Las formidables declaraciones del arzobispo Thomas Wenski sobre la crisis de la inmigración han sido resaltadas en la prensa. Pero la labor de la Iglesia no siempre ha sido entendida o respetada. No puede esperarse que los no creyentes, que cada día crecen en número, acepten sus doctrinas. Tampoco pudiera ser lógico pensar, mucho menos en el siglo XXI, que los feligreses estén en acuerdo perenne con todas las declaraciones o labores de los líderes eclesiásticos. Estos últimos no han estado siempre al lado de los mejores intereses humanos. El buen papa Francisco acaba de pedir humildemente perdón a los pentecostales italianos por el trato recibido por estos, por parte de la jerarquía católica en la era de Mussolini. Pero esta se ha alineado también al lado de los más necesitados y de las mejores causas.

La documentada posición crítica del arzobispo de Miami Thomas Wenski acerca de la actuación de políticos respecto a los niños centroamericanos que cruzan la frontera hacia Estados Unidos se hace sentir. La voz de un arzobispo conlleva cierto grado de autoridad, lo cual es reconocido por un amplio sector. Pero no en todos los países y circunstancias esa voz puede expresarse de  la misma manera con que lo hace el amigo Wenski.

Los medios de comunicación revelan cada vez con mayor frecuencia problemas de la Iglesia y la religión. La discusión abierta y la diversidad de opiniones, algunas de ellas muy severas, deben ser tenidas en cuenta. Nadie está por encima de  la crítica y todos debemos dar cuenta de nuestras acciones, clérigos o laicos, creyentes o escépticos. Independientemente de tales consideraciones, los miembros de la jerarquía y otros líderes de las Iglesias católica y protestante tienen un rol que desempeñar en cuestiones de inmigración. Una inmensa y abrumadora mayoría de  los hispanos se identifican como católicos o evangélicos.

A pocas millas de  la Arquidiócesis de Miami, se han celebrado los cincuenta años de ordenación al sacerdocio y los veinte como cardenal del Arzobispo de  La Habana Jaime Ortega. La presencia de cubanos y otros hispanos en el sur de la Florida y otras regiones del país, hace que cualquier noticia relacionada con el cardenal cubano se convierta en tema de discusión para algunos. Residir en Estados Unidos no significa alejarse de los países de origen. En situaciones como las de inmigración y el largo proceso revolucionario en Cuba, que trajo a Estados Unidos a más de un millón de cubanos, las declaraciones de prelados como Wenski y Ortega tienen especial trascendencia, como también las de López Rodríguez en Santo Domingo.

El cardenal Ortega ha sido objeto de gran atención en los medios hispanos porque Cuba es una frecuente fuente de noticias. En días pasados la prensa difundió un informe del Departamento de Estado norteamericano sobre la libertad religiosa en ese país. El prelado que acaba de cumplir cincuenta años como sacerdote y veinte como cardenal de la Iglesia Romana, es uno de los protagonistas de  las noticias y de  la historia contemporánea de Cuba. Sus declaraciones no siempre han sido bien recibidas por todos. Las reacciones en Cuba y el exterior han sido diversas. Pero su influencia ha contribuido a cambios significativos en las relaciones Iglesia/Estado, ha promovido y facilitado dos visitas papales a la mayor de  las Antillas y ha logrado mantener y hacer avanzar la profesión y práctica de  su fe en un ambiente desfavorable, logrando cierto regreso a la tradición católica en la celebración pública de festividades religiosas. Con limitaciones propias del sistema imperante, la revista arquidiocesana “Palabra Nueva” es la publicación no oficialista más importante del país. Bajo su liderazgo se han abierto algunos espacios a la sociedad civil. Muchos elogian y otros critican sus gestiones a favor de prisioneros políticos. Se puede discutir su estilo de trabajo, pero no la gran realidad de que la Iglesia ha sobrevivido, en buena parte bajo su dirección y ejecutoria, y ha recuperado mucho espacio, aunque  no todo el que debe ocupar.

A pesar de una sociedad cada día más pluralista y secular, Wenski, López Rodríguez y Ortega estarán en las noticias. Algún día  los comentaristas comprenderán mejor la situación que ha enfrentado Ortega.  Los que comparan a la Iglesia cubana con las comunidades religiosas de Polonia o Alemania del Este, pasan por alto la enorme diferencia de los entornos. La ayuda de disciplinas como Historia de la Iglesia y Sociología de la Religión resulta indispensable para llevar a cabo estudios que permitan ubicar a la Iglesia cubana en su verdadero contexto, el de una sociedad altamente secularizada y con un sincretismo religioso prevaleciente entre los creyentes.

Ortega ha cometido errores que no deben sorprender si se conoce el complejo trabajo que le ha correspondido realizar. Sus decisiones no son las que puede tomar un párroco sino las de alguien que responde directamente al Vaticano y cuya política no ha sido diferente a la establecida desde Roma. Será extremadamente difícil reemplazarlo en las funciones que realiza. De ahí la larga demora del Vaticano en escoger e instalar un sucesor. Los que lo conocemos desde su juventud sabemos que de no haber escogido la carrera eclesiástica, podía haber desempeñado altas funciones del gobierno y la diplomacia en casi cualquier geografía. Alguien puede criticar o disentir de su gestión, pero no negar su capacidad. De lo demás se ocuparán las próximas noticias, los acontecimientos y sobre todo el tiempo.