El país está lleno de infiernos. Los hay de todo tipo, de todos los colores, de todos los tamaños y a todos los precios; pero no hay infiernitos, sino solamente infiernos grandes, como para producir hartazgo de una sola sentada, sea en la tarde o en la mañana, y si nos descuidamos, hasta en la noche tarde y hasta en la madrugada. No narramos una obra de ficción ni estamos realizando la desconstrucción de una idea sobre esta dura realidad, a través del humor que nos haga decir lo que las personas de a pie tienen prohibido expresar por los medios elegantemente legales. Y dirán los amigos expertos en maldades, que si el fin es la muerte, la porción de veneno debe ser de a poquito o -al menos- por mitades y jamás en grandes cantidades, porque de lo contrario el crimen, como todo, deja rastros mortales.

Como si le pidiera permiso y perdón a Hamlet Hermann, inicio el presente trabajo abordando uno de los temas o problemáticas cardinales, que el país y sus autoridades, las de ayer y las de hoy, y que al igual que otros problemas que nos estrangulan, no les han prestado la debida atención. El ingeniero Hamlet Hermann fue un gran experto en asuntos de transporte terrestre y lo fue, porque se preparó técnica y científicamente sobre el tema. Y se convirtió en asesor nacional en su propia Patria y –además- lo fue de organismos internacionales. No se opuso a los proyectos desarrollados por el Gobierno en la materia de referencia; sencillamente fue crítico de las formas, métodos y la corta visión que las autoridades tenían sobre dicho asunto.

Él planteó el tema desde la profundidad del problema, en su mirada y compresión integral; sabía que el asunto era el sistema de transporte. Conocía la raíz del fenómeno, pues no se trataba de una obra marginal más, aunque ésta fuera importante y sólo tenía valor para la solución en la medida en que atacara el mal desde el fondo. Tenía la inteligencia, coraje y valentía para asumir un proyecto que resolviera el grave problema del transporte del país, especialmente en las grandes ciudades. Aunque él tenía una mirada también hacia el futuro. Hoy hay indicadores muy claros de que es un gran problema nacional.

Contratas, elevados, túneles, facilidades, importaciones, operaciones financieras, cuotas políticas de todos los poderes pequeños y grandes;

pero el problema del transporte no ha tenido solución y cada día está peor; y no sólo afecta a las grandes ciudades. Estamos frente a una deficiencia de los programas y proyectos de políticas públicas del Estado. Porque no queremos mencionar la educación, la salud, la inseguridad ciudadana, la corrupción y la impunidad. No me diga usted que me está pidiendo que incluya también la destrucción del medio ambiente, el control político de la justicia, no ahora nada más, sino desde antes.

Un indicador aparentemente inofensivo dio la luz de alarma del problema del transporte: los residentes de Arroyo Hondo advirtieron que el tiempo se les hacía largo para ir a sus hogares desde el centro de la Ciudad, y también a la inversa. El recorrido, para aquella época, de esos pocos kilómetros, que en condiciones normales nos tomaría unos quince o veinte minutos, les estaba tomando una media hora, cuarenta minutos y -a veces- una hora. La gente empezó a mudarse lentamente. Luego más rápido, pues después también, como maldición, les cayó la inseguridad ciudadana; secuestros y violaciones inauguraban la nueva época de incertidumbre en aquellas casas, o residencias, para que suene mejor a algunos oídos, de aquellos espacios elegidos como paraíso y que luego se les convirtiera en el peor infierno.

Ya no es la hora que tomábamos desde los sectores históricos hasta Arroyo Hondo. La cosa es más difícil. En algunos momentos, un ciudadano pudiera durar una hora del Parque Independencia a La Feria o a la UASD. O dos o tres horas para cruzar uno de los puentes hacia la ciudad más poblada del país, Santo Domingo Este. Ese es el tiempo suficiente para llegar de la Capital a Santiago o a Barahona; pero el problema es peor, ya que cada día aumentan las dificultades del tránsito terrestre y los tapones están a la orden del día. Si los ciudadanos, sin importar el nivel social o económico, tuvieran un transporte organizado y eficiente, la situación fuera diferente, como ocurre en muchas partes del mundo, e incluso en países con economías más pobres que la nuestra.