El transfugismo político comenzó en el país en forma aislada, individual y hasta bochornosa cuando los partidos más votados y más favorecidos con los fondos públicos y privados dejaron de defender ideas y se convirtieron en empresas para asaltar el Estado en cualquiera de sus estamentos.
Con los fondos del Estado se llega al poder y sobre todo, se conserva. Es cuestión de adquirir “ventorrillos” políticos que agiten, forrarlos de dinero y montar una estructura que “lleve a la gente a votar” y se vaya contenta con un par de pesos en los bolsillos, un pica pollo y una botella de aguardiente en las manos.
El negocio es ese: una dádiva al empobrecido carente de ideología y ciudadanía y quien instrumenta ese oprobio se reviste de poder político y luego se forra de dinero en el Estado, se asocia a la oligarquía y ambos hacen del Presupuesto y las obras públicas la “ideología” para seguir el círculo vicioso de engaño y despojo. ¿O no es así?
Ese fenómeno coincidió con los años inmediatamente posteriores al derrumbe de la Unión Soviética por la capitulación sin lucha de Mijaíl Serguéyevich Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), –el derrumbe de China no se menciona pero ocurrió 16 años antes- y cuando estaba muy de moda la tesis del norteamericano Francis Fukuyama plasmada en su libro “El fin de la historia” que aseguraba que se había llegado al final de las ideologías.
Con esa combinación, renegados de todas las áreas saltaron de alegría y se reencontraron con la oportunidad que extraviaron cuando jóvenes: tomar la política como escalera para ascender social (y sobre todo económicamente) en lugar de practicarla como un servicio al pueblo.
En República Dominicana, un país que se caracteriza por carecer de dirigentes políticos formados y en cambio cualquier profesional frustrado que no puede competir en un mercado verdadero se engancha, se conecta mediante la cuña, el cabildeo y la sumisión, y se convierte en un flamante senador o ministro, el ejercicio de la “política” se convirtió en el pie de amigo favorito para que la pequeña burguesía ambiciosa y escaladora buscara oficio.
Hay múltiples, variados y novedosos ejemplos de transfugismo político entre los partidos más votados del sistema, pero todos han sido por posiciones electivas, por designaciones administrativas y hasta por nominaciones diplomáticas a un Senado que nunca ha rechazado una petición enviada por el Presidente de la República.
Pero como si se tratara de batir récords mundiales de atraso cultural y hasta mental, en República Dominicana estamos entrando a una nueva etapa: el transfugismo de partidos.
Eso y no otra cosa es lo que está pasando ahora mismo con el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) fundado en La Habana para luchar por la libertad, la democracia y la justicia social que negaba el tirano Rafael Trujillo (Chapita). El dueño del PRD por obra del Tribunal Constitucional y la complacencia de la Junta Central Electoral, Miguel Vargas Maldonado, acaba de admitir que el transfugismo no es ya individual, sino colectivo aunque haya que sepultar la historia acumulada de batallas por la libertad, contra la reelección y la corrupción.
Eso y no otra cosa es lo que acaba de hacer Vargas Maldonado: pasar a la pequeñez que queda del PRD al bando de la reelección en nombre –asómbrense- de las lecciones aprendidas (falso) de José Francisco Peña Gómez.
Vargas Maldonado se vanaglorió de que con el “Pacto de las corbatas azules” firmado en 2009 con Leonel Fernández él había logrado dos conquistas peñagomistas esenciales: modificar la Constitución para prohibir la reelección consecutiva – aunque dejó abierta la reelección diferida e indefinida- y que se aprobara la Ley de Partidos Políticos.
Si el éxito político se mide por resultados, hay que admitir que se aprobó la no reelección aunque la Ley de Partidos Políticos no.
Seis años después Vargas Maldonado, con el PRD vuelto una migaja y el rancho ardiendo, vuelve a pactar lo siguiente: restablecer la reelección y respaldo al presidente Danilo Medina para que siga en el poder por cuatro años más.
Semanas antes el ex candidato presidencial del PRD había instruido a sus legisladores a aprobar un proyecto de Ley de Partidos Políticos que no regula nada y que en cambio consagra los privilegios para quienes gobiernan y quienes se les asocian en condición de vasallos.
Es decir: en seis años Vargas Maldonado ha destruido al PRD, ha hecho pactos solo para favorecer al Presidente de turno de su contrincante el PLD –primero a Leonel y ahora a Danilo- y marginalmente procurar negocios con el Estado que nunca lograría ningún dirigente político realmente opositor.
En el país asistimos a una nueva forma de transfugismo: el de partidos y dirigentes que se dan de ñapa ante el hecho cumplido de que los legisladores no querían perder la oportunidad de pescar en río revuelto frente a un interés marcado de funcionarios decisivos del gobierno de continuar en el poder.
Pobre país si quienes se consideran sus dirigentes son unos aprovechados aunque tengan que arrastrarse moralmente como las ranas.