todas las fundas de la provincia juntas que sobresalen dos metros por cada lado del motor, y ocupan un carril entero de la vía? Los reposteros austriacos se quedarían con la boca abierta. ¿Y las motocicletas-escobas con múltiples pasajeros en su corto lomo compitiendo así con los atestados autobuses cubanos? El otro día observamos dos motores, si es que aquellos anafes con ruedas podían llamarse así, rodando en paralelo y cargando cuatro pasajeros cada uno – cuatro- en pleno cruce de la 27 de Febrero con Lincoln. Esperaron la luz verde del semáforo durante más de tres minutos -los cronometramos- a sólo un par de metros de dos agentes de Amet, que hicieron la vista gorda detrás de unos flacos lentes oscuros, ¿no es una muestra más de solidaridad con los llamados padres de familia? Los turistas se emocionarán con ello
¿Y los motores que cargan un atado de varillas o tubos de pvc de12 ó 14 metros de largo? dos por delante, dos en el vehículo y ocho o diez metros arrastrando una cola férrea más larga que la de un dinosaurio. Si los chinos copiaran este sistema de trasporte, las mega obras de las Tres Gargantas se hubieran finalizado hace años. Pero el caso más reciente que nos dejó maravillados fue hace un par de semanas cuando vimos por Villa Mella un pequeñísimo motor tipo ¨ Vespa ¨ que llevaba nada menos que dos palmeras bien adultas milagrosamente colocadas entre el asiento delantero y el manillar, con sus hermosas raíces incluidas y unos gruesos troncos de tres metros de alto coronados por unas largas pencas desplegadas a los cuatro puntos cardinales que, movidas graciosamente por la brisa, parecían saludar a los atónitos viandantes. Todo un espectáculo apto para interesados en ecología ambiental.
Después de esa visión, volvimos a releer Cien años de Soledad y sacamos en conclusión que García Márquez no había visitado nuestro país cuando se le ocurrió escribir aquella cantera de prodigios llamado Macondo.