El asesinato del presidente Moïse, por un comando armado que en plena noche irrumpió en su residencia, un odioso hecho que viene a complicar la dramática situación de ese país, es el desenlace de un gobierno cuestionado desde su elección y durante su gestión, cuestionamiento que se acrecentó al final de su mandato, debido a su empecinamiento en mantenerse en el poder más allá de su término, profundizando una crisis política y económica a la que se fueron agregando otros problemas de seguridad y sanitarios.

Vivo en el Quebec, donde hay una amplia comunidad haitiana, y desde tempranas horas de la mañana de ayer (07-07-21) he estado escuchando los comentarios de los lideres de la comunidad haitiana sobre lo acontecido en su país, dirigentes comunitarios, ministros y parlamentarios quebequenses nacidos en Haití, intelectuales, incluso de renombre internacional como Dany Laferrière, miembro de la Academia Francesa, y, sin asombro para mi, nadie tiene gran cosa que decir, nadie puede explicar las razones de lo acontecido ¡ Es tan complicada la situación en ese país! Lógicamente, yo tampoco tengo gran cosa que decir, si me animo a escribir estas líneas es, primeramente, para presentar un apretadísimo resumen de lo que considero una fracasada gestión de gobierno y, finalmente, expresar un temor: pocas veces el asesinato de un presidente, en un país inmerso en una crisis de la magnitud de la haitiana, no desemboca en un baño de sangre ¡Quiera Dios que no! 

El gobierno del joven empresario Moïse, elegido presidente con la promesa de 

desarrollar la economía del país en unas cuestionadas elecciones en 2016, fue un fracaso del principio hasta el fin, en todos los planos: agudización de la inestabilidad política, a lo largo de su mandato nombró siete primeros ministros, creciente deterioro de la famélica economía y una desesperante incapacidad para controlar las bandas armadas que aterrorizan, secuestran y matan con toda impunidad. Es tal la inseguridad que, desde principios de mes, los enfrentamientos entre bandas rivales al oeste de Puerto Príncipe paralizan la circulación entre la mitad sur del país y la capital y miles de habitantes de los barrios desfavorecidos se han visto obligados a abandonar sus casuchas para refugiarse en edificaciones públicas.  

Como si todo esto fuera poco, a la mala gestión de la crisis política, económica, de salubridad y seguridad, Moïse adicionó un sistemático atropello a las muy débiles instituciones del país. Desde el 2020 gobernó por decreto, sin Parlamento, e inexplicablemente, en momentos en que la prolongación de su mandato es cuestionada por amplios sectores de la sociedad, propone un referéndum constitucional, programado inicialmente para abril, luego reportado para junio, debido a la pandemia, y finalmente reenviado para septiembre.

Sin ánimo de hacer leña de árbol caído, la gestión del recién asesinado presidente retrata como pocas otras la acumulación de fracasos que caracterizan la vida del vecino país desde su independencia hasta hoy, sucesión de dictaduras, interrumpidas por breves y frustrados ensayos democráticos, ocupaciones extranjeras, y gobiernos como el suyo, sin otro plan que proteger los intereses de una camarilla corrupta indiferente ante el desamparo de un pueblo.

Moïse deja como legado un pueblo tan mal parado y desorganizado como lo encontró y al borde de un baño de sangre ¡Ojalá que no!

Reitero que me refiero a una gestión de gobierno, mi respeto para el hombre caído en tan dramáticas circunstancias y compasión y simpatía para sus dolientes.