La asociación Sapien Network pensó que los piadosos de Wall Street no tienen ni tiempo ni ganas de decorar sus oficinas con calabazas, brujas o monstruos durante el octubre jalogüinesco, así que decidieron echarles una mano. El Toro de bronce, símbolo del poderío del mercado (de abastos) que nos indica que estamos en el distrito financiero más famoso del planeta, fue rodeado con plátanos, como si de alfalfa se tratara; diez mil según la nota. Enseguida, para que el Charging Bull no se sintiera abrumado ante tanta fruta, le pusieron enfrente la estatua de un gorila de dos metros de altura. Este performance tenía la finalidad de criticar al sistema capitalista y la disparidad creciente entre ricos y pobres en Gringolandia y en buena parte del mundo, que ha copiado fielmente su modelo.

El propio gorila, llamado Harambe también tiene su historia: vivía “tranquilamente” en el zoológico de Cincinnati hasta que un día de 2016, un nene de tres años cayó en sus dominios y pese a que éste no corría peligro, los empleados del zoo mataron al simio… ¡A balazos! Aquello fue un escándalo (del que nunca había escuchado, por cierto) por lo que el gesto de los de Sapien tuvo un efecto carambola: señalar a los ‘animales’ de corbata que lucran con la especulación y honrar al primo de King Kong.

Según los organizadores, Robert Giometti, Tejay Aluru y Ankit Bhatia, el gorila es el reflejo del American people, que cada día batalla más para satisfacer sus necesidades y las diez mil bananas representan la avaricia desmedida de Wall Street, la cual además, ha provocado que ella misma pierda la razón (al parecer uno de los significados de ‘banana’ en inglés es ‘loco’). El hecho de ofrecérselas al otro, el acto de compartir, tiene que ver con la esperanza de que surja una nueva comunidad.

Ver esos plátanos en pleno Manhattan tendría que llevarme a que le recuerde al imperio yankee, en tono contestatario, el enorme daño que nos causó su política de crear y mantener, lo que despectivamente llamó repúblicas bananeras. A recordarles de cuando ayudaban al dictadorzuelo en turno a que se sintiera dios para que éste, a su vez, luchara contra el enemigo común (el comunismo), al tiempo que dejaba que la United Fruit Company hiciera y rompiera a su antojo: pagar sueldos miserables; quedarse con todas las tierras de cultivo; reprimir sangrientamente cualquier intento de protesta; conspirar si el pueblo elegía a algún gobernante distinto (Arbenz), pero qué flojera, aunque todo esto sea cierto, me cansa repetir los discursos de siempre. Mejor, al estilo de los Sapien Boys, debería de mandarles una caja llena de piñas o de melones…Lo que salga más barato.

Ahora bien, en Washington y en los cuarteles de la CIA (otra organización igual de humanitaria y solidaria como las que pululan en Wall Street) probablemente ignoran que los gobiernos del otro lado de la cortina de hierro, por lo menos el húngaro, solían comprar toneladas de plátano en diciembre. Esto me lo contó hace poco Lazlo, un tipo de allá, a quien de niño lo mandaban por el fruto, más exótico que prohibido, para culminar las cenas navideñas. Trato de imaginarlo en el oscuro invierno de Budapest, esperando en la fila contento, impaciente, sin importarle el frío nada político, a que llegue su turno y vuelva corriendo a la casa familiar con el aromático tesoro. Podría inventar que aquellos cargamentos eran regalos de Fidel, para seguir con estas tramas y condenar así el embargo americano contra la isla que, ciertamente es injusto y también ineficaz, aunque lo más seguro es que vinieran del África.

En fin, después de la artística protesta, los miembros de Sapien Network confirmaron lo que dice esa canción guapachosa de que el único fruto del amor, es la banana, es la banana…, regalándolas a otros colectivos que preparan comida para indigentes. Un amor generoso, lleno de sabor, que ojalá y los money lovers imiten algún día.